Valencia fue clave durante toda la trayectoria profesional de Juan Belmonte. Desde aquellas tres célebres novilladas económicas de mayo y junio de 1912, que lo encumbraron al primer puesto de los novilleros, hasta su último festejo de 1934, Valencia estuvo presente en sus tardes más triunfales.
En todas sus actuaciones, con sus éxitos y sus fracasos, fue fiel a su toreo, con su forma de torear con el capote, sus faenas de muleta y sus maneras en la plaza. Su estilo revolucionario fue un eslabón imprescindible en la evolución del toreo, desde esa tauromaquia entendida en los primeros años de su carrera como una lucha cuerpo a cuerpo con el toro hasta alcanzar un alto grado de desarrollo artístico en los últimos años de su carrera.
De aquella tarde de su primera becerrada en Valencia, dejó escrito K´Hito una reseña que leída hoy resulta significativa. El entonces empleado de Correos y años después, cuando K-Hito era un escritor de reconocido, decía entonces:
“Cuando vimos al frente de las cuadrillas a Belmonte con su andar cansino, arrastrando los pies, pronosticamos la tragedia. A ese pobre hombre lo va a matar un toro. ¡Si no puede andar!
No olvidaré nunca aquella tarde. El desmedrado hombrecillo, cuando le embestía la res, sufría una profunda metamorfosis, al extremo de adquirir gallardía y prestancia. Se estiraba, mandaba con los brazos, quieto siempre, porque no podía moverse, y una y otra vez se pasaba al toro por la faja. Transcurrió la tarde en un ¡ay! prolongado. ¡Que lo mata! ¡Que lo va a matar!
Las ovaciones se sucedían. ¡Qué cosa más rara! Los gallistas la tomaron con él. Los gallistas del Gallo grande, se entiende.
Al salir de la plaza, yo era belmontista”
Muchos años después, en plena madurez, ya en la temporada de 1934, la última en la que hizo el paseíllo en la capital valenciana, Juan Belmonte seguía siendo el torero rompedor con todos los esquemas, según puede deducirse de la crónica publicada en “La Voz”, en la que se escribió:
“Juan superó el arte de todas sus épocas, toreando como jamás se ha toreado ni tal vez se toree. ¡Qué temple y qué dominio del arte! Recogió al bicho en los tercios del dos y lo llevó a los medios, doblando maravillosamente, y allí ligó el trianero una faena grandiosa, inenarrable, superando a las de sus mejores tiempos. Pases naturales, de pecho, molinetes (música), cambiados, afarolados, de cabeza a rabo, tocaduras de pitón y otros adornos, en medio de una revolución del público. Entra recto y coloca una estocada hasta las cintas y descabello. (Orejas, rabo, tres vueltas al ruedo y saludos infinitos desde los medios. Una verdadera apoteosis.)”.
De forma muy documentada Marcos García Ortiz –conocido ya por nuestros lectores por su ensayo sobre “Amadeo de Saboya y los toros”– revive en este trabajo toda la trayectoria valenciana del Pasmo de Triana. La alternativa que le concedió Rafael González (Machaquito) en Madrid el 16 de octubre de 1913 y sus diversas reapariciones marcan la estructura de este ensayo, dividiendo los períodos entre su presentación y la última novillada (1912-13), en que actuó en tres becerradas y cinco novilladas picadas, las 21 corridas que toreó desde su presentación como matador hasta la celebración de su matrimonio, que le mantuvo un año sin torear en España (1914-17), las 22 desde su vuelta a los ruedos (1919-21), las nueve de su reaparición (1925-27) y las dos que toreó en el último período que paseó su arte por las plazas de toros (1934).
Para una más cómoda lectura, el ensayo se incluye en el adjunto archivo en formato PDF.
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