Al estudiar el impacto político, social y económico que para España supuso la Guerra de la Independencia (1808-1814), el profesor Fernández de Gatta, de la Universidad de Salamanca, llama la atención en un aspecto de algún modo singular: “Junto a los terribles acontecimientos bélicos, la población y especialmente sus dirigentes políticos tratan de mantener la cotidianeidad y normalidad diaria, aunque no siempre era posible por las alteraciones derivadas de los acontecimientos bélicos, o por la incidencia de la escasez de productos y del hambre. Y en esa normalidad, muchas veces más aparente que real, no faltarán en esta época las fiestas, de carácter religioso la mayoría, y otras de carácter civil, como el teatro, los bailes populares y muchas más, y en particular y como elemento central las corridas de toros y novillos, que continuarán celebrándose por toda España en los años de la Guerra de la Independencia, tanto en la parte francesa como en la dominada por los aliados, aunque no de forma generalizada, siendo destacables, como veremos, los festejos taurinos celebrados en Madrid y en Andalucía, ya que el toreo corría por las venas del pueblo español, siendo su quintaesencia”.
Tras significar que antes de iniciarse esta guerra, la historia de la Tauromaquia venía siendo “una historia de normas prohibitivas imposibles de hacer cumplir”, en el inicio del conflicto parecía que “la desastrosa situación provocada por la propia guerra parecía poco propicia para las celebraciones y las fiestas de toros, asumiendo algunos autores que no pudo haber corridas de toros en esa época”. Sin embargo, no ocurrió así, sino que tan lógica hipótesis “fue refutada por la realidad de la celebración de múltiples corridas de toros durante los años de la guerra, y criticada con cierta inquina por otros autores de la época”.
De hecho, cuando se investiga en la documentación original de la época, se comprueba que “actualmente no existe duda alguna de que en los años de la Guerra de la Independencia (1808-1814) se celebraron un buen número de fiestas taurinas en muchos lugares de España, y por variados motivos y celebraciones”.
A documentar muy detalladamente esta realidad dedica su ensayo el profesor Fernández de Gatta en un trabajo titulado “Fiestas de toros,…y Derecho, en la España de la Guerra de la Independencia”, que forma parte de un libro de homenaje titulado “Derecho, eficacia y garantías en la sociedad global. Liber Amicorum I en honor de María del Carmen Calvo Sánchez”, que acaba de publicar Editorial Atelier.
este respecto, destaca el ensayista que “las fiestas de toros más importantes durante la época de José Bonaparte y de Fernando VII se celebraron principalmente en Madrid, en una plaza cercana la Puerta de Alcalá (edificada por Fernando VI, inaugurada en 1749, ó 1754 según algunos, y derribada en 1874) , aunque también las hubo en otras ciudades”.
La propia llegada a España de José Bonaparte se solemnizó, entre otros elementos, con la celebración de festejos taurinos. Y así, se dicta una Real orden en la que se establece “que sea recibido y tratado con todas las demostraciones de alegría que corresponde á la alta dignidad é íntima amistad y alianza con el Rey”; por lo que la maquinaria administrativa municipal se puso en marcha, y el Pleno del Ayuntamiento de la misma fecha acordó disponer tales celebraciones de bienvenida, adoptándose el día 25 el acuerdo de que “hubiese fiestas de toros en la Puerta de Alcalá”, y nombrándose al día siguiente al Marqués de Perales y a D. Juan Castanedo como comisarios de toros, mediante cuyas gestiones se compraron noventa toros para las conmemoraciones en honor del Emperador, que quedaron en los prados de La Muñoza, pertenecientes al convento de la Encarnación”.
Y cuando, tras la batalla de Bailen y otros reveses bélicos, José Bonaparte tiene que abandonar Madrid, para instalar u corte en Vitoria, y se prepara la proclamación de Fernando VII como Rey de España, entre los actos previstos para solemnizarla nuevamente se organizan corridas de toros: “tal como se anuncia en la Gaceta de Madrid del día 25, con varias ganaderías (p. ej., de D. Vicente Perdiguero, de la viuda de D. Mateo Olaya, de D. Manuel García Chivato y algunas de las que participaron en la anterior) y picadores (como Miguel Velázquez Molina, Juan Luis de Amisas o Juan Josef de Rueda), y con los mismos toreros . Es más, el Ayuntamiento de Madrid, mediante acuerdo de 30 de Agosto, no habiendo podido acudir todas las tropas a los festejos anteriores, ante ciertos desórdenes producidos y para resarcirse de ciertos gastos, estima necesario que haya más funciones de toros, en concreto seis; corridas de toros que efectivamente se celebraron, con bastantes desórdenes públicos, los días 19 y 26 de Septiembre y 3, 10, 17 y 24 de Octubre, con funciones de mañana y de tarde, de varias ganaderías (p. ej., de D. Juan Díaz Hidalgo, D. Magín Martín Moreno, D. José Jijón, el Conde de Valparaíso y otras ya mencionadas), diversos picadores (como Bartolomé Manzano, Luis Corchado, Juan Gallego, Francisco Ortiz y algunos de los ya mencionados) y en las que torearon, entre otros, Juan Núñez Sentimientos, Agustín Aroca (que toreó por última vez el 26 de Septiembre, al ser fusilado por los franceses) y los grandes toreros Jerónimo José Cándido y Francisco Herrera Rodríguez o Guillén, Curro Guillén; cerrándose así el ciclo taurino del año”.
Pero esta realidad se ve, a su vez, más remarcada con hechos como la entrada en vigor, durante el bonapartismo, de unas “instrucciones que dan los Comisarios electos por la Municipalidad para las fiestas de toros, en cuanto supo que S. M. quería restablecer las corridas”.
En Madrid la celebración de festejos taurinos continuó hasta el fin de la guerra. Pero otro tanto ocurrió en el resto de España, especialmente en Andalucía, pero también otros lugares.
Aunque algunos autores dudaban de que ocurriera en tal sentido, la realidad es que “hubo fiestas de toros en Cádiz, ciudad taurina por excelencia y con una plaza de las más importantes de España a finales del siglo XVIII. En efecto, se celebró una corrida de toros en honor de lord Wellington y de su hermano el marqués de Wellesley, a la sazón embajador del Reino Unido en España, en 1809, pero no propiamente en la ciudad sino que ante la situación de abandono y ruina de la plaza de la Hoyanca (cuyo derribo, ante los riesgos que entrañaba para la batería de San Miguel, pedirá este mismo año la Junta Militar de Defensa al Ayuntamiento), provocada por su cierre con la prohibición de Carlos IV en 1805, la misma fue trasladada a la plaza de El Puerto de Santa María, después del triunfal recibimiento en Cádiz, en el que incluso estuvo presente la heroína de Zaragoza, Agustina de Aragón”.
Todos estos elementos históricos constituyen tan sólo una breve muestra de cuantos detalla y documenta el profesor Fernández de Gatta en este importante ensayo, que el lector puede consultar en el archivo adjunto, que para una más cómoda lectura se incluye en formato PDF.
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