Las diferentes familias de intelectuales taurinos

por | 17 May 2012 | La opinión

“Y en los ojos de Manolete, que sentía la emoción del instante, asomaron lágrimas, que el torero secó con el puño de su manga. La sencillez de la escena, su entraña misma, su espontaneidad, rindieron para el torero una ovación, la que pudiéramos decir la ovación de L’hardy de escritores vestidos de smoking y bajo una luz artificial”. (Nota escrita de uno de los asistentes a la cena ofrecida por la intelectualidad de la época a “Manolete” en Lhardy el 11 de diciembre de 1944)

En la historia de la Fiesta siempre tendrá un hueco aquella cena célebre, en el que el madrileño restaurante Lardhy sirvió como escenario al encuentro de Manolete con la intelectualidad de su época. No resto importancia a este acontecimiento, que la tuvo, pero afirmo que este tipo de hechos episódicos no constituyen el ejemplo más significativo del papel que los pensadores y artistas debieran asumir en relación con la Fiesta. Pero, insisto, es importante por toda la historia que encierra detrás.

Cuántas veces se ha repetido que lo taurino necesita y casi exige de voces autorizadas que lo canten y cuenten, como toda actividad humana necesita del basamento que aportan quienes paren ideas que, además, sean nuevas y fundadas. Sin el discurso de los intelectuales, quedaríamos a falta de algo más que un elogio lúcido; nos faltaría el alma que siempre se requiere para toda obra humana que aspira a ser creativa desde su origen.

Sin embargo, no se puede ocultar que en más ocasiones de las debidas, ese paso de la intelectualidad por la Fiesta ha tenido un componente de pose, como de quien, ya en la madurez, descubre un día que la moda se recircula por los toros y se apunta a la misma, con fervor similar al que habría demostrado para apuntarse a su contraria. Me viene a la cabeza el caso de alguno que se acercó a la Fiesta cuando ya había deshojado muchas primaveras y pontifica hoy que ni “Guerrita” en sus mejores tiempos sería capaz de sentenciar, por más que no sepa distinguir un so de un arre. Es lo que bien podríamos denominar “el intelectual de guardia”, siempre dispuesto a subirse a una tarima que aporte algo de notoriedad.

Hay casos de verdadero sonrojo. En un recorte de periódico, no tan antiguo,  hay un artículo acerca del toro de lidia, en el que autor divaga acerca de su naturaleza y características propias. Entre divagaciones diversas pero todas rotundas, llevado de su profundo desconocimiento en un punto confundía algo tan diferente como un toro noble de un toro manso. Y se quedó tan satisfecho. Se ve que este buen hombre, que lo es, había leído mucho al santo de Asís y su historieta del lobo fiero  luego amansado milagrosamente. Por eso, a él le parecía que la noble bondad de aquel  toro era en realidad mansedumbre, pero en la acepción que el Santo  le adjudica a los corderos.

Por eso, no oculto que miro con un cierto punto de escepticismo estos movimientos de intelectuales surgidos hoy en día, más que nada cuando lo in es aparecer por un tendido, mayormente en las ferias,  pero que no responden a un sentimiento anterior y que, de cambiar los hábitos sociales, se irán corriendo tras el último grito de lo que socialmente impere.

Sin embargo, más allá de estos personajes de paso, cabe hablar con fundamento de una verdadera tradición en la relación de la intelectualidad con la Fiesta.  Si nos remontamos a los siglos XVIII y XIX, se comprueba como todo ese movimiento, apasionante como es, de la elaboración de las Tauromaquias, va muy estrechamente ligado a los intelectuales ilustrados, que en buena medida son los que en verdad escriben esos textos, aunque por lo general se asignen luego a los toreros cumbre de cada época. Su paso, pues, por la Fiesta no fue el de un diletante, que sobrevuela sin mayores pretensiones.

Planteada en términos muy similares la cuestión, se comprende que lo que en realidad más interesan son aquellos intelectuales que aportan su granito de arena al devenir taurino, no la de quienes al socaire de lo ajeno encuentran un campo más para sus bolos y sus galas. Por eso, vale la pena acercarse, por ejemplo, al pensamiento de Ortega, que sin alardear de ser el inventor de todo esto, se aproximó al planeta taurino con todo el bagaje de su honestidad intelectual; como ha sido apasionante la cercanía a los toros de  Ramón del Valle Inclán, con sus celebrados diálogos con Belmonte;  de Manuel Chaves Nogales, que ha sido y sigue siendo uno de los escritores más brillantes que ha tenido la Fiesta; de Ignacio Zuloaga o de Benlliure, de cuyas manos salieron honores taurinamente sólo comparables a la Puerta del Príncipe, y de tantos otros gracias a los cuales la Fiesta tiene el discurso intelectual que necesita. Sin ir más lejos, ahí está en toda su vigencia la obra de un académico como don José María de Cossío, que hizo posible ese monumental vademécum taurino nunca por ahora superado.

En este capítulo de los intelectuales y académicos, no todo se debiera fiar a un mirar hacia el pasado. Pensemos, por ejemplo, cuánto bien ha hecho a la Fiesta un cineasta como Jaime de Armiñán, con su maravillosa sensibilidad para obviar lo tópico y hacer genuinas sus escenas. Pero confieso también la particular predilección que me lleva a recordar aquí, incluso a invitar a repasar de vez en cuando sus escritos, el caso de un poeta excelso como José María Requena, que él si que verdaderamente encarnaba la gracia pensativa de Sevilla.

Pero no debiéramos olvidar tampoco a una personalidad como don Luis Bollaín, un jurista y escritor qué tuvo sus orígenes en los movimientos ganaderos surgidos en torno a Colmenar, que fundamentó las bases teóricas e incluso las históricas del belmontismo  y que peregrinó luego tras Curro, y no por modas, sino por sensibilidad ante las obras creativas del espíritu. Algún día llegará, al menos eso espero, en el que se haga necesario recopilar toda su obra escrita, sin la que muchos pasajes de la historia  taurina contemporánea estarían a falta de una explicación más razonada.

Tampoco se trata de confeccionar aquí una guía onomástica de autores, tan solo se ejemplifican algunos casos, los que me vienen a la memoria hoy. De todos ellos puede aprenderse una cosa que es grande y muy recomendable: a compaginar el apasionamiento, que de suyo exige lo taurino, con la ponderación de los análisis y de las opiniones, que es condición necesaria para explicarse todos los por qué, que son muchos, nacidos en un ruedo. Diría más. Si cuando uno se acerca a la obra de los intelectuales no le ayudan a compaginar esta antinomia de la pasión y el sosegado pensamiento, que como por encanto deja de serlo en el caso de la Fiesta de toros, ahí se encontrará una señal de alarma que ayudará a distinguir el trigo de la paja. De paso, podremos distinguir al “intelectual de guardia” que aparece con las modas y los intelectuales verdaderos.

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Taurología

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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