No hay Gobierno todavía, ni se sabe a ciencia cierta cuando se podrá formar y cuando comenzará su agenda de trabajo. Lo único seguro es que será muy diferente al actual, no sólo en su composición, sino también en sus propios márgenes de actuación. Por eso, nada de malo se haría si quienes gestionan la Tauromaquia –ya sea la Fundación del Toro, ya las organizaciones del Sector, o ambas a la vez– se van preparando desde ahora para esta nueva etapa.
Y no ya para seguir haciendo frente a la marea que algunos han echado encima de la Tauromaquia, que en esto continuarán caminando en solitario a la hora de sacar las castañas del fuego; sobre todo hay que trabajar para que el camino de la institucionalización de la Tauromaquia no se pare, sino que culminen todos los procesos abiertos en la legislatura que acabó el pasado 20 de diciembre.
Como bien afirmó uno de sus protagonistas, “nunca hasta ahora el poder civil había dictado una norma con rango de ley para el fomento y la protección de la Tauromaquia”. Por lo que ahora se debiera trabajar es para que todo ese patrimonio normativo no se pare, sino que se complemente con las decisiones correspondientes para su puesta en práctica.
A nadie se le oculta que, al final, todo depende de las estructuras administrativas que se creen y, especialmente, de las personas que se responsabilicen de su gestión. Si en lo primero está en juego la relevancia que dentro de la estructura del Estado se concede institucionalmente a la Tauromaquia: no es lo mismo un ministerio como el actual que otro exclusivamente de Cultura; de lo segundo depende el éxito final: de contar con un equipo dirigente que apueste sinceramente por este tema a otro al que le resulte indiferente o de orden menor, media un abismo. Y todo ello condicionado, además, por las concretas circunstancias y conveniencias políticas que se den en la nueva legislatura.
En una agenda de trabajo, parece claro que un objetivo que concierne a todos es que la Tauromaquia pasé a estar integrada plenamente en los supuestos que se diseñan con la vigente Ley para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, paso previo e inexcusable para continuar el camino hacia la UNESCO para el reconocimiento como patrimonio cultural de la humanidad.
Ya han dicho los expertos que para llegar hasta la meta de París resulta muy conveniente que sean todos los países con vocación taurina los trabajen coordinadamente. Alguien debe ponerse con decisión –con algunos medios materiales, también– al frente de esta procesión para que llegue a buen puerto; solo con buenos propósitos no se conseguirá.
Pero a nadie se le oculta que uno de los logros alcanzados en los últimos años se llama Comisión Nacional de Asuntos Taurinos, que aunque algunos no le hayan otorgado toda la importancia debida, constituye la instancia institucional de mayor rango con el que hoy se cuenta. Que la vida y las actividades de esta Comisión se prolonguen en el tiempo y con eficacia, resulta de un enorme interés colectivo.
No se sabe si para ello conviene o no modificar su operativa e incluso su composición, pero en cualquier caso hay que reconocer que forma un dúo con la Fundación del Toro de Lidia que conceden un margen de actuación al mundo del toro como nunca ha tenido. Que ambas instituciones caminen de la mano, por ejemplo, en el desarrollo integral del Pentauro permitiría avanzar a buen ritmo.
Y hay temas pendientes en esta materia. Desde el estudio definitivo si procede o no una reforma del vigente Reglamento, hasta el diseño de proformas de convocatorias de concurso para la adjudicación de las plazas; desde el diseño final de las Escuelas Taurinas como centro de enseñanza profesional, hasta la estructuración de unos medios activos para la promoción de la Tauromaquia.
En suma, para bien o para mal la legislatura que ahora va a comenzar, pese a todas las incógnita que hay sobre la mesa, tendrá una importancia crucial para la Tauromaquia, para su institucionalización como patrimonio común de España.
Puede considerarse incluso como normal que, a la vista de las nuevas corrientes políticas que forman el panorama español, la tarea no resulte ni tan fácil ni de tanto contenido como en los pasados años. Sin embargo, lo que todo eso nos está indicando es que, dejando al margen el desánimo de las circunstancias complejas, ha llegado la hora de trabajar con mayor dedicación y sin complejos de ninguna clase.
Pero, como es de toda lógica, a este empeño ayudaría mucho que la sentencia del Tribunal Constitucional, cuando la dicte, diera la razón a quienes sostienen los valores de la Tauromaquia.
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