VALENCIA .Sexta del abono de Fallas. Casi lleno, en tarde muy ventosa. Toros de Zalduendo (1º como sobrero), un conjunto bien hecho pero desiguales de presencia y de pobre juego. Francisco Rivera Ordóñez “Paquirri” (de marino y oro) palmas y silencio tras aviso. Morante de la Puebla (de marino y oro), pitos y ovación tras aviso. Alejandro Talavante (de nazareno y oro), una oreja y silencio tras aviso
Estaba llamada a ser una especie de la puesta de largo de la FIT: en el cartel, todo quedaba en casa: toros y toreros. Solo hubiera faltado que al Sr. Bailleres alguien le nombrara honoríficamente juez de plaza. Luego, primero vino la lluvia matinal –que dejó entradas sin vender– y luego el viento, que le dio la tarde a los toreros e incluso impidió que se vieran más cosas, por esa necesidad de resguardarse en los adentros. Total, que al final la fiesta fue menos fiesta. Y para colmo, la FIT ya no es la FIT, que Simón Casas se les fue en búsqueda de la libertad.
A que fuera menos fiesta, además de los vendavales, colaboraron un mucho bastante los toros que la Casa Bailleres envió a Valencia con el hierro de Zalduendo: no terminaron de romper en ningún momento. Se movió y duró algo más el 3º, bien es verdad que porque Talavante tuvo los redaños de encararse con el viento e irse a los medios. Pero abundaron los claudicantes, los recorridos muy cortos y con la cara arriba en los finales, el escaso celo, en fin, para seguir las telas con codicia y hondura. Y con tales condicionantes, hubieran sido iguales en los medios de lo que fueron en el tercio, porque el mal no era ambiental: era del contenido que llevaban dentro. Bien es verdad que el ganadero mexicano lo que trajo a las Fallas es lo que ya pastaba en la dehesa cuando la compró hace menos de un año. O sea, que responsabilidades las justas; a cada cual lo suyo. Su única responsabilidad radica en haber elegido esos seis y no otros, pero todos tienen una historia anterior.
Anda sereno en esta nueva versión Rivera Ordoñez. Se ve que los dos años de retiro han sedimentado su forma de entender el toreo. Tuvo, con capote y muleta, momentos muy templados, y otros en los que incluso se gustaba. ¿Qué le faltó? Probablemente, pisar más el acelerador, apasionarse con lo que trataba de realizar. Este “Paquirri”, como hacía ejemplarmente el primer “Paquirri”, necesita de la pasión, de la entrega sonora, además de correr la mano templadamente. Lo segundo lo puso en muchas ocasiones, lo primero faltó. Y sin embargo, aunque sea una temporada de torear por puro placer personal, el público le quiere ver en su propio ser. Todo lo cual nada tiene que ver, o muy poco, con que saliera a la plaza con las facultades mermadas por la paliza de Olivenza. De lo que aquí se habla no es de fuerzas físicas, sino de las anímicas. A esto hay que echarle más corazón, así se esté toreando en el campo.
En su segunda comparecencia en Valencia Morante pasó como la luz por el cristal: sin romperlo y sin mancharse. A su primero, estaba claro, se lo quitó de en medio lo más pronto posible; con el cuarto dejó suaves pinceladas, como bocetos –eso sí, bellísimos– de un cuadro de mayores enjundias. No era el toro soñado, desde luego; pero hay que dejar constancia que entre lo hizo también entremetió su poquito de milonga. Lo que ocurre es que como anda tocado con la cosa del embrujo, el eco en los tendidos se multiplica por diez, que ayer hubo sobresaltos y olés hasta con muletazos enganchados. Es el enorme peligro que acecha al torero de la Puebla del Río, si de verdad quiere ser un nombre histórico en los Anales: dejar correr la leyenda, que eso ya le da carrete para echar la temporada, espaciando en cambio los momentos de embraguetarse de verdad con los toros. Cuando lo hace, no hay otro en nuestros días que lo iguale. Pero no es bueno perder la cabeza al buen tun-tun.
Agradabilísima la sorpresa de Alejandro Talavante. Qué modo más original y más torero de recibir con el capote a su primero. Pese al viento, tuvo arrestos para en los medios echarse el capote a la espalda en su quite y, además, quedarse quieto. Aunque con desigualdades, toda la faena de muleta rayó en muy buen tono y bajo el signo de la variedad. Este “zalduendo” acabó siendo el más potable de todos, pero tenía un tacómetro para regular su duración. Talavante dejó entonces una estocada bastante caída, que luego redujo el premio a una oreja. Con el que cerraba plaza, cumplió, que es lo que correspondía. Pero todo lo cual no impide para afirmar que este Talavante actual, si persevera, le va a dar muchos dolores de cabeza a más de uno en la puerta de cuadrillas. Se le ve que está deseando pelearse y competir consigo mismo, que es lo que siempre hicieron los grandes toreros. Nunca hubo un competidor más duro que uno mismo.
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