MADRID, 6 de junio de 2012. Corrida de la Beneficencia. Lleno total. Cuatro toros de Núñez del Cuvillo, mal presentados y juego desigual, y dos remiendos de Victoriano del Río, desiguales de tipo y juego. José A. Morante de la Puebla (de verde trianero y oro), silencio y bronca. José María Manzanares (de marino y oro), silencio y silencio. Alejandro Talavante (de grana y oro), una oreja y una oreja, saliendo por la Puerta Grande.
En el palco real y en representación de S.M el Rey, presidió la corrida la Infanta doña Elena, cuya llegada se interpretó el himno nacional. Estaba acompañada por la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, la delegada del Gobierno, Cristina Cifuentes, y la alcaldesa de Madrid, Ana Botella.
A sugerencia de Morante de la Puebla, en esta ocasión las rayas del ruedo estaban pintadas de granate, al estilo de cómo se hace en la Maestranza. A primera vista, resultaba al menos chocante.
Digámoslo sin dudas y pronto: Legítimo triunfo el alcanzado en la tarde de la Beneficencia por Alejandro Talavante. Hasta la vuelta al ruedo resultó más airosa que en otras ocasiones. Aritméticamente, podrá decirse que fue una Puerta Grande de las de 1+1. Pero en la creación de arte las matemáticas en ocasiones engañan. También hay ocasiones de 1+1 que son diferentes, como la de esta tarde. Honor, pues, al torero extremeño, aunque no viéramos luego a nadie que saliera toreando por la calle de Alcalá. Lo suyo es otra cosa.
Y es que Talavante supo, primer término, trasmitir al respetable su vibración y su apuesta por el triunfo. Se palpaba en el ambiente. En este plan, aprovechó a su primero, con una faena que comenzó en plan imaginativo, para luego centrarse en el toreo de verdad. Lo hizo con hondura y reunido en las suertes. Tanto con la mano derecha como con la izquierda hubo series profundas, llevando a su enemigo hacia atrás y hacia adentro, todo muy ligado y con variedad en los remates. Otro tanto vino a ocurrir con el sexto, en el que supo ver lo que no habían visto los demás: se le podía meter en los vuelos de la muleta. En esta ocasión, de forma especial por el pitón derecho. En ambas ocasiones se fue como un cañón tras la espada, aunque en el último de la tarde necesitara de un descabello.
Hasta aquí la cara buena de la tarde de la Beneficencia, a la que habrá que buscarle con urgencia otro nombre más adecuado, porque con el nuevo sistema del vigente canon en realidad es a beneficio de la Empresa arrendataria, como a su costa habrían sido las pérdidas si se hubieran producido. El nombre tiene su tradición, sin duda; pero no responde a la realidad. Pero, vamos, no vamos a hacer de semejante minucia una cuestión academicista. La única diferencia con las demás corridas que vienen celebrándose desde hace más de un mes es que en ésta quien manda y organiza en los carteles es la Comunidad, a través del Consejo de Asuntos Taurinos. Y hay que reconocer que, en este año, sobre el papel habían hecho un buen trabajo. Por eso los tendidos estaban de bote en bote.
Quien no hizo su trabajo como es debido fue el ganadero de Núñez del Cuvillo. Por segundo año ha dado el petardazo. Por lo visto no quiere darse por enterado que de su camada habitual no salen dos corridas completas que cumplan los requisitos que se piden en Madrid. El año pasado ya recordamos todos lo que pasó; este año, más de lo mismo. Y tanto en un año como en otro, las cosas salieron mal en las dos tardes. No se pueden reunir más evidencias. Por más que se empeñen las figuras, en esa dehesa no caben dos corridas para Las Ventas. Pero como nos descuidemos, como no hay dos sin tres, la temporada próxima se vuelve a reincidir en el mismo error.
De los cuatro que hoy salieron al ruedo venteño, dos resultaban de inadecuada presentación, otro fue algo más serio pero sin capacidad de moverse impresentables y el ultimo decía poco. En general, estuvieron nulos de clase y raza, aunque eran de cómodas pero insípidas embestidas. Y todos, aunque iban con un punto de decisión al caballo, acabaron luego saliéndose muy sueltos. De los remiendos de Victorino del Rio, el que hizo 4º era un mastodonte, basto de hechuras y de comportamiento; más boyante, en cambio, resultó el que se lidió en tercer lugar.
Por lo demás, tarde gris, pero gris marengo, la de Morante, que parecía fuera de sitio en todo momento. Un aceptable quite por chicuelinas y dos pases por alto con sabor es el balance de la nada. Lo demás, quitarle las moscas a los animales con sus macheteos por la cara. Con la espada mal, aunque –según el lenguaje imperante– “eficiente”: ambos fueron para el desolladero sin esfuerzo mayor, con el pequeño detalle de que fuera a paso de banderilla.
Aceptemos que, en el caso de José María Manzanares, sus dos toros no fueron precisamente los soñados, un mucho menos los que esperaban los aficionados; ni los del 7, que lo decían en voz más alta, ni los demás, que no decían nada. Pero afirmemos que el torero estuvo en el plan de “fino torero de Alicante”, como algún ocurrente acuñó hace ya muchos años para aplicárselo a su padre, no precisamente como elogio. Se le veía esta tarde que no estaba en lo que tenía que estar: tirando líneas, toreando hacia las afueras, sin apretura alguna, y para colmo sin ángel. Hasta el vestido, por muy de diseño y modernista que fuera, estaba fuera de sitio.
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