Llego al punto culminante de esta serie, que corresponde al siglo XIX mexicano. Parecía al principio un tema ligero que, sometido al rigor y a la razón histórica pudo haber quedado reducido a su mínima expresión. Conforme pasaba el tiempo adquiría importancia hasta el grado de convertirse en tema formal para proponerlo como tema para este trabajo. Se ha dicho ya que historiar las diversiones públicas no es común y ahora amplío la exposición apuntando que es el toreo un campo cada vez más identificado y reconocido por historiadores e investigadores quienes se acercan a analizar los comportamientos sociales que ya no están inmersos solamente en esas actitudes masivas propias de la guerra, o la política; la religión y también las economías. El pueblo se relajaba en diversiones públicas y, la de toros en México se ha convertido en amplio espectro de posibilidades. Por eso propuse como trabajo “curioso” este que ahora remato y del cual referiré mis conclusiones.
No viene al caso hacer cita de lo relevante examinado aquí. En todo caso, dedicaré una visión general a todo aquello que se involucra con la que ahora resulta una sucesión de historias. Esto es, la manera de relacionar acontecimientos que, a primera vista no tienen una implicación o mejor dicho, afectación en otros venideros y así, sucesivamente. Es obvio verlo así, pero al cabo de lo recorrido me doy cuenta que las circunstancias propias del siglo XVIII, siglo que con sus hombres se ubicó en altas razones del pensamiento logró emanciparse de viejos o anacrónicos sistemas del raciocinio para poner en práctica aquello que casaba con ideas más elevadas, con orientación hacia el progreso y una forma de mentalidad más abiertas, son trascendentes para exigir observación precisa de su tránsito. España recibe tardíamente esto, aunque a buena hora sus ilustrados iniciaron campaña reñida con aspectos propios de una sociedad inmersa en el más puro estancamiento.
La élite se afrancesaba dramáticamente y ello daba visos de transformación radical, pues el pueblo (dramática forma de distinguir los niveles genéricos de una sociedad en cuanto tal) se dejaba llevar por el relajamiento asumiendo gallardamente sus formas toscas de expresión, en cuanto razón de ser. Ya lo hemos visto con el aspecto en el que, dejando los nobles caballeros de ostentar el papel protagónico en las fiestas, es el pueblo llano quien asume esa nueva responsabilidad, aplicando, en un principio, normas bastante primitivas con las cuales trataba de darle vida a la expresión de lo que concebían como toreo.
La presencia Borbónica en gran medida propició dicho comportamiento al tratarse de una casa reinante de origen francés (aunque los Austria tampoco lo fueron en un principio). Lógico, tuvo que transcurrir un tiempo considerable para percibir el nuevo ambiente, por lo que ya para el arranque del segundo tercio del XVIII, las fiestas caballerescas se encuentran amenazadas de desaparecer porque los burgueses ligados a la corona ya no aceptan cabalmente un espectáculo que pronto se verá en manos del pueblo, quien lo hizo suyo en medio de formas muy primitivas y arcaicas de expresarlo.
Todo ello fue adquiriendo visos de lo profesional y también de lo funcional por lo que las corridas de toros se sometieron a un esquema más preciso, alcanzado a fines de aquel siglo y logró constituirse como una diversión de la cual podían obtenerse fondos utilitarios para beneficencia de hospitales y obras públicas. Como un efecto de réplica, en medio de sus particularidades ampliamente referidas, lo anterior ocurre en América y muy en especial, en la Nueva España, lugar que también se sometió a severos cuestionamientos sobre su desarrollo y utilidad.
El tiempo continuaba y se presentó luego la etapa transitoria de independencia como germen definitivo que permitiría la formación de esa nación presentida, pero no constituida sino reiterada más de medio siglo después cuando en su contenido fueron a darse conmociones y encontradas respuestas que solo frenaron o bloquearon el buen curso de una normalidad casi inexistente. Entre todo esto, el toreo -herencia española ya- seguía seduciendo por lo que arraigó; aunque sometido a un deslinde entre lo español y lo producido por los mexicanos.
Todo aquello propiciaba en gran medida revitalización del espectáculo dándole a este el concepto de algo ya muy nacional (y que conste: la de toros es en España la “fiesta nacional”) por lo que se engendró un sin fin de aderezos, sin faltar quehaceres campiranos. Sin embargo no quedó soslayado el toreo español, mismo que fue abanderado tras pocos años de contar sin tutela por Bernardo Gaviño, diestro gaditano que por cincuenta años representó la única vertiente del toreo español, asimilada de enseñanzas proyectadas por Pedro Romero, Juan León Leoncillo” y recibida por Francisco Arjona Cúchares, Francisco Montes Paquiro, alumnos distinguidos de la Real Escuela de Tauromaquia de Sevilla. Cerca, muy cerca de ambos, está Gaviño quien para 1835 se encuentra ya en nuestro país. Todo eso se empantanó en el dominio del gaditano quien, a su vez, prohibió que se colocaran paisanos suyos, diestros que hacían campaña en América.
Esta curiosa e interesante obra, ilustró un calendario elaborado por la casa de subastas
Louis C. Morton para el año 2002 (Anónimo, Escuela Mexicana, ca. 1900. Paseíllo. Óleo
sobre tela, 90×150 cm). Evidentemente la fecha referida no es, ni por casualidad certera
en función de que debe tratarse de una cuadrilla ¿la de Rafael Calderón de la Barca en
León, Guanajuato; o la de Gerardo Santa Cruz Polanco, formada hacia finales de la
octava década del siglo XIX? Este es un buen asunto a resolver. Pero esta misma
imagen nos debe remitir a que con tal representación no sólo terminaba aquel siglo, sino
que desaparecían aquellas cuadrillas formadas por toreros aborígenes que encontraron
espacio alterno en plazas de la provincia mexicana, mientras las españolas imponían un
nuevo estilo de torear…
Fuente: Museo del Centro Cultural y de Convenciones “Tres Marías”, en Morelia, Michoacán.
Caería en el riesgo de citar aquí lo tanto ya analizado sobre todo en aquellas razones que tuvieron que ver con la prohibición impuesta a las corridas de toros a finales de 1867. Lo que sí es un hecho, es para mí esa forma de enlace entre esos vasos comunicantes, interrelacionados en forma tan intensa que promovieron en mayor o menor medida el efecto de la prohibición. Uno, sin duda asume el peso de responsabilidad y es el administrativo pues se ha visto que tras darse a conocer las disposiciones que para octubre de 1867 se expusieron como lógica posición a evitar el descontrol que sobre impuestos y su actualización, no tenía por entonces el ramo correspondiente; la respuesta, fue que se puso en vigor la Ley de Dotación de Fondos Municipales. Su artículo 87 significó el oprobio o el desacuerdo habido entre empresa y autoridades hacendarias, porque su orientación se da sin conceder licencias para llevar a cabo corridas de toros en el Distrito Federal. De ese modo, la fiesta pasó a formar parte de la vida provinciana durante el tiempo en que no se permitieron en la capital del país los espectáculos taurinos. Fueron casi 20 años. Lo que puede llamarse una continuidad pero no una evolución es todo acontecer de la fiesta de 1867 a 1886. Surgieron figuras popularísimas (Ponciano Díaz es el modelo principal), se gestaron feudos -cerrados unos-, dispuestos los otros a un intercambio y comunicación, y también fueron llegando los primeros matadores españoles, de no mucha importancia, como la que sí tendrían a quienes les prepararon el terreno. José Machío llegó en 1885 y tuvo que soportar desprecios, indiferencia, amén de ser visto como un espécimen raro, sobre todo en la plaza de El Huisachal.
Sucedió a fines de 1886 en que la derogación fue lograda, no sin someterse a dificultades. Largos debates, muy cerrados y peleados también condujeron al alumbramiento en México de la nueva época del toreo moderno de a pie, a la usanza española. Ello ocurrió a partir del 20 de febrero de 1887 con la presencia trascendente de toreros como Luis Mazzantini, Diego Prieto, Ramón López o Saturnino Frutos, como cuatro columnas vertebrales sólidas, vitales para el nuevo amanecer taurómaco que se enfrentaba al potente género de lo mexicano, abanderado por Ponciano Díaz, Pedro Nolasco Acosta, Ignacio Gadea, Gerardo Santa Cruz Polanco y algunos otros quienes poco a poco se fueron diluyendo, porque el toreo español ganaba adictos, adeptos y sobre todo terreno.
La prensa hizo su parte, se sublevó, encabezada por la “falange de románticos” y logró abiertamente el cúmulo de enseñanzas entendidas tras largas horas de lectura y deliberación en tratados de tauromaquia (lo teórico) y lo evolucionado que se mostraba el toreo en la plaza (lo práctico).
Cuadrillas de Diego Prieto “Cuatrodedos” y de Eduardo Leal “Llaverito”.
Además: Enrique Merino “El Zocato”, “Naranjito”, “El Pipo”. “Torerín” y el
“Madrileño”. (ca. 1895).
C.B. WAITE, fotógrafo. Fuente: Colección Julio Téllez García.
Y Ponciano Díaz que no aceptó pero que tampoco rechazó aquello no propio de su género, va a convertirse en el último reducto de esa expresión netamente mexicana, pues el “mitad charro y mitad torero” se gana gran popularidad e idolatría -como pocos la han tenido-, pero al suceder su viaje a España donde obtiene la alternativa en 1889, en esa ausencia, la prensa aprovechó y corrigió a fanáticos poncianistas, quienes reaccionaron pronto a aquel correctivo. A su regreso, a fines de ese mismo año, si bien se le recibe como a un héroe, pronto esa “reacción” en los públicos será muy clara y le darán las espaldas. En la prohibición de 1890-1894 Ponciano no tiene más remedio que refugiarse en la provincia en búsqueda del tiempo perdido, de la exaltación y el tributo que todavía alcanzará a conseguir.
Para 1895 vuelve sin fuerza a México. En 1897 y 1898 actuará en festejos deslucidos y cada vez más atacados por la prensa. Muere hecho casi un “don nadie” en 1899.
Reinaba ya ese toreo moderno y un ambiente españolizado en México. El siglo XX recibe y da grandes experiencias así como muestras potenciales inmensas de toreros españoles quienes van forjando la expresión que cada vez es más del gusto de aficionados entendidos como tal. Y ante ellos, surgen figuras nuestras que ya podíanenfrentarse y ponerse a alturas tan elevadas como las de Fuentes, Machaquito o Vicente Pastor, por ejemplo. Me refiero a Arcadio Ramírez Reverte mexicano, Vicente Segura, pero sobre todo Rodolfo Gaona, figura que va a alcanzar calificativos de torero de órdenes universales, porque les regresa la conquista a los españoles en sus propias tierras (o mejor dicho en sus propios ruedos) para lograr junto con José Gómez Ortega Joselito y Juan Belmonte la puesta en escena -grandiosa por cierto- de la “época de oro del toreo”.
Antes de rematar estas “Conclusiones”, me parece oportuno agregar en seguida, las notas del periódico La Pluma roja. Periódico destinado a defender los intereses del pueblo”, (Redactor en Jefe: Joaquín Villalobos), tanto del martes 19 de noviembre, T. I., Nº 20, como del viernes 13 de diciembre de 1867, T. I., N° 27, notas copiadas en el mes de mayo de 2001 y que, localizadas hasta ese momento por razones de tiempo, me permiten entender que existieron otros factores que inducieron la aplicación de la ya conocida “Ley de dotación de fondos municipales”. Veamos.
La del martes 19 de noviembre va así:
TOROS
Sigue la barbarie a pasos agigantados: a nuestro pueblo, que debieran quitarle todo espectáculo de sangre y de muerte, le damos domingo por domingo las suficientes lecciones para arraigar en su educación todos los instintos de sangre.
La del viernes 13 de noviembre recoge la editorial que el redactor tituló
FONDOS MUNICIPALES
Las pulquerías, las fondas, las fábricas de cerveza, los juegos permitidos, las diversiones públicas, &c., &c., todo ha recibido el aumento consiguiente á la avidez. Algunos de esos impuestos como el de un peso mensual á los figones, y el de los teatros o diversiones públicas, deshonrarían al más estúpido conservador.
Sin otro propósito que conseguir una historia -que a ratos intenté hacerla como la quiere O ‘Gorman-. Erudita a veces, rigurosa y desalmada por momentos también, me dispongo a la suerte suprema, de lo cual solo nace mi incertidumbre de si saldré en hombros y por la puerta grande, o bajo una lluvia de cojines y denuestos.
La lección con que terminamos estos apuntes, proviene del recordado Dr. Edmundo O´Gorman:
“Quiero una imprevisible historia como lo es el curso de nuestras mortales vidas; una historia susceptible de sorpresas y accidentes, de venturas y desventuras; una historia tejida de sucesos que así como acontecieron pudieron no acontecer; una historia sin la mortaja del esencialismo y liberada de la camisa de fuerza de una supuestamente necesaria causalidad; una historia sólo inteligible con el concurso de la luz de la imaginación; una historia-arte, cercana a su prima hermana la narrativa literaria; una historia de atrevidos vuelos y siempre en vilo como nuestros amores; una historia espejo de las mudanzas, en la manera de ser del hombre, reflejo, pues, de la impronta de su libre albedrío para que en el foco de la comprensión del pasado no se opere la degradante metamorfosis del hombre en mero juguete de un destino inexorable”.
►Los escritos del historiador José Francisco Coello Ugalde pueden consultarse a través de su blogs “Aportaciones histórico taurinas mexicanas”, en la dirección: http://ahtm.wordpress.com/
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