La vergüenza torera

por | 17 Ago 2012 | Firma invitada

Después de leer con suma atención los tan excelentes como lúcidos  trabajos “¿Hasta cuándo?, ¿hacia dónde?” y  La ética frente a la decadencia de la Fiesta” no puedo más que mostrarme totalmente de acuerdo con su contenido, no pudiendo además evitar el recuerdo de unos párrafos leídos hace algún tiempo en una obra sobre historia militar española que creo se complementan a la perfección con lo expuesto en los citados artículos.

Es patente, y fácilmente demostrable, el origen militar, por caballeresco, del toreo. Ello lo impregnó del código de honor que, con las excepciones individuales de rigor, regía – y rige –  el segmento militar de la sociedad.

El toreo caballeresco siempre fue una manifestación desinteresada de habilidad ecuestre y de valor sereno. Jamás un caballero, tanto si se trataba de un Grande de España como de un simple hidalgo, debía torear – exponiendo su salud y su vida – por dinero, pues ello implicaba infamia tanto para él como para su familia. Tal hecho mancillaba el honor, la honra y el buen nombre de toda una estirpe.

Cuando, en el siglo XVIII, el toreo a pie, practicado por plebeyos, tomó el relevo del ecuestre lo hizo como una actividad profesional, o lo que es igual, remunerada, pero, al margen de esa importante diferencia, el código de honor castrense o caballeresco pasó prácticamente íntegro al nuevo y arriesgado [posiblemente mucho más que el ecuestre] modo de torear y matar toros.

Como suele ocurrir, el paso del tiempo perfeccionó el instinto comercial de los nuevos lidiadores [véase el documentado trabajo de D. Luis Alonso “Los dineros de los toreros antiguos”, publicado recientemente en este mismo medio], elevando cada vez más el número de ceros en las clausulas contractuales de los más afamados diestros [“Guerrita” fue un magnífico negociante que mercantilizó la Fiesta de los toros” dice el Sr. Alonso] a la vez que, muy poco a poco al principio, y con mucha mayor rapidez ya en el siglo pasado, comenzó a aguarse el recio vino del pundonor [“vergüenza torera”] heredado del caballero toreador  hasta llegar al “tinto de verano” actual.  

La única respuesta que me viene a la cabeza al “¿hacia dónde?” del Sr. García es, aunque parezca paradójico y enmarcándola en el siglo actual, volver a esa ética caballeresca.

No deseando fatigar al [seguramente ya fatigado por la reiteración del tema] lector, cerraremos estas reflexiones con los párrafos aludidos. Nos servirán para comprobar la distancia recorrida éticamente hablando.

Esta enorme exigencia íntima [la reputación] representada por el honor venía alimentada por el conocimiento de las hazañas que habían realizado los compatriotas en el pasado y que seguían realizando cotidianamente a la vista de todos. Unas y otras habían forjado un sentimiento de superioridad [de la infantería española] verdaderamente macizo. Es evidente que un sentimiento así obliga muchísimo. Los españoles de los Tercios, como sabían que eran los mejores, aceptaban sin rechistar que se les empleara en todo aquello que parecía imposible a los demás.

Cuando los españoles llevaban tres meses sitiados en Amiens [el sitio duró desde marzo a septiembre de 1597], y ya estaban comiendo ratas y cuero hervido, un capitán español estaba seriamente preocupado porque ya no se luchaba por la reputación sino por salvar la vida, bajeza que sin duda le parecía repugnante[1].  

 

[1] F. Martínez Laínez / J.Mª. Sánchez de Toca “Tercios de España”, Madrid 2006, p. 46.                


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Taurología

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