(…) No: la fiesta de toros nada tiene que ver con la monótona esclavitud de la masa uniformada. Tiene, sí, sus cánones inmutables para el vestido y la actitud, para la acción y para el gesto. Pero esas reglas son tan majestuosamente severas y tan suntuosamente libres como lo es la liturgia: rito en el que se funden armoniosamente lo colectivo y lo individual, el pueblo y la persona, sin mengua de ninguno y, por lo contrario, en rica unidad de expresión que transfigura al individuo y ennoblece al conjunto.
Todo, en los toros, es exaltación de la persona. Un hombre –el hombre- se enfrenta a una fiera sobre la arena de las hazañas. Un hombre que va a defender su vida y su dignidad de las acometidas del instinto y de la muerte; pero –condición esencial de nuestra hispana fiesta- esa defensa no ha de ser ni un vulgar escapa, ni una escaramuza hábil. Ha de ser una defensa preñada de un exacto sentido del rigor de la regla y de la dignidad de la belleza; una defensa en la que no sólo se salva el bienestar de la piel y la integridad del cuerpo, sino en la que esa fisiología rescatada sirva de peana al salto triunfal del espíritu. Porque en la fiesta de toros no aceptamos la seguridad sin belleza, la habilidad sin arrojo, la vida sin verdad. Y no lo admitimos, porque la fiesta de toros es la fiesta del hombre; y creemos que el hombre que se resigna a dejar la belleza y el valor y la verdad a cambio de la hábil tranquilidad o del escamoteo sin riesgo, ha dejado de ser hombre.
Precisamente si nosotros glorificamos a nuestros toreros hasta extremos que pueden parecer exagerados a la observación extraña; si hacemos de ellos figuras cuajadas de gloria y abrumadas de renombre no es sólo porque nuestros toreros sean valientes, bizarros y fotogénicos. Es por otra cosa más alta: porque en ellos encuentra un símbolo de la certera visión de nuestros pueblos. Y así, el torero es símbolo de verdad porque su gracia y su arte han sido probados en el lindero mismo de los cuernos que hieren; símbolo de lucha, porque el torero triunfa cada tarde sobre todas las acechanzas de la bestia –esa misma bestia que en el pecho de cada hombre libra a todas horas la batalla que sólo acaba con la muerte-; símbolo de exaltación personal, porque en el torero lo que vence no es su destreza manual o la agilidad de sus piernas –meros instrumentos de más alta victoria-, sino que son el afán de belleza, de creación y del propio cumplimiento los que ganan la ruda pelea. Es, en fin, el torero, símbolo del espíritu que humilla a la materia; de la razón de derrota al instinto; del pensamiento que sojuzga y rinde el embate de lo irracional; ¡grande orgullo de nuestros pueblos el poder tener y el poder vivir cada tarde en las plazas de toros esta luminosa y vigorizante representación del drama del hombre!
Vigorizante, sí, porque en cada minuto de la corrida de toros se aprende esa lección del más sabio y más humano valor: para conquistarlo todo, hay que estar dispuesto a dejarlo todo. Para alcanzar lo que no se tiene, hay que estar listo a arrojar en cada instante lo que se tiene. Para conquistar la vida, hay que saber mirar la muerte. Ni son posibles las componendas entre la vida y la muerte, porque de ello no nace sino algo que no es ni una cosa ni otra –la agonía-, ni puede haber acuerdo alguno entre la bestia y el hombre porque la componenda iguala al nivel del inferior. Y así, la bestia no alcanzará la razón del hombre y en cambio el hombre se nivela al ras del apetito y del instinto.
Y son entonces los toros una de las más bellas manifestaciones de uno de los mejores rasgos de nuestra raza: su amor a la claridad, a la precisión, a la definición. Su repugnancia por la confusión; por todo lo que es turbio y diluído. Sol y sombra; bronca y ovación; hombre y bestia; espíritu y materia; vida y muerte. Tales son los términos entre los que se planta la fiesta de toros. Y la existencia toda de nuestros pueblos, tan ajena a la gris uniformidad de la masa y a la niebla de la componenda”.
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Carlos Septien, "El Tio Carlos" |
Luego de haber leído estas espléndidas notas, que ni por mucho alcanzaría a concebir este servidor, lo único que queda es justificar en toda su magnitud al autor de las mismas. Y es que no puede ser otros que Carlos Septién García, “El Tío Carlos”, autor de memorables crónicas y escritos, sabedor de que tener una pluma en ristre era para desplegar un caudal de conocimientos y virtudes ligadas a un personaje cuyo bagaje cultural y universal era basto.[1] Combinado ese privilegio con su buen hacer y decir, es que don Carlos, puede decirse, se adelantó a su tiempo, y al traer hasta aquí un texto publicado en 1947, parece llegar en unos momentos en que sigue necesitando aliento y razón para justificar lo profundo en toda esa suma de significados que posee la tauromaquia, justo cuando personajes como Jordi Savall, que además de estar convertido en ciudadano del mundo, aprecia como un luchador desde la trinchera musical confesando que “desde hace décadas me dedico a hacer tomar conciencia a través de la música. Es el único camino que nos queda. Soy consciente también de que la gente, cada día, vive sus conflictos. Guerra, desempleo, desahucios, no poder acceder a según qué estudios”.
Y luego va más allá este genial intérprete catalán de las músicas antiguas al señalar que “vivimos en una espiral dentro de un mundo cada vez más tecnológico y globalizado. Los centros de poder se alejan cada vez más del alcance del ser humano y de lo esencial nadie se ocupa. Durante años, pensamos que la democracia era el mejor de nuestros sistemas. Pero cuando las estructuras económica superar al poder político, todo eso se debilita. ¿Quién manda en Europa? Esa pregunta late en movimientos como el 15-M, la Grecia que ha elegida a Syriza o el independentismo catalán. La gente toma conciencia para intentar volver a sujetar las riendas. La distancia se agranda, la brecha entre ricos y pobres también, y quien decide nuestros destinos no es aquel interesado en el bienestar general. Necesitamos un nuevo humanismo. Devolver al hombre al centro de la preocupación”.
Volver al “centro de la preocupación” que no es otra cosa que un despreciado origen de las cosas, ese de donde partimos como seres humanos y hacia dónde vamos. Pero no se puede tener una visión clara del presente si no nos preguntamos en qué medida hemos sido capaces de ser lo que somos si antes no entendemos que esa formación tomó siglos de preparación en donde cohabitaron conflictos de toda índole, cruce de culturas y que hasta nuestros días siguen generando conflictos, muchos de ellos tan profundos que sólo pueden entenderse en fenómenos tan fuertes como los inmigrantes, por ejemplo.
Por todas estas razones, donde pluma y pensamiento de un Carlos Septién García hoy recuperado aquí, gracias a uno de sus textos esenciales, que junto a la visión real de ese gran intérprete, como lo es el director de Hespèrion XXI, la Capella Reial de Catalunya o Le Concert des Nations hacen que lo anterior se convierta en una bocanada de aire fresco, un recordatorio entre la convivencia habida entre el pasado y la realidad del presente. Sin ambos elementos es posible que se pierdan de vista una serie de valores indispensables en un momento que no solo tiene que ver con la defensa, legítima o no de ese espectáculo que acumula diversas representaciones rituales, sino también de los riesgos que implican los dictados que esa modernidad impone, pues como reafirmaba –y de nuevo Jordi Savall-: “Hay algo que no debemos olvidar. Dentro del mundo globalizado es importante conservar raíces. La lengua, la identidad. No va en contra de nadie. Hablamos de la organización, de la gestión de tu herencia cultural”,[2] y eso creo es lo que hacemos hoy día los taurinos, reforzados por “armas cargadas de futuro”, como el genial escrito del “Tío Carlos”, tal cual lo expresaba Gabriel Celaya en ese verso universal salido de su profunda inspiración.
[1] SEPTIÉN GARCÍA, Carlos (seud. “El Tío Carlos – El Quinto”): CRÓNICAS DE TOROS. Dibujos de Carlos León. México, Editorial Jus, 1948. 398 p. Ils., p. 329-331.
►Los escritos de José Francisco Coello Ugalde pueden consultarse a través de su blogs “Aportaciones histórico taurinas mexicana”, en la dirección:
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