SEVILLA. Undécima de feria. Lleno de “No hay billetes”. Toros de Juan Pedro Domecq (el 6º tris como sobrero), de guapa estampa y sin maldad, pero carentes de casta y fuerza. Enrique Ponce (de azul cielo y oro), silencio tras un aviso y palmas tras un aviso. José Mª Manzanares (de nazareno y oro), una oreja y silencio tras un aviso. Ginés Marín (de azul celeste y oro), ovación y silencio.
Otra tarde de transcurso lento y plúmbeo, con un larguísimo metraje: 2 horas y 45 minutos.
Más deslucida no ha podido ser. Pese al 2º de la tarde, al que Manzanares le cortó una oreja. Para un desfile de modelo, la corrida de Juan Pedro Domecq era perfecta: toros de guapa lámina –en eso bajó el último sobrero–, bien rematados; de poner algún pero, de cabezas muy recogiditas. Pero para una corrida, insufribles: tenían una nobleza tontuna, les costaba un mundo humillar y, sobre todo, carecían de cualquier goterón de raza y casta. Por eso, fue una tarde light, sin sustancia ni alimento. Así no hay quien cree ni arte ni emoción, haga el torero lo que haga.
Si a lo laboriosa que se hace la lidia con toros de este corte se le añade la desesperante lentitud con la que se desarrolla la lidia, el resultado es un pestiño de festejo, que lo que estaba pidiendo era irse a pasear por la orilla del río. Aquí acaba uno hasta entumecido. Bendito público que, después de pagar un dineral, aguanta sin soliviantarse dos tardes de este pelaje.
De los 8 que saltaron al ruedo, medio se salvó el 2º, pero con muchos matices, todos las que exige su muy escasa casta. Entre otras cosas, como es bien sabido, no se le podía exigir, más allá de acompañarle sus viaje siguiendo los engaños. Pero eso de bajarle mano para llevarlos largos, eso estaba vedado. Si eso era con el medio bueno, ya me dirán que ocurre con los otros. De hecho, ni el propio Manzanares, pese a la oreja que se le concedió, se debió sentir a gusto: mostró su lado de elegancia, pero no su profundidad como torero, porque si dejaba de llevarlo a su altura, no podía “ni ponerse bonito”.
No ha tenido demasiada suerte en esta feria Enrique Ponce, pendiente como tiene su Puerta del Príncipe de la madurez. Medio salvó la tarde de la corrida de Garcigrande, pero este viernes lo ha tenido imposible. Ni “Dibujante” ni “Ojeroso” estaban por la labor. Por más que el valenciano tratara de imprimir suavidad a los engaños –que lo hacía casi como si fuera respiración asistida–, dejando ir a su aire a los domecq, ni así podía encadenar dos muletazos vibrantes.
José María Manzanares sin esfuerzo alguno aprovechó lo que llevaba dentro su primero, que para más bromas se llamaba "Manzanilla". Ya es casualidad. Con el capote lo más relevante acabó siendo el quite primoroso de Ginés Marín. Con más autenticidad sobre la mano derecha, el de Alicante construyó una faena aceptable, naturalmente de muy liviano peso, porque no tenía otra opción. Lo más rotundo, el espadazo final, entrando muy por derecho. Pese a todo, pudo y debió pisar el acelerador más a fondo con este toro. el 5º tan sólo pudo explicar como, por su poco fundamento, el domecq de turno no estaba hecho para el toreo, pero tenía algunos componentes para haber estado mejor.
A Ginés Marín, que torea como los ángeles, le está costando demasiado entrar en la Maestranza como matador de toros. Tanto en la feria de 2017 como en la de ahora, la suerte se le ha puesto de espaldas. Ya es cosa que de 4 toros que ha tenido, los cuatro hayan sido de imposible lucimiento. Pero la Maestranza seguirá en el Paseo de Colón para ocasiones venideras. De hecho, este viernes la afición le estaba esperando con interés. La pena es que tan sólo pudo ofrecerles media doce de lances muy sentidos, tres medias verónica de usía y un par de pases de pecho para enmarcar.
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