El estado de salud que actualmente presenta la fiesta de toros en México es sumamente crítico, de ahí que los temas a tratar de manera consuetudinaria o hebdomadaria no estén dando para mucho, pues terminan cayendo en la tentación de los lugares comunes. Quizá hasta tengamos necesidad –ahora sí-, de aplicar aquella vieja sentencia que plantea el hecho de retomar la Tauromaquia como un elemento de estudio o análisis histórico o antropológico, debido al hecho de que su extinción puede convertirse en auténtica realidad, por lo que es momento de ocuparse aplicando análisis conscientes y a fondo.
Hace tiempo, aparecieron en diversos medios unas observaciones, quien lo iba a imaginar, del viajero Jacques Cousteau (1910-1997), el cual sentenció lo siguiente:
Solamente cuando el hombre haya vencido a la muerte y cuando lo imprevisible haya dejado de existir, morirá la Fiesta de Toros y con ella el reinado de la utopía; siendo así, el dios mitológico encarnado en el toro de lidia verterá en vano su sangre en el desagüe de un matadero lúgubre.
Toda ella no tiene desperdicio. Desconozco si el galo fue un taurino convencido, pero la apreciación que hizo con esos mares de fondo, nos dejan entender una profunda sensibilidad convertida en auténtico legado que se fue más allá del horizonte para desafiar con el contenido mismo de sus palabras, a taurinos y antitaurinos. Unos y otros nos convertimos en responsables de saberla hacer nuestra, asimilarla y explicarla desde sus más profundas entrañas y decirlo, de una vez…, aunque no sé si para siempre.
¿Qué hay en ese párrafo que no nos hayamos dado cuenta o explicado qué carajos quiere decir la Tauromaquia, sin más? Y es que a unos fascina o envenena, en tanto que a otros les repugna y por tanto, la rechazan.
Tratemos de decodificarla hasta donde sea posible, y ya en medio de esa también necesaria deconstrucción, volvamos a integrarla en la unidad coherente que tiene hasta ahora. Es posible que nos encontremos con una serie de significados que ni siquiera estemos considerando quienes solemos asumirnos como “taurinos”.
Solamente cuando el hombre haya vencido a la muerte y cuando lo imprevisible haya dejado de existir, morirá la Fiesta de Toros y con ella el reinado de la utopía; siendo así, el dios mitológico encarnado en el toro de lidia (quien) verterá en vano su sangre en el desagüe de un matadero lúgubre.
Y es que su primer planteamiento nos lo hace desde la desafiante condición de un problema que aún no ha resuelto satisfactoriamente el hombre mismo: la muerte. Ella, como culmen de un ciclo específico denominado vida, y con ello toda la carga de connotaciones, tantas como las encontramos en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (por sus siglas, DRAE), como sigue:
Del lat. vita.
Y vida, contrastada por la muerte, con tantas definiciones como también nos ofrece el DRAE:
(Del lat. mors, mortis).
1. f. Cesación o término de la vida.
Con todo ello nos encontramos frente al complejo espectro de una ecuación que se desarrolla en términos concretos y definitivos, contundentes para más inri. La cita ocurrirá irremediablemente con todos, tarde o temprano. Así que ahí tenemos ya una primer constante de la ecuación ya mencionada, a la que se suma otro valor abstracto que el propio Cousteau ha denominado imprevisible, el que, en tanto adjetivo, significa “Que no se puede prever” por lo que pasa a convertirse en un factor que, para ciertas ecuaciones matemáticas se denomina o denominaría como “números imaginarios”. En ese sentido, los “imprevisible” es también una razón imaginaria, inesperada que puede o no ocurrir. La segunda parte de la ecuación, por tanto plantea, como las integrales [ ∫ ], (y ya estamos ahora en cálculo integral y diferencial), la posibilidad, lo mismo que en el empleo del símbolo [ Σ ] el uso de números positivos y negativos, e incluso el infinito mismo [ ∞ ] para acabar de complicar más las cosas. En eso, quiero recordar mis añejas clases de “transformada Z inversa” donde podíamos ir de la realidad concreta al más absurdo de los razonamientos, pero siempre encontrando, en las soluciones, cosa que se daba en términos alucinantes; que el resultado se obtenía luego de pizarrones y más pizarrones de desarrollos complejísimos, mismos que podrían ser comprendidos –quizá-, bajo una nutrida dosis de alucinógenos, hierba verde o tabaco negro.
Y lo complicado en todo esto es que la razón planteada por el navegante es de que eso que llama “imprevisible” deje de existir, por lo que aplica, sin ninguna dificultad, la ley de Rafael Guerra: “Lo que no puede ser no puede ser… y además es imposible”. O en el más rancio caló taurino, decía el Guerra: Lo que no pué ser, no pué ser… y ademá e imposible…
Pero puede ocurrir en tanto imprevisible que es por lo cual no está sujeto, y no busco rimar, a ser infalible. Jacques Cousteau ve desde su sentencia el fin de la tauromaquia. (Repetiré una vez más el párrafo para estar cerca de él cuantas veces sea necesario).
Solamente cuando el hombre haya vencido a la muerte y cuando lo imprevisible haya dejado de existir, morirá la Fiesta de Toros y con ella el reinado de la utopía; siendo así, el dios mitológico encarnado en el toro de lidia (quien) verterá en vano su sangre en el desagüe de un matadero lúgubre.
En el extremo de la complicación ingresamos al reinado de la utopía, que, como lo he apuntado recientemente en un texto refiriéndome al futuro de la digitalización fotográfica:
Según el Diccionario de la Real Academia Española de la lengua, el término virtual, en tanto adjetivo significa que tiene existencia aparente y no real. Ahora bien, en la propia definición de imagen virtual, con esto nos encontramos: Conjunto de los puntos aparentes de convergencia de los rayos luminosos que proceden de un objeto después de pasar por un espejo o un sistema óptico, y que, por tanto, no puede proyectarse en una pantalla.
Así pues, la colindancia con la utopía es apenas nada. Veamos. Utopía, lugar que no existe. Y más aún: Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación.[1]
El desenlace, tras la amarga y alucinante experiencia utópica, determina que, quien interviene como el protagonista último, es el toro y su muerte misma. Es decir, que esa, su muerte sucederá en el vertedero o desagüe de un matadero lúgubre, tal y como lo señala el buen amigo de Maqroll el gaviero; sin olvidar por ello que aterrizamos en el espacio destinado a la más poderosa de las energías imaginarias: el mito.[2]
Y en el mito “encarnado” se encuentra ese “dios mitológico” que es y ha sido el toro desde tiempos tan remotos como los que compartieron e hicieron suyos las culturas griega y romana, en lo fundamental. Para que se sepa desde donde viene toda esa estela de divinidad trascendida o expandida en otro conjunto de culturas, como en Mesopotamia, los egipcios, e incluso culturas orientales, donde el toro se convirtió en poderosa figura representante no sólo de lo terrenal. También de lo que ya es de otra dimensión. Su condición y fuerza le han permitido especial respeto que él, por naturaleza propia es capaz de demostrar en su belleza, en su trapío, en ese porte distintivo que lo hace diferente del resto del mundo animal. Su presencia ha sido notoria desde tiempos tan remotos en donde el hombre le tomó como un alter ego de otras expresiones aún no descifradas en periodos previos a la civilización [3] misma.
Pasada la noche oscura de los tiempos, el hombre pudo no sólo entenderlo, sino convivir con él y convertirlo en un referente sacrificial, mismo que lo llevó hasta ese terreno en cuanto ese mismo hombre vio necesario cumplir con una condición que fue tornándose religiosa, relacionada con los ciclos agrícolas, hasta que se cumplió en forma puntual, al sacrificarlo, con elementos que permitían consolidar creencia y apego al intento de que se lograran satisfactoriamente los beneficios buscados.
Pero ya muerto, como lo ve, desde su mirada marítima Cousteau, (el toro) verterá en vano su sangre en el desagüe de un matadero lúgubre (…)
¿Ante qué descomposición nos encontramos en esta última parte de la frase-ecuación-sentencia establecida por Jacques Cousteau?
Recordemos una vez más el párrafo:
Solamente cuando el hombre haya vencido a la muerte y cuando lo imprevisible haya dejado de existir, morirá la Fiesta de Toros y con ella el reinado de la utopía; siendo así, el dios mitológico encarnado en el toro de lidia (quien) verterá en vano su sangre en el desagüe de un matadero lúgubre.
Repetirlo una vez más, y ya la última en este trabajo, significa recapitular el contenido general de esa reflexión con objeto de entender en su verdadera dimensión el conjunto general de la que no solo es una frase o un bonito pasaje con tintes intelectuales. Es, en conjunto, la afirmación de un individuo que, independientemente de haber sido o no taurino. De verlo o no en la plaza, contempló desde la construcción de sus propias ideas el significado que para un sector de la moderna sociedad tiene el hecho de compartir y observar un sistema o conjunto de expresiones denominado, sin más: corrida de toros, de la que Francis Wolff [4] se ha acercado para explicar, apenas en lo que llama no una definición, sino apenas una descripción que es un combate a muerte entre un hombre –hombres- y un toro “salvaje”. Y es el mismo quien se propone explicar en Filosofía de las corridas de toros lo que para el mundo anglosajón es ese género al que hay que identificar o conocer como “corrida de toros”. Wolff dice:
Ahora bien, no se puede decir precisamente a qué género pertenece la corrida de toros. En vano buscaremos la rúbrica en la que leer sus crónicas en los periódicos (¿deporte? ¿cultura? ¿bellas artes? ¿sociedad?), no sabemos de qué ministerio depende su administración (¿Agricultura? ¿Interior? ¿Educación? ¿Cultura?), no sabemos en qué clase de actividad clasificarla (¿rito? ¿juego? ¿deporte? ¿arte? ¿espectáculo?). ¿Será como un drama inclasificable, el ornitorrinco de las actividades humanas, un desafío al orden establecido, entre juego y seriedad, entre profano y sagrado, entre representación y realidad, entre tragedia verdadera y actuación plástica?[5]
Entre la opinión de Cousteau y la de Wolff existen condiciones de identidad, no son distantes, aunque una más que la otra esté trabajada en términos académicos. Sin embargo la de aquel, el de todas las historias del Nautilus representa, por su proximidad con el común denominador de los seres humanos, una idea más representativa, que cala y que mueve a pensar el hecho de que las últimas palabras en esa frase-sentencia se cumplan de manera inobjetable, como el tiempo, o como la muerte.
[1] Fondo: José Francisco Coello Ugalde. Sección: Registro General de Obra Nº 35, Serie: “CONDUCTORES Y TRANSFORMADORES EN LUZ y FUERZA DEL CENTRO” (3ª parte) Nº 15.-Estabilidad vs. Inestabilidad de la informática en los Archivos Históricos, o el dilema de la conservación. Tema propuesto por parte del Archivo Histórico de Luz y Fuerza del Centro para la mesa: Problemáticas y soluciones de la digitalización de los fondos documentales. Tercer encuentro de Archivos del Distrito Federal (Ciudad de México, agosto, 19-21 de 2009).
[2] DRAE: Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico. Con frecuencia interpreta el origen del mundo o grandes acontecimientos de la humanidad. Hay una segunda definición: Historia ficticia o personaje literario o artístico que condensa alguna realidad humana de significación universal.
[3] DRAE: Estadio cultural propio de las sociedades humanas más avanzadas por el nivel de su ciencia, artes, ideas y costumbres.
[4] Francis Wolff, catedrático de filosofía en l’École Normale Supérieure (París), ha desempañado una actividad docente en las universidades de São Paulo, Reims, Aix-en-Provence y Paris-Nanterre. Con frecuencia es invitado por universidades de América del Norte, de América latina y de España. Es el autor de numerosos estudios sobre filosofía antigua y metafísica y de siete libros, entre los cuales podemos destacar Socrate (PUF, 2000), Dire le monde (PUF, 2004) y Filosofía de las corridas de toros (Bellaterra, 2008). Ha sido distinguido con el Premio de la Asociación Taurina Parlamentaria de España por su trabajo intelectual en favor de la corrida.
[5] Francis Wolff: Filosofía de las corridas de toros. Barcelona, Ediciones Bellaterra, S.L.,2008. 270 p., p. 17.
►Los escritos de José Francisco Coello Ugalde pueden consultarse en su blogs “Aportaciones histórico-taurinas mexicana”, en la dirección electrónica : http://ahtm.wordpress.com
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