MADRID.- Vigésimo novena del abono de San Isidro. Más de media entrada; según la empresa: 13.988 espectadores (el 59,6 % del aforo), en tarde entoldada y, como ya se ha hecho habitual, con rachas de fuerte viento.
Toros de Valdellán (Jesús Mª. Martínez Pinilla), tres de ellos cinqueños –3º, 4º y 5º–, con 582,8 kilos de promedio. Una corrida con cuajo aunque de diversas hechuras y con caras ofensivas, muy encastada pero de desigual juego y varios con peligro; metía muy bien la cara en los engaños el que hizo 3º.
Fernando Robleño (de bermellón y azabache), palmas y ovación. Iván Vicente (de grana y oro), silencio y silencio. Cristian Escribano (de azul eléctrico y oro), pitos tras dos avisos y silencio.
Otra corrida torista y otra vez la plaza algo ligeramente por encima de la media entrada. Sin embargo, la jornada tuvo sus cosas interesantes para los que se decidieron a ir a los tendidos.
Y así, hubo un toro excelente, que se lidió como tercero. Iba siempre con el morro por la arena y siguiendo los engaños con fijeza. Uno de los buenos que se han visto en esta feria. Pero su matador, Cristian Escribano, no acabó de centrarse con él; hubo unas series iniciales con un punto de calidad, pero luego el trasteo se diluyó. No resulta fácil colocarse por encima de un toro con esa calidad. Pero tampoco es fácil que, cuando se torea de vez en vez, se puedan aprovechar oportunidades de este calibre, con el peso añadido de estar en la primera feria del mundo.
En el escalafón ya se sabe donde lo han colocado, pero qué toreo esta siempre Fernando Robleño. En esta ocasión tuvo dos toros con problemas, especialmente el 4º, con auténtico peligro. Pero el de Colmenar de Oreja tiene esos detalles que no sólo gustan, sino que tienen un valor. Andarle así a este tipo de toros tiene su mérito, aunque hoy no se le reconociera del todo. Y un asombro: le pegó un espadazo a su primero como para competir por la estocada de la feria, y en los tendidos no hubo ni unas palmas. Qué cosas pasan.
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