►Pentauro, ¿panacea o papel mojado?
Luis Nieto, jefe de la sección taurina de “Diario de Sevilla”
El Plan se divide en cinco apartados: 1) Calidad del Producto: Programa de capacitación de los profesionales taurinos, de mejora del toro de lidia, de Defensa de la autenticidad de la lidia y de Plazas de Toros: Conservación, rehabilitación y homologación. 2) Competitividad: Programa de mejoras del marco normativo: nueva ley taurina y nuevo reglamento estatal, programa de simplificación administrativa y reducción de cargas administrativas, de mejoras de aspectos fiscales y Seguridad Social y de pliegos de contratación. 3) Conocimiento: Programa de cifras oficiales, de modelo de costes, de estadísticas y encuestas taurinas oficiales y de plataforma digital. 4) Comunicación: Programa Plan Estratégico de Comunicación, de refuerzo institucional de la Comunidad Taurina, de Premios de Tauromaquia y de Internalización. 5) Cooperación. Programa reforma de la Comisión Nacional de Asuntos Taurinos, de mecanismos de cooperación, de cooperación con terceros países y de impulso de creación de instituciones representativas de los sectores taurinos.
Para su elaboración han participado 45 grupos de trabajo, con ideas de la Administración y representantes de las distintas asociaciones (toreros, ganaderos, empresarios, etcétera). Pues bien, desde el mismo momento en que se ha presentado, ya hay discrepancias, puesto que la Unión de Abonados de España se siente discriminada con respecto al peso de Anoet -empresarios- y los sectores profesionales.
El mundo taurino, en su conjunto, señala que no quiere intervencionismo. Sin embargo, en este caso recoge de la Administración recomendaciones y acuerdos, que deberían tener pactados desde hace tiempo.
Pentauro es una interesante aportación de directrices, pero muy difíciles de desarrollar con éxito por dos razones esenciales:
Primero, no existe actualmente un estamento que aglutine a todos los sectores y que funcione como una única voz propia, tanto internamente como con respecto a la Administración y a la sociedad en su conjunto. Y segundo, las competencias taurinas están prácticamente asumidas en casi todos sus apartados por las distintas comunidades autónomas. No olvidemos que una de ellas, Cataluña, ha prohibido el toreo por razones políticas, que no animalistas; ya que continúan los festejos populares en la calle para no perder a su semillero de votantes, de la Cataluña del Ebro. De hecho, se saltaron a la torera varios artículos de la Constitución, según prestigiosos juristas.
En principio, Pentauro no resuelve de un plumazo el primer escollo: la existencia de un ente superior al de los distintos sectores profesionales, una especie de Consejo Superior Taurino -han existido varios intentos en las últimas décadas, con distintas denominaciones, todos fallidos por intereses contrapuestos-, que estuviera por encima de las agrupaciones de toreros, ganaderos, empresarios, etcétera, con capacidad decisiva y resolutiva, en función de unos objetivos comunes.
Por poner algún ejemplo, dentro del primer apartado, en Calidad del producto, es prácticamente imposible que se cumpla con el toro, salvo que suceda una revolución, ya que en un notable número de ganaderías, predilectas de las figuras, crían el toro en función únicamente de sus fines. De hecho, por esta causa, han ido desapareciendo encastes. En cuanto a Competencia, ¿qué tal si cada torero se gana los contratos siguientes en cada actuación, en lugar de comenzar algunos con la temporada hecha? Vayamos a otro sueño, el del conocimiento de las cifras (ya sea de taquilla, honorarios…) que se mueven en el mundo del toro y que se ocultan. Ya puestos en buenos propósitos, bueno sería en tiempo de crisis el ajustar el precio de las localidades a los bolsillos de los espectadores potenciales. Posiblemente, es más fácil que nos toque el gordo que se cumpla todo lo enunciado. Con suerte, quizás, se lleve a efecto el apartado de estadísticas, que actualmente ni siquiera funciona en cuanto a la recogida del número de festejos, taquillaje, trofeos concedidos, etcétera, ya que unas comunidades lo facilitan y otras no.
Espero que se den algunos pasos. Pero me temo que en lo esencial, en la revitalización del espectáculo, todo quedará en el enésimo intento por lograr una estructura acertada dentro del opaco mundo taurino.
La versión original de este artículo puede consultarse en:
►PENTAURO, un ejercicio de "buenismo" taurino
Antonio Lorca, cronista del diario “El País”
Y bien es cierto que el PENTAURO es el evangelio taurino. En él están contenidos los mandamientos que hay que cumplir para que la fiesta de los toros, -la tauromaquia, según la terminología legal-, vuelva a resurgir de sus cenizas y recupere el prestigio de antaño y el honor que hoy se le debe reconocer como elemento cultural de primer orden. El problema, quizá el verdadero problema, es que esta medicina milagrosa aparece cuando el enfermo tiene las defensas muy bajas y el mal parece ya incurable; y cuando sus protagonistas están contagiados por un conservadurismo transnochado y un egoísmo repelente.
De ahí, que los cinco ejes, con sus correspondientes programas y medidas en los que se estructura, configuren un conjunto de objetivos teóricos y deseables, muchos de los cuales se presentan claramente inalcanzables en función del momento que atraviesa el espectáculo taurino.
Bueno es, sin duda, que un Gobierno asuma la tauromaquia como problema que requiere análisis y soluciones, le dedique tiempo e imaginación y trate de amparar a los millones de ciudadanos que la sienten como algo propio. Bueno es que un grupo de respetables expertos se devanen los sesos para plasmar en un papel los caminos que debe seguir la tauromaquia si pretende pervivir en los próximos años. Así, el trabajo resultante es, con sus conflictos, estimable, plausible y necesario; ilusionante e ilusorio, también, en gran parte de sus cometidos.
El punto de partida está cargado de interés: la consideración de la tauromaquia como patrimonio cultural y fenómeno económico habilitan al Estado para proponer un plan para el fomento de las actividades artísticas, creativas y productivas que la conforman. Y sigue: además de cultura, la tauromaquia es un sector económico de primera magnitud, con incidencia en los ámbitos empresarial, fiscal, agrícola-ganadero, medioambiental, social, generador de empleo, industrial y turístico.
Pero, a continuación, se produce la primera carencia porque el diagnóstico de la fiesta es blanco, vago, impreciso, incompleto y políticamente correcto. Se entiende, no obstante, que así sea para no molestar a ninguno de los que después dieron su aprobación al texto.
Asegura el documento que existe consenso (¿?) en el sector sobre una necesaria renovación interna y de posicionamiento estratégico frente a la sociedad; que falta unidad -es verdad-, y que sufre ´cierto´ inmovilismo; se refiere, además, a la multiplicidad de competencias administrativas, a las dificultades que padecen muchos profesionales a la hora de cobrar, a la disminución de espectadores, y a la emoción y el riesgo, como núcleo esencial del festejo taurino; añade que falta integridad en ´algunos´ espectáculos; que existe un problema de comunicación de la tradición y los valores de la tauromaquia, ´enfatizada por cierta sensibilidad social de protección de los animales´, constata la ausencia de subvenciones oficiales, y cita casi de pasada la ´disminución´ de espectáculos retransmitidos sin hacer mención de TVE, que, desde año 2006, solo ha retransmitido dos corridas de toros.
La primera conclusión es contundente y de perogrullo: hay que lograr que el producto taurino sea más atractivo; y promover una fiesta más abierta, viva y participativa, cercana y accesible, con capacidad para adaptarse a los tiempos y a los cambios políticos, sociales, económicos y culturales. ¡Evidente…!
Y llega el capítulo de los cinco ejes, donde aparece el ´buenismo´ oficial, tan cercano a los Gobiernos acomplejados con la fiesta de los toros.
He aquí algunas perlas: fomentar la formación de los futuros profesionales, mejorar la casta, la bravura y la integridad del toro, trabajar por la autenticidad de la fiesta con presidentes, veterinarios y delegados más preparados; y aprobar una nueva ley taurina y un nuevo reglamento de carácter nacional. Y la guinda final: impulsar los trámites para incluir la tauromaquia en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco. Por lo visto, se solucionan de un plumazo las competencias exclusivas de las Comunidades Autónomas en materia taurina, y las dificultades extremas que, con toda seguridad, encontrará la fiesta taurinas entre las paredes de la Unesco.
Quizá, lo más efectivo y posible, con permiso de Cristóbal Montoro, es que se pueda llevar a cabo una simplificación administrativa y una reducción de cargas fiscales y de la Seguridad Social, lo que facilitaría la celebración de espectáculos y rebajaría el precio de las entradas.
En fin, que el PENTAURO debe ser recibido con comedida esperanza porque encierra una meritoria voluntad de afrontar los muchos y graves problemas de la fiesta; pero, lamentablemente, no parece que pueda convertirse, como muchos piensan, en una oportunidad histórica. Este enfermo, a pesar de la probrada capacidad de tantos expertos, tiene muy mala cura. Quizá por eso, solo por eso, el PENTAURO corre el peligro de quedarse en un ejercicio de ´buenismo´ taurino.
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