VALENCIA. Sexta de la Feria de Fallas. Tres cuartos de plaza. jueves 16 de marzo de 2017. Toros de Victoriano del Río, justos de presentación y con un juego muy por debajo de lo esperado. Sebastián Castella (de rosa y oro) silencio tras aviso y palmas tras avis. Miguel Ángel Perera (de verde botella y oro), silencio tras aviso y dos orejas protestadas tras aviso. Román (de nazareno y oro), oreja y silencio.
Como algunos niños dicen en la noche de Reyes, los toreros bien podría protestar hoy con aquello de: “Si esto no es lo que yo pedí…” Y es que, desde luego, el lote enviado por Victoriano del Río no se ajustaba en nada las previsiones usuales. Por lo pronto, aprovechando que las Fallas pasan por marzo, ha dado salida al género de la camada anterior: hasta cuatro cuatreños, tres ellos a muy pocos meses de traspasar la línea prohibitiva de los 6 años. Pero es que, además, ninguno contó que esa dosis de emotiva nobleza domecq que tiene acreditada.
Si nos ponemos a pormenorizar, el primero gazapaeó de forma agobiante desde que pisó la arena; el 2º se rajó sin disimulo alguno; manso y duro, el que hizo 3º, con el que se fajo Román; sin raza ni fijeza, el 4º; con insípida nobleza el 5º y muy reservón el que el cerró la tarde. Más pobre balance no cabe. Es lo que suele ocurrir con estos “toros predecibles” cuando se salen del guión para el que han sido reprogramados.
Ninguno de los de su lote –ambos cinqueños muy pasados– le dieron opción a Sebastián Castella para el triunfo. Eso sí, fue una buena noticia comprobar como el torero de Beziers ha comenzado el año con el gran nivel con que cerró el anterior en Sevilla: estuvo sobrado con los dos de Victoriano. Con mucha decisión le plantó cara al gazapón y consiguió el difícil logro de sostener en los medios al 4º, tan informal como era y tan buscón de las tablas. Con semejante material ponernos a hablar de naturales sentidos –que alguno hubo– carece de todo sentido.
Perera no ha perdido el sentido del temple (SCP) |
De puro trámite aunque demasiado larga la faena de Perera con su primero: allí no había más cera para arder. Mejoró de forma considerable frente al 5º, que era de esos toros que “no dicen nada”, pero van y vienen. El extremeño tiró de su reconocido temple, para en los finales aportar su dosis habitual de arrimones y calentar a la complacencia. Mató con eficacia y la presidencia sacó los dos pañuelos, el segundo tan protestado como innecesario.
Sorprendieron los progresos indudables de Román. Le echó las dos rodillas en tierra para comenzar su primera faena, a costa de una señora voltereta. Pero el valenciano no se arredró y se puso en el sitio en el que los cogen y embisten los toros. Todo su trasteo tuvo autenticidad y mucha mayor templanza que en años anteriores. La estocada rinconera no fue obstáculo para que se le pidiera y se le concediera una oreja. Su turno lo cerró con un paradísimo y venido a menos, ante el que solo cabía enseñar sus defectos y matarlo. Es lo que hizo con buen criterio.
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