Rafael Alberti, para el año de 1943 ya contaba con una muy bien cimentada fama, que había arrancado en el momento en que perteneciendo a la famosa “Generación del 27”, apoyada por su mecenas fundamental, Ignacio Sánchez Mejías, muerto en Manzanares en agosto de 1934, por cornada de toro, ya no necesitaba, junto con los otros sobrevivientes, que también se negaron a sucumbir ante la desagradable hecatombe de la Guerra Civil Española, de ningún tipo de apoyo, más que el que les proporcionaba su fama, debido a la producción literaria con que se prodigaron en los años posteriores a aquella trágica jornada.
Su obra poética seguía enlazada a una de las principales fuentes de inspiración que era el tema taurino, por lo que la nueva publicación Eos, revista jalisciense de literatura, no soslayó incluirlo en el número de apertura, que además fueron muy pocos, dirigida por Juan José Arreola y por Arturo Rivas Sainz.
Hace una década, pude comentarle al maestro Alí Chumacero, que revisando la edición facsimilar de dos publicaciones aparecidas en Guadalajara, Jalisco: Eos y Pan, revista de literatura, distanciadas sólo por dos años una de la otra, y ver y leer su excelente soneto “Ojos que te vieron”, así como “El Secreto”, suma de tres octetos de armoniosa potencia, me encontré con la obra de Alberti, que en su soneto “Toros que Desollados” parece recordarnos las formas practicada por Lope de Vega o por Luis de Góngora en el famoso “siglo de oro de la literatura española”.
Para una mejor comprensión de lo que aquí apunto, anexo las siguientes dos muestras, soberbias, que se agregan al otro llanto por la muerte de Sánchez Mejías, que se llamó “Verte y no verte”, unido en espíritu al “Llanto por la muerte de Sánchez Mejías” que legara el inconmensurable poeta de Fuentevaqueros, Federico García Lorca.
COMPÁS PRIMERO.
Toros que Desollados.
Resulta que miraban ojos que masculinos,
Leche de nardos eran las vacas desolladas
¿Qué hacer? ¿En dónde estáis? A oscuras, en las manos
SEGUNDO Y TERCER COMPÁS.
Corrida de toros.
De sombra, sol y muerte, volandera
Abanicos de aplausos, en bandadas,
Se hace añicos el aire, y violento,
¡Buen caballito de los toros, vuela,
Cinco picas al monte y cinco alas
Carrusel de claveles y mantillas
Blonda negra, partida por dos bandas
Brindis, criana mora, a ti, volando,
Y en la sombra, vendido, de puntillas,
Veloz, rayo de plata en campo de oro,
Mar sangriento de picas coronado,
Feria de cascabel y percalina,
De la muerte, girando, y los toreros,
La poesía “es un arma cargada de futuro” (así lo dijo otro enorme poeta: Gabriel Celaya) y pocos, en verdad pocos, han sido capaces de trascenderla a los niveles que la particularidad del ejercicio espiritual de Alberti lograron, dándole un particular toque de misterio, para no caer en el terreno vulgar con que muchos confunden a la poesía, creyendo estar bailando con una prostituta.
No estoy capacitado para hacer una valoración sobre todas las excelsas armonías que escribiera Alberti, último sobreviviente de la generación del año 1927 si la certeza nos es fiel.
Con la muerte del poeta, su obra no puede convertirse en un fuego apagado. Por el contrario, es llama votiva que permanece ligada al carácter y a la cultura de dos pueblos que abrazan entre sus costumbres, la de las corridas de toros. Alberti encontró en México manos extendidas que le ofrecieron el asilo necesario, mientras su España entrañable se recuperaba de las heridas, hondas heridas ocasionadas por uno más de los oscuros capítulos de una guerra que aún late con amarga intensidad, entre quienes son ahora hijos de aquella generación que sufrió el incontenible acecho de las armas.
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