BILBAO, 24 de agosto de 2012. Sexta de las Corridas Generales. Casi dos tercios de entrada, pese a ser día. Toros de Juan Pedro Domecq, desiguales trapío y remate, en general poco lucidos de juego. Enrique Ponce (de gris perla y oro), una oreja y silencio. Daniel Duque (de fucsia y oro), ovación y ovación. Jiménez Fortes (de nazareno y oro), ovación y ovación.
Jiménez Fortes fue cogido por su primero, pasando a la enfermería. Como el torero decidió que iba a salir a matar el sexto, sólo permitió que se le interviniera con esa condición; por ello, la acción quirúrgica se realizó con anestesia local. Según el parte médico, sufre ´una herida por asta de toro en la región superior del triángulo de Scarpa del muslo izquierdo. Presenta dos trayectorias de 10 centímetros, ascendente y descendente, ambas superficiales. Dislaceración del músculo sartorio y disección de cara anterior de la arteria femoral, sin lesión de la misma. No sangrado activo ni afectación de otras estructuras”.
Nuevamente fue volteado feamente por el sexto, quedando conmocionado. Después de matar al toro volvió a recibir asistencia en la enfermería. El nuevo parte médico informa que presenta una herida incisa de 2 centímetros en el mentón y una contusión sobre la región temporo-frontal derecha. Los médicos le aconsejaron que si sufre cefaleas, sea revisado en el servicio de urgencias, por lo que se trasladó al Hospital de Bilbao para someterse a nuevas pruebas médicas.
La verdad sea dicha: terminamos agotados. Salvado el bálsamo melifluo del primero –un “juanpedro” que estaba cogido con alfileres–, parecía que los hados se habían conjurado para no darnos un respiro de tranquilidad. El segundo se quedó aquerenciado dentro de la manga de toriles: se dice pronto, un cuarto de hora se tardó en conseguir que saliera al ruedo. En el tercero, la cornada de Jiménez Fortes. Sin ton ni son el cuarto. El quinto no se sostenía literalmente de pie: bueyes al ruedo y paso al sobrero, un toro deslucido. Y con el sexto, otra vez nos encogió el corazón Jiménez Fortes, con un revolcón feísimo del que salió noqueado. Íbamos camino de las 9 de la noche cuando, finalmente, pudimos poner el punto final y relajarnos un poco.
Y para colmo fue una tarde sin verdadera sustancia taurina. De entrega, sí, de la terna, pero que los toros que se crían en “Lo Alvaro” se encargaron de cortocircuitar. Dicho quedó que el primero estaba en un permanente me caigo-no me caigo, solo salvado por la suavidad de Ponce. El segundo, el remolón, después de haber comportado mejor que sus hermanos en varas, al último tercio llegó ya con media arrancada pero noble. Más bonancible el tercero, que acabó tomando la muleta con nobleza. Imposible por falta de fondo y clase resultó el cuarto. El quinto titular, ya se sabe: inútil para la lidia; el sobrero nunca fue metido en los engaños. El sexto siempre acometía sin fijeza y con complicaciones. La presentación del conjunto, demasiado desigual. No es un balance especialmente esperanzador en esta vuelta de los “juanpedros” al ciclo ferial.
Pulcro y primoroso se vio a Ponce con el que abría plaza, pero bajo el criterio de no apretar nunca a su enemigo, que en otro caso se le venía abajo. Y esa condición resta grados a la faena. Pero el trasteo tuvo estética y buen gusto, que agradó mucho a sus partidarios bilbainos. Con el cuarto tuvo que desistir desde el comienzo: el pozo estaba seco.
Tengo para mí que si Daniel Luque se hubiera templado más con su primero, la cosa podría haber ido a mayores. Pero a base de violencia y rapidez en el manejo de la muleta, no era fácil, cuando además el tranco del toro se fue acortando. Estuvo por encima del deslucido sobrero lidiado en quinto lugar. Con el capote se le sigue viendo muy a gusto.
Y Jiménez Fortes. De valor, inmenso. Y además, sin alaracas. Pero mientras a los espectadores les mantuvo toda la tarde con el alma en vilo, el malagueño ni se inmutaba, ni se le cambiaba la color. Le da la cornada su primero, y vuelve a la cara del toro sin mirarse; lo manda por los aires el sexto, dándole además un par de golpes fuertes en la cabeza, y aunque un poco zombi vuelve otra vez a ponerse en el sitio, entre el griterío del personal, que pedía lo matara. Y en medio, intentos de un toreo sin trampa ni cartón con el capote y la muleta. Este torero no es ningún inconsciente, ni un indocumentado; sabe lo que se hace y tiene una personalidad acusada. Desde que hace un año se doctorara en este mismo ruedo, ha progresado mucho. Como le respeten los toros, acabará imponiéndose.
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