Cuando se celebró ya se levantaron dudas de las verdaderas razones por las que empresarios y toreros tuvieron una súbita conversión en favor de la Mesa del Toro, con la que la gran mayoría de ellos habían manifestado reticencias y no pequeñas, y hablaron con tanta unanimidad en favor de la unidad de criterios que movían a ambos colectivos.
Si nos atenemos a la cronología de los hechos, la urgencia de la reunión comenzó cuando los toreros tocaron en sus relaciones institucionales materias sensibles para la economía taurina, como los sistema de arrendamiento de las plazas o los derechos televisivos. Justamente a raíz de aparecer estos temas en la agenda de los toreros que han llevado el peso de las reuniones, fue cuando los empresarios se interesaron por estas actuaciones en defensa de la Fiesta.
No se puede descartar que desde el principio tuvieran un inmenso interés por esas cuestiones. Pero lo cierto es que era un interés que desarrollaban en la intimidad, sin asomarse a la Opinión Pública. Por eso ahora no puede menos de sorprender su cambio de posición, para llevar todo al escenario de la Mesa del Toro y dejar en un segundo plano la actuación de francotiradores tan influyentes como pueden ser las figuras.
Bajo esta interpretación, se entiende mejor ese repentino cambio de opinión en torno al papel que le corresponde en todo esto a la Mesa el Toro. Cualquiera que esté un poco informado de los entresijos taurinos podría poner ejemplos bien significativo de los comentarios que se han venido haciendo sobre la Mesa, no precisamente favorables. Y da igual que hablemos de empresarios, que de ganaderos, apoderados o toreros en cualquiera de sus escalafones. Pero fueron los hermanos Chopera –esto es: los Martínez Labiano– los que con más rotundidad invalidaron globalmente a esta Mesa, pidiendo su sustitución por una federación en la que todos los estamentos taurinos se sintieran verdaderamente representados. Cuando los mismos redescubren las virtudes de la criticada Mesa, gratuito no es ese movimiento.
Y esa repentina conversión, que está en el fondo de la reunión empresarios-toreros puede tener una explicación lógica: un colectivo muy amplio –que tiene que ser así para que sea unitario– es mucho más fácil de tener bajo control que un grupo de toreros, que además son figuras, a los que cualquier institución por lo pronto les coge el teléfono y se hacen la foto, con la excepción de la ministra de Cultura; es decir, que tienen fuerza por sí mismos.
Al fin y al cabo todos los que se reúnen en esa Mesa –cuya cara pública hoy está formada básicamente por ganaderos– resultan ser dependientes en su actividad profesional de quienes controlen el negocio taurino. Muy humano y comprensible resulta que nadie arriesga la venta de su camada de cuatreños –o veinte corridas de toros, o cualquier otra tarea remunerada– por un quítame allá esta o aquella gestión.
Por ahora no se trata más de de una hipótesis, aunque fundamentada en indicios racionales. Pero por el buen desarrollo de todas las actuaciones que la defensa de la Fiesta necesita, bien harían unos y otros en explicar de forma convincente que, efectivamente, esto no es más una hipótesis, que la realidad es otra completamente diferente.
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