La razón identitaria y verdadera del Arte del toreo: la emoción creativa y el riesgo del artista

por | 21 May 2014 | La opinión

Cuando se busca ese elemento diferencial entre la Tauromaquia y el resto de las Bellas Artes y, en general, de las distintas ramas que integran la Cultura, tanto desde un análisis teórico como desde la realidad práctica se llega a una conclusión a nuestro entender incontestable: el hecho diferencial, eso que hace único al Arte del toreo, radica en el binomio indisoluble que componen la emoción y el riesgo, que mutuamente caminan entrelazados para que el arte nazca.

Si a la Tauromaquia se la  priva de ese componente, carecería de su razón de ser como plasmación cultural con identidad propia, para pasar a integrarse en cualquier otra faceta de las artes escénicas, en unos casos, y/o de las tareas agrícola-ganaderas convencionales, en otros. En ese binomio radica su propio hecho diferencial, eso que le da su propia personalidad identitaria.

Y es que si se analiza con un cierto detalle, se observa como a ese binomio diferencial responden no sólo aquellas expresiones regladas que se dan en un ruedo, sino  la generalidad de las formas que adquiere el desarrollo práctico de la Tauromaquia: desde los festejos populares hasta las propias labores ganaderas y veterinarias del toro bravo.

Ya sea el platillo de un ruedo, ya en cualquiera de las faenas que se hacen  en el campo o en las calles, se concentra a pesar de todos los pesares demasiada verdad.  Y ocurre así porque allí se conjuntan esos dos elementos definitivos, como son la creación de un Arte y el riesgo cierto al que se expone quien lo crea. Ahí radica toda la razón de ser de la magnitud verdadera de la Tauromaquia, la raíz de su propio hecho diferencial de la emoción y el riesgo.

Aceptado este razonamiento, algo que para un aficionado encierra pocas dudas, todo lo demás no dejan de ser consideraciones consecuentes. Y así, frente a la pregunta inevitable si de suyo este hecho diferencial y único debe materializarse en la práctica para demostrar su verdad, la respuesta inevitablemente es que no: basta que el riesgo exista, incluso cuando es en una segunda o tercera derivada.

De hecho, como alguna vez hemos escrito, si jamás se hubieran dado en la historia tardes como las de Talavera y Linares, las de Pozoblanco  y Colmenar, la verdad eterna del toreo seguiría siendo la misma. Hemos vivido ahora unos momentos dramático, pero auténticos. La tremenda cornada sufrida por David Mora, no viene si no a confirmar todo lo anterior.

Si algo caracteriza a quien se considera un hombre de Arte, sea cual fuere la especialidad a la que se dedique, son dos elementos básicos. El primero, la libertad creativa, que es lo que permite que su obra nazca desde el hondón del alma, superando cualquier barrera que se interponga en su camino. El segundo, la profunda soledad del artista frente a su obra; podrá tener cuantos colaboradores resulten necesarios, pero la obra es entera y exclusivamente suya. Son dos componentes que cada tarde podemos admirar en  un ruedo, de forma no tan diferente a si lo hacemos en el Museo del Prado.

Sin embargo, en el caso del Arte del Toreo hay que sumar otro componente finalista, que acaba por incluirse en uno de sus elementos constitutivos. Cuanto hace referencia a la Tauromaquia constituye  por su propia naturaleza un arte efímero, que nace y muere en el mismo momento de su propia creación. Ni hay dos muletazos miméticamente iguales, ni se han dado dos toros plenamente gemelos en sus comportamientos durante la lidia. Ni siquiera cuando se graba ese acto único, el cine es capaz de devolverle íntegramente toda su vida, entre otras cosas porque aún no se ha inventado máquina alguna, por más perfecciones que se le añadan, que sea capaz de trasladar el sentimiento. Como diría el filósofo clásico, no cabe la creación cuándo tan sólo es algo potencialmente posible:  el toreo o se vive en acto, esto es: en presente, o no se vive.

A partir de estas consideraciones, con las que no se pretende dogmatizar sobre nada, luego las realidades diarias se encargan de introducir matices muy diversos. Nunca dejaran de ser matices, pero en ocasiones los matices han marcado el camino de la historia. El arte no puede vivir del brochazo gordo, necesita que se le perfile con el matiz de los detalles pequeños.

Por eso camino nos introduciríamos en los vericuetos laterales de este discurso. Tal es, por ejemplo, la incidencia que en el riesgo tiene el grado de formación, incluso de preparación física, del artista; o la propia responsabilidad de quienes los apoderan, a la hora de medir el grado asumible de riesgo que puede presentársele a su torero, que tiene mucho que ver con todo esto.  

Incluso en ocasiones esos matices no tienen más que una mera relación circunstancial, e incluso momentánea, con el Arte. Un percance nacido, por ejemplo, por un golpe de viento a destiempo; un accidente en el manejo de los trebejos del toreo…, hasta las propias condiciones materiales de un ruedo. De todos esos casos tenemos ejemplos auténticos y todo eso influye a la hora de incrementar ese factor que es el riesgo. Pero no por eso pasa a ser un elemento constitutivo del arte del toreo.

Ni siquiera cabe incorporar aquí el discurso de los fraudes. Es cierto, para qué vamos a negar las evidencias, que en ocasiones se han dado y se dan, por ejemplo, en cuanto se refiere a la disminución artificial de la capacidad ofensiva del toro. Ese toro que se considera “afeitado”, incluso que se comprueba en el laboratorio que efectivamente lo está, puede tener algún tipo de influencia, más psicológica que material, pero no por ello reduce el riesgo a 0. Basta repasar la historia para comprobarlo.

Indudablemente se trata de unas materias muy objetivables, que han de barajarse de forma necesaria, pero que no ello forman parte de la verdad eterna, sino que hacen referencia a un episodio específico y concreto, que aún cuando es grave no por ello deja de ser colateral a la cuestión de fondo.

Sin duda son matices, pero no por ello dejan de ser condicionantes verdaderos. Y cuando se traen a colación no se hace a modo de excusa, sino para magnificar el cúmulo de circunstancias tan diversas que condicionan al toreo y al riesgo que entraña de por sí. En suma, lo que estas circunstancias hacen no es otra cosa que añadir valor a lo que ya de por sí es lo esencial: la conjunción del riesgo y del arte.

Con matices colaterales y sin ellos, tengo para mí que el día que deje de ser cierto que el arte del toreo nace de ese binomio de la emoción creativa y del riesgo del artista, habremos escrito la página final de la Tauromaquia. No harán falta detractores ni campañas; nos bastaríamos solos si arrumbamos esa verdad.

Precisamente por eso, nos duele profundamente la tragedia que un martes de feria sobrevoló sobre nuestras cabezas en Las Ventas. Pero, a la vez, nos reafirma que el toreo es verdaderamente un arte singular, único, que si apasiona lo hace porque cuanto ocurre a su alrededor es verdadero, no es ni una representación, ni un juego. Ahí radica la conceptuación mítica y heroica de cuanto hace referencia a este Arte.

Por eso, en fin, David Mora no es un enfermo grave, aunque lo esté; David Mora se mueve, como cada vez que se viste de luces, en el campo de los héroes, un héroe herido, pero antes que otra cosa un protagonista en primera persona del arte del toreo.

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Taurología

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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