BILBAO. Primera de las Corridas Generales. Un escaso tercio de entrada. Toros de Torrestrella (Álvaro Domecq Romero), desiguales de presentación, todos muy encastados, pero exigentes y complicados; el 2º, el más pronto y con fondo, a menor nivel también destacó el 5º. Juan José Padilla (de marino y oro con los cabos negros), silencio y silencio tras un aviso. Antonio Ferrera (de fucsia y oro), ovación y una oreja tras un aviso. David Fandila “El Fandi” (de azulina y oro con remates en negro), silencio y silencio.
Deprimente primer domingo de Corridas Generales: la plaza apenas tenía cubierto un tercio del aforo, con tendidos casi vacíos. Los organizadores aducirán, como en años anteriores, que ha sido la competencia del futbol.; en este caso, un Athletic-Getafe, que no es precisamente una final de la Champions. No es menos cierto que en Bilbao no había grandes clamores por el cartel de los banderilleros. Y si además sale un domingo de playa, “para que te cuento”, que apostillaría un castizo. Todo va restando para al final, lo dicho: un tercio. A toro pasado, tampoco el festejo dio para tanto como para sentirse arrepentido de no haber ido a Vista Alegre. Por no estar, no estaban ni buena parte de la Junta Administrativa.
Una conclusión cabe extraer: este reinvento moderno de los banderilleros no deja de ser un ladrillo incrustado en una zapato: una incomodidad. Se comprobó en Sevilla, se volvió hacer en Madrid…., pero ahí anda: vivito y coleando. En la práctica, entre tantísimos capotazos de preparación y entre saludos y parabienes varios, no queda tiempo para admirar en toda su dimensión el segundo tercio, tal que hoy: al final todo quedó en un gran par de dentro afuera de Padilla y otro por los adentros de Ferrera; el resto, todo ramplón, como el vestido que sacó El Fandi.
De hecho, lo más relevante de los banderilleros lo protagonizó Antonio Ferrera con el 5º. Se disponía a brindar al público cuando un sector de la plaza comenzó a protestar porque los garapullos estaban adornados con los colores de la bandera española. El torero, con enorme dignidad, sin ningún género de aspavientos, regresó toreramente hasta la barrera y ordenó a su cuadrilla que cogiera los palos, los que tiene preparados la Plaza. Lo hizo con tanta dignidad que un sector de la sombra ovacionó al torero. ¿Pero no habíamos quedado que Euskadi vivía ya en unos nuevos tiempos? Lo ocurrido este domingo en Vista Alegre nos hace retroceder a finales de los años 70, algo menos de 50 calendarios. Pero visto lo visto cabe preguntarse si también el próximo sábado, cuando se lidie la corrida de Puerto de San Lorenzo, habrá que pedirle a los Hnos. Fraile que se inventen otra divisa, porque la suya es precisamente roja y gualda. Y no es una ocurrencia: en los años de plomo ya se discutió sobre este asunto. En las hemerotecas está la constancia de ello, en un artículo lleno de ironía sana de “Tabaco y Oro”.
Con semejante proemio, mucho más extenso de lo debido, debe explicarse pronto que no se trata de un recurso para rellenar la crónica de un festejo que ha dado para poca historia. No, no se trata de construir una faena de aliño, que el reloj corre.
[Un paréntesis, pleasse: en esto de una corrida de muy escaso juego es en lo único que la de este domingo se parecía a aquellas primeras corridas para banderilleros de hace décadas, con Esplá, El Soro, Morenito de Maracay, Víctor Méndez, etc. Las empresas, no se sabe bien por qué causa –o a lo mejor sí– siempre los anunciaban con la ganadería que nadie quería dentro del abono. Eran tan buenos banderilleros, que hasta aguantaron con bien aquella tormenta. Y de paso solucionaron no pocas taquillas.]
Antonio Ferrera, cada día más torero, no dejó escapar a ninguno de los dos “domecq” de su lote. Ambos no nos dejaron ver la dimensión que tiene con el capote, más que en lances sueltos. Pero con la muleta nos brindó los momentos verdaderamente dulces de la ocasión, tanto con la derechas como con la izquierda. Lo más encomiable: la forma que tuvo de entender qué tecla había que tocar en cada momento. Dicho de forma más ortodoxa: lo bien que construyó sus respectivas lidias. De hecho, también pudo cortarle una oreja a su primero, no sólo al 5º.
No pudo alcanzar la alta sintonía de arte de Sevilla o Madrid, pero dejó sentado de forma rotunda que es de los toreros que en la actualidad resulta gratificante seguir. Incluso cuando no hay posibilidad de lucimiento al estilo tradicional, deja vislumbrar algo diferente, más torero, más añejo, más distinto. Pero corre el peligro de que no todos los públicos ni en todas las plazas entiendan eso.
Poco se le podía pedir a Juan José Padilla con el que se inauguró la tarde. Lo intentó con empeño, bien que baldío sobre la mano izquierda. Luego cambió a la derecha, con el mismo resultado. Cabría objetarle que a éste, como a su segundo, siempre lo trató de embarcar con la muleta retrasada; distingo innecesario: los de don Álvaro no tomaban la muleta de ninguna manera. Fácil con la espada en uno, más premioso y menos eficaz con el otro.
Nada muy distinto cabe explicar de la actuación de “El Fandi”. Qué facilidades no tenía dentro el 3º que el granadino fue directamente a abreviar muleta en mano. En la misma sintonía discurrió la lidia de su segundo turno. En ambos manejo con habilidad la espada
►►Otrosí
Ahora que Antonio Ferrera enamora a los aficionados, es momento de recordar que el primer Premio relevante que recibió en su vida taurina se lo concedió una tertulia de grandes aficionados bilbaínos. Era, mediados de los años 90, por entonces un novillero en el que no muchos creían. Pero en Bilbao se le distinguió como el novillero de mayor proyección de la temporada. Lo concedía una tertulia de grandes aficionados; citando de memoria, en aquel grupo extraordinario participaban, entre otros muchos, Jesús García Valenciano, Andrés Macua, los hermanos Jesús y Antonio Rodrigálvarez Noain, Antonio Fernández Casado, Juanjo Romano y Pedro López Merino. A ellos y a los demás miembros de esa Tertulia hay que adjudicarles el mérito de haber sido los primeros en descubrir el fondo de torero que anidaba en este extremeño, que había nacido en Ibiza.
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