Con la declaración institucional de ANOET y las posteriores explicaciones que han tratado de dar, la realidad es que han dado un enérgico puñetazo encima de la mesa de la Tauromaquia, que ya de por sí tiene más que síntomas de inestabilidad. No se puede abrigar ningún género de certezas, porque este mundo es así de complejo, sobre que esas “diez de última” que ha cantado la patronal vayan a servir para enderezar el rumbo general del toreo como actividad socioeconómica.
De hecho, no deja de ser llamativo que, frente al revuelo mediático que ha generado esta posición de la gran patronal, los demás sectores taurinos no han querido ni darse por enterados. En realidad, la han envuelto en una espesa manta de silencios, cuando son los primeros señalados como colaboradores necesarios si entre todos quieren evitar esa “quiebra del mundo del toro” que anunciaron los empresarios.
Pero por encima de acuerdos y desacuerdos sobre los aspectos explicativos de su posición, hay un tema en el que se produce una coincidencia plena: el modelo actual de la Fiesta está muy ampliamente superado y carece de validez práctica para una actividad que se desarrolla en la sociedad del siglo XXI.
Por eso, no puede concluirse mas que en un objetivo: cuantos integran ese “mundo del toro” –que es amplísimo y variado en su composición– no tienen más remedio que volver a reinventarse. Cierto que es algo inédito en la historia de la Tauromaquia, salvo que nos remontemos a etapas tan antiguas como la revolución que supuso en todos los ordenes que el toreo caballeresco se transformara en el toreo a pie y adoptara unas normas regladas.
Puede parecer una exageración, pero a poco que se piense y se revise la historia, la transformación que hoy precisan las actividades taurinas no es de orden menor que aquella otra de hace siglos. Tendrá, desde luego, unas formas distintas y dependerá de unas decisiones muy diferentes en su contenido, por en cuanto se refiere a la dimensión de los cambios que deben introducirse no le va a saga.
Como se trata de un tema de complicado redimensionamiento económico, puede parecer que es de un orden secundario. En la práctica no ocurre así. Y es que si los profesionales quieren no sólo sostener, sino actualizar, este edificio común que es la Tauromaquia, los cimientos verdaderos están en volver a conseguir la taurinización de nuestra sociedad. Cierto que es un asunto en extremo complejo, pero por ello hay que dejar de abordarlo.
A lo largo de la historia, el gran colchón social que ha dado estabilidad al toreo –incluso desde esa época caballeresca a la que antes de aludía– ha radicado siempre en el hecho de desenvolverse en una sociedad con gran apego a lo taurino. Al final, era el parapeto inexpugnable frente a todo género de avatares políticos, sociales e incluso económicos. Es de tal evidencia que no resulta necesario a acudir a otros ejemplos para comprender la dimensión de este fenómeno.
Sin embargo, de forma más acusada a partir de las dos últimas décadas del siglo XX, el panorama social cambia de manera radical. Y cambia en todo y en todos los escenarios pensables. Cambia en el propio concepto y en todas sus manifestaciones del ocio. Cambian, pese a los vaivenes de las sucesivas crisis económicas, conceptos tan esenciales como pueden ser el sentido del confort, de los gustos y preferencias sociales, de la propia distribución de los ingresos familiares y su “cesta de la compra”. Cambia de forma radical el panorama mediático en sí mismo, pero también en sus condicionantes de todo tipo para dedicar espacios a lo taurino. Cambia, ¡y qué cambio!, las características y las condiciones de la intercomunicación, que del antiguo telegrama al final de la corrida hemos pasado al permanente contacto online y universal. Pero cambian también los grandes conceptos sociales que mueven a la ciudadanía, que es lo que explica, por ejemplo, el verdadero boom que experimentan las corrientes medioambientalistas y de todas sus derivaciones, entre las cuáles se encuentran las opositoras a la actividad taurina.
Frente a un nuevo panorama de tal dimensión y profundidad, resulta extremadamente complejo y arduo devolver al menos en parte –porque en su totalidad resulta sencillamente inviable— a esta sociedad a unos niveles suficiente de taurinización. Pero no es imposible. Lo que ocurre es que conseguir esa meta, como explican los sociólogos, exige mucha dedicación, mucha imaginación, mucho esfuerzo, hasta un importante presupuesto; pero ante todo, una unidad compacta de todos los sectores taurinos para desarrollar ese trabajo en común.
Pero incluso más allá de que consiga o no este objetivo de fondo, que es el que marca el desarrollo de los tiempos actuales, ese mundo del toro va a necesitar incorporar nuevos conceptos, nuevas formas, hasta nuevas técnicas, para una gestión integral.
Resulta una obviedad afirmar que la Tauromaquia se sustenta sobre cuatro patas: de un lado, los gestores, los empresarios; de otro, los toreros, en cualquiera de sus escalafones; una tercera lo forman los criadores de bravo; y una cuarta los poderes públicos, como titulares de una mayoría de las plazas. Y para completar el cuadro, en medio de todos se encuentra ese concepto tan multiforme que conocemos como la afición, que al final es quien aporta liquidez económica al sistema.
Dejemos momentáneamente al margen a los poderes públicos, que tienen sus propias dinámicas. La experiencia actual nos dice que las otras tres patas, si quieren sortear la traída y llevada “quiebra”, necesitan establecer sus relaciones, y hasta sus propias representaciones, sobre unas nuevas bases; las actuales han quedado superadas por la realidad de los hechos.
Y así, la representación de los tres sectores profesionales necesitan tener un carácter unitario, con la fórmula legal que fuere –que hay varias—; lo que no pueden es sentarse hablar con varias voces diferentes dentro de cada uno de los propios sectores. Y así, por ejemplo, los criadores necesitaran formar algo así como una confederación con todas las organizaciones que hoy se mantienen activas. Pero otro tanto debería hace empresarios y toreros. Hoy no hay espacio posible para que cada uno de estos sectores los grandes vayan por un lado y los pequeños por otro, cuando al final los problemas comunes son los mismos. En el fondo, si se impusiera la lógica económica y de gestión, estos polos profesionales tendrían que reconvertirse, con ese nombre o con otro, en verdaderas patronales.
Hay algunos segmentos profesionales que se resisten a ello. Es posible que les asista la razón histórica y la tradición, como es el caso de la fórmula tripartita del Convenio Taurino. Pero que les pueda asistir una razón histórica no por ello hace posible que la misma cuadre con la realidad económica del momento que vivimos. Habitualmente los que más disparidad mantienen con este criterio son los toreros, que hoy siguen sentados en los dos lados de una hipotética mesa negociadora: son empleadores para sus cuadrilla y aparecen como profesionales por cuenta ajena para los empresarios.
Conviene advertir que aquí no se pone en cuestión nada relativo a los derechos sociales de unos y de otros. Entre otras cosas, porque aquí no se trata de un Convenio Colectivo, que es cuestión muy distinta. Y mucho menos se pone en cuestión ningún género de derechos sociales, una cuestión que, con la ley en la mano, admite muchas fórmulas distintas y todas ellas con el mismo grado de seguridad para el interesado.
Lo que se advierte es que, con tradición y sin ella, los llamados “jefes de cuadrilla” necesitan asumir su condición de sector económico propio. En primer término, porque ellos tienen empleados a su cargo, incluso con carácter de exclusividad y con diferentes compromisos. En segundo, porque al final de un orden estimado del 75-80% de los ingresos que reciben, se facturan a través de sociedades mercantiles y el resto se hace con la categoría de profesionales autónomos. Es decir, guste o no, mantienen una diferenciación cualitativa con el resto de los escalafones taurinos, que en realidad responden al modelo de ser “trabajadores por cuenta ajena”.
Pues bien, si estas tres patas básicas de la Tauromaquia –empresarios, ganaderos y “jefes de cuadrilla”– no aciertan a asumir su verdadera condición de constituir en sí mismo un sector económico propio, con todas las consecuencia que ello representa, no puede sostenerse un verdadero plan de racionalización económica, ni cabe protagonizar una actuación común, como hoy se exige para salvar la crisis, la llamemos como la llamemos.
Al final, algo de este género nos dicta la propia experiencia. Basta mirar hacia las causas que motivaron que un proyecto bienintencionado, como fue la Mesa del Toro, resultara un fracaso. Es entrar en el campo de las hipótesis sobre el pasado, que es un ejercicio de gran riesgo, pero no nos alejaríamos mucho de la realidad si se afirma que aquella Mesa se hubeira construido sobre estas tres columnas vertebrales, concebidas cada una de ellas como entidades unitarias, las cosas podr
Quedaba pendiente de abordar en este informe el papel que les corresponde a los poderes públicos. Hay un consenso general, entre todos los profesionales, que lo mejor acaba siendo que la política y los políticos se mantengan alejados de sus problemas. Y hasta cierto punto, se trata de una postura sensata, a la vista de la experiencia.
Sin embargo, resulta imposible de evitar esa presencia de lo público. Al menos por un aspecto esencial: los arrendamientos de las plazas. En la vigente Comisión de Asuntos Taurinos se trabaja sobre esta materia y todo lleva a pensar que en una dirección adecuada. Pero en ningún caso será suficiente, porque de esa Comisión saldrán documentos valiosos, pero no de obligado cumplimiento, que es lo que hoy se necesita para dar estabilidad a la actividad.
Pues es ahí, es en ese punto, donde volvemos a las consideraciones anteriores. Para que el reordenamiento general de los arrendamientos camine por sendas de racionalidad, se necesitan acuerdos concretos y específicos de las tres patas fundamentales de la Tauromaquia con las Corporaciones locales y autonómicas, y en su caso con la Administración del Estado, para la legislación de carácter general.
Para otros sectores económicos ha sido un empeño viable. No tiene por qué ocurrir lo contrario en el caso de la Tauromaquia. Lo que de manera necesaria exige es que el mundo del toro afronte esa negociación con tres representaciones sólidas y bien asentadas sobre unas bases comunes. No basta con que las patronales de empresarios negocien. Y no basta porque el impacto económico del arrendamiento en las cuentas generales del toreo condiciona cualquier otro movimiento verdaderamente estructural que se quiera desarrollar. Por eso, empresarios debieran trabajar juntos a ganaderos y a “jefes de cuadrilla”. Entre otras razones, porque de su unidad corporativa depende hasta la propia fuerza que vayan a tener en una mesa de negociación.
A lo mejor eso exige ir negociando Corporación a Corporación, porque los acuerdos directos con la Federación de Municipios y Provincias tienen un escaso margen de obligatoriedad en sus decisiones. Pero esa circunstancia resulta irrelevante para conseguir el objetivo que se trata de alcanzar; lo único que aporta es más trabajo, porque en lugar de una negociación habrá que hacer varias docenas.
0 comentarios