MADRID. Undécima del abono de San Isidro. Lleno de “No hay billetes”: 23.624 espectadores. Toros de Jandilla (Borja Domecq), de correcta presentación y
Al concluir el paseíllo, los aficionados obligaron a Juan José Padilla, que esta tarde se despedía de Madrid, a saludar desde el tercio.
Ya en los comienzos de la tarde había más ruido que otros días en las reacciones de un sector de los tendidos, que hasta ahora había estado menos activo. No es ni más ni menos que la idiosincrasia de esta Plaza, a la que ellos son fieles de marzo hasta octubre. En Madrid son estas exigencias del "crúzate" y otras, que se identifican con el 7, como en Sevilla son esos silencios a los que tanto temen los toreros. Cada cual se expresa a su modo.
Pero a unos y a otros los pone de acuerdo cuando en el ruedo vibra la emoción, que en este viernes se midió con cuenta gotas. A ello cooperó en abundancia la corrida de Jandilla, que no ha sido como para que el criador tire cohetes. Pasó con holgura el listón de la presentación; en cambio quedó lejos de los parámetros necesarios para en lo bravo sentirse satisfechos, con la observación suplementaria que ante el caballo no tuvieran mala nota, incluso que varios fueran con alegría.
A la hora de ponerse delante, hubo un toro, que fue el 5º, de mejor condición y algo más de duración, aunque le faltara un tranco en los finales. Otro que, teniendo su dosis de clase, se acabó muy al principio, que fue el 1º. A partir de ahí, los “peros” van a mayores. Sin clase y claudicante resultó el 2º: ni a media altura admitía los muletazos. Sin fondo alguno el 3º, al que le costaba un mundo repetir. Complicado y evolucionando a peor, el 4º. Manso declarado el 6º, por más que en las tablas se tragara el arrimón de Roca Rey. Y todos con un fondo tan escaso que antes de mediar las faenas ya se venían a menos. En resumen, la mayoría incapacitados para crear emoción en los tendidos, que cuando la hubo fue por un sobre esfuerzo del torero.
Se despedía de la afición madrileña Juan José Padilla. Por la ovación que le dedicaron en los comienzos parecía que habría más receptividad con su actuación. La realidad es que no la hubo ni en los momentos mejores. Por ejemplo, los buenos pares de banderillas –que los hubo– del jerezano, sin darse ventajas y con mucha exposición, no llegaron al tendido como merecían. Fuera de los suaves lances de recibo, el vibrante inicio de faena y una serie con la muleta más rematada, poco más podía ofrecer con su primero, que se apagó demasiado pronto. Muchas menos opciones le brindó el geniudo 4º, el de su despedida, que a cada embestida que daba se ponía a peor.
Sinceramente bien se le vio a Sebastián Castella con el buen 5º. Cuando sus embestidas tenían todavía largura, porque llevaba a los toros muy por abajo, macizos de temple y hasta el final; cuando las acometidas se acortaron, porque se regaló un arrimón que además de ser muy verdadero, resolvió siempre con buena nota, sin atragantones ni desaires. Lo mató con una excelente estocada casi entera en la misma yema, de la que el toro rodó como una pelota. La oreja que se le concedió es de las que hay que poner en valor. Con el muy claudicante 2º su toreo encajaba poco: no podía ni intentar bajarles la mano, porque el jandilla rodaba por los suelos. Un trasteo pulcro, pero carente de cualquier atisbo de emoción. Tan sólo un pero: muy rinconera la estocada, que como todas las que son de ese porte tienen efectos rápidos.
Sin repetición, sin fondo en sus embestidas, resultó el 3º; manso de toda mansedumbre, el que cerró la función. O sea, ninguno de los dos resultaban apropiados al toreo que lleva dentro Roca Rey. Valiente, por supuesto. Pero fuera de ese ejercicio meritorio, en todo lo demás faltaba algo Estuvo empeñado con el 3; con el 6º, inteligente, porque le dejó ir a donde le correspondía, a las tablas por la zona de chiqueros, y allí le extrajo lo poco que llevaba dentro. Eso sí, en su haber hay que anotar una estoconazo monumental a su primero, de los mejores que se han visto hasta ahora.
0 comentarios