La temporada 2020 se nos irá en blanco

por | 25 Abr 2020 | La opinión

Las ferias van cayéndose del calendario poco a poco. Comenzaron con las Fallas y Castellón, luego vino Sevilla y ya han desistido de organizar sus abonos hasta las ferias que se celebran a finales de julio, sanfermines incluidos. El plato fuerte ha sido, claro está, la suspensión definitiva de San Isidro. De cara al futuro, las empresas van tirando el balón hacia adelante, generalmente hacia septiembre y el otoño, en una especie de “por si acaso” dicho con no demasiada convicción.

 

Nadie se atreve a decirlo, que todo el mundo anda con pies de plomo, pero todo pinta que la temporada de 2020 será la que nunca existió. En Madrid, el Ayuntamiento suspende hasta el otoño todo tipo de fiestas y verbenas de los barrios. En Bilbao, el alcalde afirmaba hace unos días que tiene dudas sobre si podrá celebrarse la Semana Grande. Y en Sevilla, el Ayuntamiento ya ha decidido que la feria de abril no se celebrará en septiembre.

 

Por si faltaba algo, los del futbol –la otra actividad de gran concentración de asistentes– ya cuentan con que, cuando vuelvan a la competición, será sin público en las gradas. Mientras el Gobierno repite una y otra vez que eso que han definido como la desescalada será lenta y gradual, además con la posibilidad de dar marcha atrás. Y los expertos anuncian del riesgo de una reactivación de la pandemia en el otoño. 

 

Pero los estudiosos nos explican también que la vida después de virus no será como hasta ahora. Entre otras cosas, en cuanto se refiere al distanciamiento social, es decir al no aglomeraciones; en otras palabras, lo que ocurre en los tendidos un día de feria, 

 

El cuadro que se dibuja a grandes trazos no es precisamente como para darse una alegría taurina. Y eso sin contar que conforme pasen las semanas esta pandemia, además de hacer crecer las incertidumbres, seguirá provocando estragos en las economías familiares y en las empresas, que son los que aportan fondos a las taquillas de las plazas para sostener los festejos. 

 

Por supuesto que con todo esto la Tauromaquia no se acaba. En sus cinco siglos de existencia ya ha visto pasar por delante todo tipo de circunstancias. Y hoy todavía somos muchos los que seguimos vibrando con Morante o con Pablo Aguado, por citar dos nombres de moda. Si con la Fiesta no pudieron ni las bulas papales, no será el Covid-19 quien venga a poner nuestro punto final.

 

Pero esa fe absoluta en la supervivencia del arte del toreo no resulta argumento suficiente como para abrigar muchas esperanzas en la temporada del 2020, que prácticamente hay que darla por perdida, al menos en su estructura fundamental de todo año taurino. Pero también en los siguientes. Como ha dicho algún sociólogo, la vida de todos nos será igual antes que después del Covid-19. Y el mundo del toro no será una excepción; como dijo hace muchos años Domingo Ortega, “la Fiesta cambia como cambia el país”. Y se refería tanto al concepto de la lidia como a todo ese otro conjunto de circunstancias sociales y económicas en las que se enraíza la Tauromaquia. También las taquillas.

 

Daños muy importantes 

 

Para los aficionados, desde luego, es un palo mayúsculo, del que poco alivia las repeticiones del Toros Plus de pago. Pero hay que reconocer que no somos los peor parados. Siempre nos quedará ese agradable pasamiento de rememorar en la memoria aquella tarde que nos marcó para siempre. Los sueños son bonitos y además no cuestan dinero.

 

En cambio, muy preocupante es la situación de la cabaña de bravo, una de las grandes riquezas genéticas y medioambientales propias de España. Que ya hayan ido al Matadero más de 200 toros –de ganaderías de además de lujo–, que tendrían que haberse lidiado en las ferias no celebradas, o que un ganadero como Ricardo Gallardo reduzca su Fuente Ymbro a la mitad, tanto de machos como de vacas, son síntomas evidentes que la crisis en el campo bravo va para largo. La Unión de Criadores le puso número a todo ello: La crisis provocará unas pérdidas de más de 77 millones de euros en la cabaña de bravo.

 

Si ya en la temporada de 2019 se redujo el número de espectáculos y de reses lidiadas, que venían mantenido en los últimos diez años una trayectoria descendentes, la criba que de modo necesario –la economía no aguanta todo, por más afición y apego que se le tenga– están llevando cabo los ganaderos,  concluirá con una cabaña nacional muy por debajo de lo que hasta ahora habitual. Y por su propio ciclo natural, recuperarse  exige al menos cuatro años.

 

Naturalmente, aquellos hierros más preferidos aguantaran mejor esta nueva realidad de su mercado, pero para muchos otros menos relumbrantes vendrá el punto final. Algunos dicen que con estos movimientos las leyes del mercado reajustan la actividad a sus números ideales. A lo mejor es así. Pero lo único cierto es que el campo bravo se empobrece en su conjunto. Y con ella el mundo del toro, que es el elemento esencial de la Fiesta.

 

Pero en paralelo caerá el número de espectáculos a celebrar. Ha ocurrido siempre tras una crisis nacional, en el pasado y en la actualidad. No hay que remontarse al desastre de 1929, basta mirar a lo sucedido con la ultima crisis de la era Zapatero.

 

Y tiene toda la lógica que así ocurra. Las crisis hacen mucho daño económico, desde luego; pero no son menores los cambios de hábitos y las costumbres sociales, que al final dependen de las carteras familiares. Es lo que explica la evolución en los últimos 10 años del número de espectáculos organizados y el número de toreros que han podido hacer el paseíllo.

 

Con todo, el daño más inmediato, el más sangrante también, lo denunciaba hace unos días Luciano Núñez en unas declaraciones a Mundotoro.com: “Hay toreros que no están pasando necesidad, sino hambre”. Los hombres de plata, pero no sólo los hombres de plata, que están en el mayor desamparo laboral, porque su caso y sus condiciones de trabajo no se contemplan en ninguna de las opciones y medidas que por ahora se han ido aprobando, aunque luego se apliquen con inexplicables retrasos en los pagos. 

 

Duro son estos dramas personales y familiares; pero no menos duro es comprobar que en este contexto se puedan perder muchas vocaciones taurinas, que no se reemplazan de hoy para mañana. ¿Quién ampara, por ejemplo, a ese torero joven, que se podría ir abriéndo camino en este 2020, pero que ahora no sabe si para él nacerá un nuevo 2021?

 

Es natural que una figura pueda aguantar un año en blanco. En el fondo se lo ha ganado con su esfuerzo. Pero las figuras no pasan de dos docenas y en los escalafones hay varios miles de profesionales que viven al día, si no  trabajan en otra cosa para llegar a fin de mes. Por decirlo en términos directos: ninguno de ellos tiene ni derecho al paro.

 

Hay que diseñar otra estructura para la Fiesta 

 

Una de las lecciones a aprender, aunque sea a coscorrones del covid-19, es que la Fiesta necesita con urgencias rediseñarse. Y esa si que es una verdadera autorregulación, y no la de si la puya debe ser así o asá, o si los reconocimiento en los corrales tienen que ser de esta o aquella manera…. Es decir, todas las especificidades que ya se resumen en el Reglamento.

 

No, lo que para la Fiesta resulta urgente es redefinir su propia regulación profesional, su propia economía –sabiendo que no hay dinero para todo–, su propio sistema de relaciones interprofesionales. En suma, tomar conciencia práctica de que forman un verdadero Sector específico de nuestra economía. Todo lo cual no implica que pierda ni un ápice de su magia, de su misterio;  en todo caso, lo que habría dejar fuera del camino son las picardías y los señuelos, que tanto daño hacen a este mundo. A lo largo de siglos rara vez se ha dado, pero ahora sí que se necesita la unidad de acción entre todos. O la reforma la hacen entre todos, o no la hará nadie.

 

La experiencia enseña que por lo general resulta insano que los políticos metan su mano en la Tauromaquia; pese a todo, algo deberían cambiar las instituciones públicas en cuanto hace a este mundo. Asombra que en la Administración del Estado no se tenga en cuenta la singularidad laboral de los toreros, cuando está publicado en el BOE, que no es precisamente una hoja volandera. No puede menos que llamar la atención que algo que es “Patrimonio cultural” de España no merezca ni una línea en los planes del Gobierno. Más: causa tristeza que, por más que la Vicepresidente1ª se declare aficionada, desde el Gobierno no se diga una palabra de aliento para un sector que lo está pasando muy mal. Y eso que crea una notable riqueza, directa e indirecta, para el país. Las cosas, en fin,  no discurren bien cuando para el mundo del toro es causa de profunda preocupación los programas del Gobierno de coalición.

 

En otro orden institucional, llevamos ya varios meses de “paro total estacional”, pero ninguna las demás Administraciones ha dicho esta boca es mía respecto a los contratos de arrendamiento que están en vigor. Al menos deberían explicar que el canon de arriendo queda anulado. Pero a lo mejor no estaría de más que se aclararan con los plazos de adjudicación que en este 2020 iban a concluir, y que se plantearan nuevos criterios para sus pliegos de adjudicación, para así ajustarse mejor a la verdadera  realidad de la Fiesta.

Apóyanos compartiendo este artículo:
Antonio Petit Caro

Antonio Petit Caro

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *