SEVILLA. Octava de feria. Dos tercios de plaza. Toros de García Jiménez y Peña de Francia (2º), muy desiguales de presentación y de poco juego. Morante de la Puebla (de azul noche y azabache), ovación y ovación tras un aviso. Miguel Ángel Perera (de verde botella y oro), ovación y ovación tras un aviso. Javier Jiménez (de azul cielo y oro), ovación y algunas palmas tras un aviso.
Tarde de sorpresas de detalles inesperadas, frente a una corrida dela Casa Matilla que no convenció por su juego. La primera sorpresa, la entrada; con Morante en el cartel, se esperaba mucho más. Y a partir fueron discurriendo las cosas, con momentos puntuales espléndidos junto a otros mayoritariamente anodinos.
En buena medida era la consecuencia del juego de los toros de la Casa Matilla. Lo que se dice maldad no sacó ninguno; clase, tampoco. Justito de tipo se apagó como una vela el que abrió la tarde. Algo más ofensivo el 2º, declaró ya de salida su mansedumbre: buscaba a toda costa la puerta de toriles. Más grandullón el 3º, llevaba dentro goterones de nobleza, pero sin humillar nunca. Imprevisible el 4º: sólo Morante apostó por él, gracias a lo cual se asistió a los momentos mejores de la tarde. El 5º parecía que iba y venía con mejor son, pero pronto se puso pegajoso, obligando a perderle pasos y romper la continuidad. De escaso juego el que cerró plaza.
Un ramillete de lances muy sentido dejó sobre el albero Morante; lo único relevante que se pudo ver con el que inauguró la tarde. Algo debió verle el de la Puebla al 4º; pero sólo él lo vio. Con decisión desde el primer momento, entró sin dilación en faena. Baste decir un dato: se asistió al toreo de Morante. Sobre ambas manos, con remates muy toreros, con esas improvisaciones que parecen celestiales… Luego no se entendió en el manejo de la espada y se evaporó el triunfo. Pero ahí quedó su torería, para alimentar el interés por su cuarta comparecencia en la Maestranza, el próximo jueves.
El esfuerzo de Miguel A. Perera rindió poco. A ambos los toreó con muy buen son con el capote, con un quite con el capote a la espaldas modélico en temple y quietud. Con el manso 2º, además de insistir una y otra vez, poco más cabía. Buscó siempre someter al 5º, al que tanto trabajo le costaba salirse de los engaños. Con buena técnica, acertó a dejar unas cuantas series de buen trazo, pese a la imposibilidad de ligar los muletazos. La espada luego se le fue baja.
Mucha paciencia derrochó Javier Jiménez para meter en los engaños al 3º, al que su falta de humillación se unía a su escaso fondo. El de Espartinas se mostró firme y a base de templar mucho pudo desgranar muletazos de mérito, en un trasteo de mucho metraje. Pero su apuesta llegó a los tendidos y si no marra con el acero hasta podría haber optado a mayor premio que una ovación. El cerró la tarde no reunía las condiciones mínimas para armar una faena; Jiménez se mostró insistente y voluntarioso.
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