Constituye, desde luego, un mal endémico. Y camino va de ser irresoluble, según pintan las cosas. Sin embargo, nada sería más importante ahora mismo para esta Fiesta nuestra en medio de la tormenta de una crisis general. Pero nada lleva a tener un mínimo de esperanza. Conseguir una base común y compartida entre todos se nos presenta como un bien inalcanzable.
En otros casos, cuando se dan procesos de esta naturaleza siempre se han debido a su propia desvertebración profesional, en virtud de la cual se borran los límites que definen a cada una las actividades propias de su sector, punto a partir del cuál se diluye cualquier posibilidad de liderazgo, sin el que resulta prácticamente imposible avanzar. En su lugar se produce una agudización de las confrontaciones de intereses particulares, en detrimento de lo que deberían ser intereses comunes.
La actual coyuntura taurina responde a estos patrones. Partiendo de posiciones de una defensa legítima de intereses particulares, se pierde el norte de que hay una meta común y más importante que esa de “resolver lo mío”. Se pierde de vista, en suma, que si la Fiesta entra en crisis, como ocurre ahora, no habrá intereses tuyo, ni intereses míos: todos saldrán perdiendo y acabaran siendo damnificados.
Si ahora las circunstancias económicas, pero también las institucionales, son las que todos conocemos, de poco vale que una de las profesiones que forma parte de ese concepto global de lo taurino quiera quiere ir por su cuenta, sin tener presente a los demás. Es puro sentido común: frente a las dificultades solo la unidad da fortaleza a un colectivo.
Cuando un barco va a la deriva, el capitán tiene que tomar el mando; si camareros, mecánicos o maquinistas –todos indispensables para el buen viaje del crucero– se ponen a dan ordenes, lo único seguro es que el barco zozobra. Nuestro problema es que cada vez que se ha tratado de constituir a ese capitán institucional, lo primero que se ha hecho es buscarle las vueltas para cambiarlo.
Sin embargo. este modo de razonar se topa además con un escollo que siempre ha sido casi un tabú: el dinero de cada cuál, en cuya defensa cada uno se encastilla en su posición propia, sin pensar que es la hora de alcanzar una posición compartida que permita superar el crítico momento económico.
No otra cosa viene ocurriendo en otros muchos sectores y hasta en las economías familiares. Cuando con sensatez todos los interesados ponen por delante la meta común, el camino se allana, bien que a base de sacrificio de las posiciones particulares de cada una de partes.
En el planeta de los toros –cuyos dineros tienen como único origen la taquilla– las experiencias recientes llevan en esta materia hacia un cierto pesimismo. No se atisban posiciones que permitan intuir al menos una vía de acuerdo global. De nada vale argumentos que si en épocas de “vacas gordas” eran de dudosa eficacia, cuando las vacas enflaquecen el panorama no se sostienen de pié.
Tiene toda lógica que cada cual quiera defender su posición y sus dineros; es legítimo que lo haga. Pero cuando en el toreo sólo hay una fuente de ingresos y éste decae con la fuerza que lo ha hecho, no replantearse “lo mío” en beneficio de “lo de todos” constituye una política equivocada.
No nos apartamos de la realidad si se afirma que en buena parte este tipo de confrontación de intereses exigen para su solución dos elementos indispensables: la transparencia mutua y la capacidad de diálogo. Si se establece un clima de mutua desconfianza, difícil se pone un panorama de esperanzas.
No hay mundo profesional como el taurino en el que esa transparencia esté tan ausente. Y, en consecuencia, todo se establece en base a la desconfianza, que viene motivada en muchas ocasiones por una simpleza de tal calibre como ese “me han dicho que has dicho” que envenena las relaciones mutuas. Cuántos ejemplos concretos podrían ponerse de situaciones pintorescas, como esas de un taurino elogiando a quien está presente, para en cuanto se ausenta ponerle de vuelta y media. ¿Por qué cuando un taurino dice “a” hay que interpretar que está queriendo decir “b”? Razonamiento ignoto y sin sentido, pero muy dañino.
Por eso, el camino para restablecer la unidad entre los sectores taurinos debiera comenzar por el restablecimiento de la confianza mutua: menos dimes y diretes y más trabajar por los intereses comunes. Todo lo cuál exige un cambio de actitudes y no pocas renuncias a reivindicaciones de parte. Pero ese es el precio a pagar si se quiere sacer a la Fiesta de la crisis.
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