MADRID. Tercera de la feria de San Isidro. Tan sólo media entrada, en tarde desapacible. Toros de Montealto, bien presentados, pero con hechuras muy diversas; muy manejables los tres primeros, de peor comportamiento los demás. Juan Bautista (de champan y oro con cabos negros), una oreja y silencio. Jesús Martínez “Morenito de Aranda” (de canela y oro), ovación tras dos avisos y ovación, José Manuel Más (de violeta y oro), silencio y silencio tras tres avisos. Por el pésimo estado del ruedo, la corrida comenzó con media hora de retraso y con el piso de plaza igualmente en pésimas condiciones pero a los intentos de arreglarlo.
Si acudimos a la literatura, aquello parecía “la tarde interminable”, como aquella novela fantástica de hace 40 años. Entre que la función comenzó con treinta minutos de retraso — para arreglar lo que no tenía arreglo–, con la poca luz que deja ver un cielo encapotado y la lentitud de con la que se desarrolló el festejo, daba tiempo como para irse a merendar a Aranjuez y la vuelta aún seguía esta tercera de feria. Y todo para poca sustancia. Y todo, a mayor abundamiento, con un clima no precisamente agradable, en unos tendidos que rezumaban agua.
Puede ser muy comprensible que quienes se tienen que agarrar como a un clavo ardiendo a su oportunidad de Madrid, se resistan dejar pasar en blanco lo que en el horizonte aparece como una oportunidad. Como se entiende que la Empresa prefiriera acogerse a la prima de seguro que tiene suscrita para estos casos: como iba el taquillaje, lo que convenía era la indemnización correspondiente. Todo muy razonable. Pero también todo muy dudosamente a favor de los que más convenía a los aficionados.
Y en esas nos plantamos con una desigual corrida de Montealto. ¿Bien presentada? Pues depende de que entendamos por ello. Grandullones, incluso acaballados, desde luego; pero el trapío no se mide por la alzada ni por el volumen; es otra cosa. Y entre ellas, el simple hecho de ser una corrida pareja y en el tipo de su encaste. Ni lo uno ni lo otro. Luego entre el lote que trajo a Madrid don Agustín Montes, echó un toro con bondad y con clase, que fue el que abrió la tarde-noche; le acompañaron un par de ejemplares con sus grados de bondad pero con escaso fondo, junto a otros que salían con el freno de mano echado.
El toro bueno le cayó en suerte a Juan Bautista, con la circunstancia de no estar todavía el ruedo en el estado pésimo que acabó. El torero de Francia sacó una buena técnica y los resortes de regusto que tiene su concepción del toreo. Por eso asistimos a una faena limpia, templada y con una buena dosis de naturalidad. La estocada recibiendo fue el complemento idóneo para que se le concediera una oreja. Con el brusco y ofensivo que hizo 4º, no bastaba la buena disposición del torero, que sólo pudo dejar una esforzada labor cumplidora. Lo que se podía hacer.
Buscando ese triunfo rotundo que le estabilice en los abonos, Morenito de Aranda se marchó de primeras a la puerta de toriles a enseñar sus credenciales. Su muy aceptable manejo del capote no pudo prolongarse con la muleta, aunque se esforzó en ofrecer un toreo elegante. Pese a un volteretón de padre y muy señor mío, el arandino trató de mantener el buen tono, pero ya las opciones eran menos y, además, se puso algo pesado con las espadas. Muy firme volvió a estar frente al 5º, otro armario reservón. Pero sus buenos criterios al intentar las suertes no eran suficientes con semejante material. En este toro, en cambio, tuvo mucha determinación los aceros de muerte.
Venía a Madrid José Manuel Más con dos corridas en dos años como todo bagaje. El que hizo 3º tenía bondad, pero en el otro platillo mostraba su falta de raza. La combinación difícilmente sirve para crear emoción, aunque el torero lo intentara. Como segundo plato le correspondió el complicado y exigente armario que cerró la tarde. A favor de Mas hay que anotar su serenidad para afrontar las complicaciones; luego se encasquilló con los aceros y uno a uno fueron cayendo tristemente los avisos hasta que sonó el tercero.
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