VALENCIA Cuarta del abono de Fallas. Lleno total. Toros de Juan Pedro Domecq, de presentación pobre, la mayoría escasos de fuerzas y de acometividad; muy bueno el que abrió plaza. Vicente Ruíz “El Soro” (de verde botella y oro), una oreja y dos vueltas al ruedo. Enrique Ponce (de azul eléctrico y oro), una oreja tras aviso y ovación. José María Manzanares (de negro y azabache), silencio tras aviso y ovación.
Parte facultativo: Como consecuencia de la cogida sufrida en el 4º de la tarde, Vicente Ruiz “El Soro” ha sufrido “fractura acuñamiento de las vértebras dorsales números 10, 11 y 12, sin compromiso neurológico después de realizadas las radiografías y el TAC pertinente”, según ha dictaminado el doctor Daniel López Quiles, traumatólogo del equipo médico de la plaza de toros de Valencia, que ha asistido al torero en la Clínica La Salud. El Soro va a ser trasladado al Centro de Rehabilitación de Levante “para posterior tratamiento y revisión por el neurocirujano”, añade Quiles, quien ha adviertido que el diestro deberá permanecer ingresado “al menos dos noches” y que el pronóstico del percance “es grave”. El doctor ha añadido que "deberá llevar corsé dos o tres meses y después comenzar la rehabilitación, que puede llevarle otro dos meses".
Hay días en los que resulta difícil, muy difícil, escribir de toros. Hoy es uno de ellos. Después de lo visto en esta cuarta de la feria de Fallas, ¿miramos para otro lado o se enjuicia lo que en realidad ocurrió? No es otro el dilema. La constancia, el empeño, todos los sacrificios, las más de 40 operaciones, todo eso que, en un desbocado propósito por verse en la puerta de cuadrillas de su tierra, ha hecho Vicente Ruíz “El Soro” merece un respeto. Y grande. Ha sido una lucha tit
Pero como se dice en el refranero español, “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. Y es que, sencillamente, resultan ininteligibles. En el fondo, no se descamina mucho de la sentencia aquella del viejo maestro: “lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible”. Por más que nos empeñemos, incluso con los mejores propósitos, seguirán siendo imposibles.
En ese capítulo, respetuosamente pero con toda claridad, hay que incluir esta nueva etapa de ”El Soro”. Ya ha conseguido la meta principal que quería: torear 21 años después en su plaza de Valencia. Ahora toca revivir en la memoria semejante machada y rememorar tantas tardes de triunfo como tiene su historia. Por las circunstancias personales es hoy lo único que toca. Pero que no se engañe con los aduladores el maestro: hoy ha matado dos toros, pero a ninguno ha podido torearlos en el verdadero sentido de esta creación de arte. Y quien trate de convencerle de lo contrario, le estará engañando, de buena o de no tan buena fe. Hasta a quienes recuerdan al auténtico Soro de sus años triunfales, incluso les dolerá ver la imagen de esta tarde, aunque admiren su esfuerzo.
La Providencia quiso que para abrir la tarde a El Soro le tocara un toro de Juan Pedro Domecq absolutamente excepcional, pero excepcional en un sentido muy concreto: ser de trapío muy medido y poco ofensivo por delante, con las fuerzas justas y de una nobleza tan absoluta que rara vez se ve por los ruedos. Y aún así el torero tan sólo pudo dejar apuntes sueltos –mejor con la mano izquierda que con la derecha–, nada que ver con el sentido escultórico, con la profundidad, que se encierra en todas las suertes del toreo. Lejos quedaba la quietud, el mando, la largura del muletazo…, todos ellos elementos consustanciales del arte del toreo. Pero es que por la naturaleza humana, en este caso sencillamente no podían darse. Su publico, es cierto, se le entregó por completo, incluso con un entusiasmo que en mayores ocasiones no deja traslucir. Pero su toreo fue el que todos vimos. Esa es la cruda realidad.
Por eso, no tentemos más la suerte, que suele volverse esquiva, porque luego, en otras ocasiones –que tal como anda la ganadería brava son las más– el toro que sale por chiqueros se parece más al 4º de esta tarde, con más poder, con más pies, sin regalar bondades… Y a ese también hay que lidiarlo, hay que matarlo y, a ser posible, hay que cortarle las orejas para que venga un contrato más. A la vista quedó que para El Soro, por más entusiasmo que le echara, ese empeño hoy no está ya a su alcance. El susto que dio a todos con el feo revolcón al matar a su segundo fue como una señal de alarma. Ni por su propia responsabilidad, ni por respeto a su propia historia, El Soro debiera seguir adelante con este empeño, aunque más de un espabilado pueda creer que se le ha presentado la ocasión de reunir a su costa cuatro duros.
Dicho todo lo cual hay que dejar reseñado que Juan Pedro Domecq mandó a Valencia una corrida más bien terciada, con un toro notable –el ya comentado que abrió plaza– pero con otros cinco que es mejor olvidar; unos porque carecían de las fuerzas mínimas necesarias, otros porque andaban bajísimos de raza. A medias entre lo uno y lo otro estuvo el 2º, pero que tenía muchas teclas que tocar, cuando además se lidió en un momento de viento fuerte; lo que ocurre es que cayó en manos de Ponce, que lo supo entender. Con materia prima así no hay quien construya una obra épica, que eso debe ser el toreo.
Es lo que pudo comprobar Enrique Ponce, muy responsabilizado toda la tarde. Tratar de conmemorar los 25 años de alternativa, que no es una fecha cualquiera, y encontrarse con ese panorama debe ser desalentador. Parece como si a Ponce las celebraciones le estuvieran negadas en su tierra natal: cuando iba a conmemorar los 20 años de doctorado es que no pudo ni dar dos muletazos a gusto en aquellas Fallas. Habrá que acordarse de aquella deliciosa estrofa de Alicia en el país de las maravillas: solo celebremos en adelante los “no cumpleaños”.
Volvía José María Manzanares al coso de la calle Xátiva, después del tiempo en blanco que dejó tras la muerte de su padre. No es cosa de ponerse a recordar aquí el vestido negro y azabache de Joselito, cuando murió Doña Grabiela. Pero sí para dejar constancia que llevaba una preciosidad de bordados. Un señor vestido de luto. La tarde luego no le pudo rodar bien, aunque dejó aislados destellos colosales; ninguno de sus toros le dio opción a más.
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