La crónica, que ya fue objeto de estudio por Heriberto Lanfranchi, en su libro “La fiesta brava en México y en España. 1519-1969”, ha sido ahora analizada en detalle por el historiador José Francisco Coello Ugalde, que la contextualiza e incorpora notas que permiten acercarse con mayor propiedad a su contenido y a su significado.
El texto íntegro de esta crónica es el siguiente:
►FIESTAS DE CUERNOS
En la tarde de antier se presentaron seis animalitos de la famosa raza (Atenco), chicos, vellosos en la frente y cuello, y ligeros como todos los de la hacienda de don J. J. Cervantes (el dueño de Atenco en 1852. N. del A.). La concurrencia fue numerosísima en la sombra; en el sol, como pocas veces la hemos visto; y la azotea bien coronada de gente. El interior de la plaza no ha presentado novedad alguna, ni la necesita, pues se conserva tan primorosa como el día que se estrenó; más el exterior que tiene el soberbio adorno en su frontis de una hermosísima casa, que según sabemos, se destina para café, billares, etc…
A las cuatro y cuarto de la tarde comenzó la corrida con asistencia del Exmo. Sr. Presidente. La cuadrilla de Bernardo se presentó formada de dos espadas, cuatro banderilleros, dos chulillos, dos locos, cinco picadores y dos coleadores, todos bien vestidos, como se acostumbra siempre en esta plaza.
Antes de comenzar nuestros artículos de cuernos, suplicamos a los peninsulares no establezcan comparaciones entre sus cuadrillas y las nuestras; pues en España, en primer lugar, se hace un estudio especial y detenido de Tauromaquia, y en segundo, allá los grandes toreros tienen sueldos que equivalen a una fortuna, cosa que aquí no podría proporcionarse. Así, pues, huyendo de toda comparación y concretándonos a México, es como haremos nuestras calificaciones.
El primer toro que se presentó a la lid era colorado, muy velloso en la frente, corni-cerrado, muy bien armado, ligero y entrador: tomó cuatro varas de Ávila y tres de Magdaleno, una de éstas sobresaliente; y habiendo quedado muy mal herido su caballo, creemos que habrá muerto. Delgado y “El Moreliano” quisieron poner sus dos pares de banderillas adornadas, y sólo pusieron una cada uno; después puso el primero un par de corrientes bien, y otro regular, e igualmente “El Moreliano”, aunque el par que éste puso bien, nos gustó más que el de Delgado. La espada la tomó Bernardo Gaviño y mató al animal de un mete y saca regular.
Segundo toro. Colorado retinto, corni-cerrado, muy velloso, poco ligero y recelosísimo, pues rara vez se puso en suerte. Recibió cinco varas de “Champurrado” y dos de Cruz; del primero dos buenas, y una del segundo. El andaluz Joaquín le puso una banderilla muy adornada y dos corrientes, éstas bastante regular: al saltar este banderillero la valla, el toro quiso brincar tras él, y aunque no lo salvó, le rompió el calzón: repetidas desgracias de éstas le han sucedido y seguirán sucediendo a este andaluz por demasiado confiado al saltar la valla; mientras olvide que los toros de Atenco se distinguen por su tenacidad en seguir al bulto, recibirá más y más golpes, que algún día lo inutilizarán para siempre. Un nuevo banderillero que no conocíamos, José María, puso un par de banderillas adornadas y otro de corrientes bastante regular. Lo mató Mariano González de un mete y saca, que si hubiera sido un poco más alto habría recibido nuestros aplausos.
Tercer toro. Color oscuro, vulgarmente conocido bajo el nombre de hosco, y para que nos entiendan los rancheros, josco, corniabierto, el más grande de la corrida, muy ligero y entrador. Ahora es tiempo de hacer advertir a los picadores la ventaja que hay en esperar a los toros, sobre ir a buscarlos; cuando el animal sale del chiquero con toda su ligereza, corre por el circo deslumbrado, y si se le sigue, además de cansar al caballo, el toro se acostumbra a huir. Si nuestros picadores no abandonan esta manía de correr tras el bicho, y la de coger la pica larga, no saldrán nunca de chapuceros. Recibió cuatro varas de Ávila y ocho de Magdaleno, casi todas éstas buenas, una sobresaliente. “Champurrado” le dio un buen pinchazo, pero habiéndole derribado del caballo, el toro jugaba por el suelo con éste y su jinete; Bernardo, que nunca pierde de vista a toda su cuadrilla, cuando vio en tamaño conflicto al picador, tomó la cola al bicho, el que dando vueltas, hizo tropezar a aquél, y se vieron por algunos segundos a ambos toreros ser el juguete de los cuernos del animal. Sin embargo, se pararon ilesos, cosa que produjo un aplauso y entusiasmo en toda la concurrencia, difíciles de referir. Cruz dio dos piquetes, y en segundo hizo la barbaridad que otras veces, y que se le aplaude mucho en el sol, y por la que merece un mes de cárcel. El toro ensartó al caballo, y el picador se bajó de éste y cogió al bicho de los cuernos, queriendo dominarlo, como otras veces ha hecho con toros más chicos; el presente, que era grande y fuerte, no permitió el desacato, y a no ser por Bernardo, el bárbaro Cruz es víctima de su temeridad. No nos cansaremos en reclamar contra este acto de barbarie, digno de los comanches y apaches, ni de suplicar al empresario y a las autoridades que presiden, corrijan esta audacia imprudente que hará morir algún día a ese picador a la vista de todo el público. Delgado y “El Moreliano” pusieron cada uno su par de banderillas adornadas, y un chulillo, Manuel, clavó un par medio regular; no dudamos que llegue a ser un buen banderillero con el tiempo. Llevó la espada el capitán, y después de un golpe en hueso, le dio un buen mete y saca.
Toro cuarto. Del mismo color que el anterior, cornigacho y entrador. Recibió siete varas de “Champurrado” y seis de Teodoro: este muchacho acaba de salir de una larga enfermedad, así que nada extraño es que la falte pujanza para sostener a su cornudo antagonista; entre los piquetes del primero hubo tres buenos, y en uno de éstos dejó dentro la garrocha al toro por más de dos minutos; este bárbaro accidente, que llaman desabotonarse la pica, es visto con mucho desagrado por el público de la sombra, y quisiéramos que se tratara de corregir a toda costa. También vimos otra cosa que mucho nos desagrada, y es picar y poner banderillas al mismo tiempo. Esto fatiga mucho al animal y no le deja entrar bien para la muerte: hágalo enhorabuena Bernardo con el toro que ha de matar; pero no con los ajenos. Si este toro no hubiera sido por sí tan bueno, estamos seguros que Mariano habría degollado al bicho; Bernardo fue el único que puso banderillas, y fueron dos pares de adornadas con lujo y cinco pares comunes, todas bien puestas. El señor de la corrida fue Mariano González, que a la primera estocada en los rubios, o sea en la cruz, mató con gran primor al animal. Bien, muy bien don Mariano; si en las tres corridas siguientes dais la misma estocada, os ofrecemos llamarla, ya que hoy está de moda ese nombre, “la estocada Mariana”. ¿No veis el entusiasmo que produce en el público este modo de matar, mientras que da náuseas y horripila ver derramar bocanadas de sangre al pobre cuadrúpedo? Aplicaos a repetir la estocada de hoy, y contad con nuestros aplausos.
Toro quinto. Del mismo color que los dos anteriores; estaba muy corneado; recibió cuatro varas de Ávila, cuyo caballo murió; Magdaleno dio seis pinchazos, uno de ellos buenos, y otro Cruz; Delgado saltó bastante bien al trascuerno. Pusieron regular su par de banderillas muy adornadas, “El Moreliano”, Joaquín y José María; éste, además, par y medio comunes, y Joaquín dos pares. Lo mató Bernardo a la segunda, de un bonito mete y saca.
Ultimo bicho. De color que llaman colorado bragado; era muy corniabierto y algo cansado: fue el único de la corrida que nos gustó poco. Las nueve varas que tomó de “Chapurrado” y Teodoro, no tuvieron nada de particular. “El Moreliano” puso muy bien su par de banderillas con esa audacia con que se mete al toro, y que al fin le ha de costar caro; además clavó cinco comunes; Delgado puso dos bien, cinco regular, todas de las comunes. El bicho pasó a mejor vida de manos de Magdaleno a caballo, del tercer pinchazo.
“Entre el tercero y cuarto toros, hubo dos de cola muy mal servidos, a pesar de que el segundo era muy retrechero. Hablando en su idioma a los coleadores, les decimos que no refuerzan mucho el rabo, pues por esto se les queda en la mano, y ya no tienen modo de colear; que espíen el momento en que el toro queda parado en las cuartos delanteros, que es cuando más fácilmente va al suelo el animal. De siete veces que cogieron antier la cola los rancheros, sólo una tiraron al bicho.
Preciso es confesar que no obstante la tarde nublada y desagradable, la corrida estuvo muy bonita y animada, y si continúa el esmero por parte de la cuadrilla y de la empresa, las entradas seguirán en aumento. Se nos asegura que pronto será el beneficio del señor don José Juan Cervantes, dueño del ganado, y es de creerse que el de esa tarde sea de lo más bravo y escogido que haya pisado la plaza de Bucareli, pues además de que lo exige el honor de la persona, lo merecerá la concurrencia, que aseguramos ha de ser numerosísima”·.
El Orden Nº 50, año I, del martes 28 de septiembre de 1852.
►Estudio sobre la primera crónica mexicana
José Francisco Coello Ugalde
Es de lamentar el poco interés dedicado por la prensa a las corridas de toros. No había entonces un consenso formal o hasta profesional del “cronista” por lo que dejaron escapar buenas oportunidad de reseñar una especie de fascinación permanente, asunto que entendieron algunos viajeros extranjeros y plumas del país que, pretendiendo descubrir esencias de una nación enfrascada en demasiadas utopías, logran retratar al “ser” del mexicano en la segunda mitad del siglo XIX. Me ocuparé de ellos a su debido momento. Ahora bien, la insistencia de mencionar este “descuido” de la prensa en varias ocasiones es porque buena parte del transitar de una fiesta tan intensa no podía quedar tan menospreciado. Si bien, Heriberto Lanfranchi menciona que la primera crónica taurina publicada en México data de la corrida efectuada el domingo 26 de septiembre de 1852, y que apareció en El Orden Nº 50 del martes 28 de septiembre siguiente, es una evidencia clara de que hasta ese momento, quizá bajo una proyección más relevante, demuestra que ya interesaba el toreo como espectáculo más organizado o más atractivo en cuanto forma de su representación.
Heriberto Lanfranchi califica a la crónica de aquella tarde, como la primera de carácter taurino publicada en México. Creo que, dada la importancia del acontecimiento que se reseña, traslado aquí tal testimonio. En él, vamos a encontrarnos con características muy particulares de los toros lidiados aquella ocasión, y que cumplen con el fenotipo navarro. Enseguida de traer hasta aquí la reseña, me ocuparé de abordar un tema en el que la influencia del gaditano pudo dejarse ver en dicha situación.
PLAZA DEL PASEO NUEVO.-Domingo 26 de septiembre de 1852. Cuadrilla de Bernardo Gaviño. Toros de Atenco.
Al mencionar dos toros para el coleadero y además, el toro embolado de costumbre, ello nos refleja el carácter de mezcolanza habido durante buena parte del siglo pasado (que ya pronto será “antepasado”), anejo indispensable y complementario de las diversas corridas efectuadas tanto en la Real Plaza de toros de San Pablo, como en la Plaza de toros del Paseo Nuevo y que tanto gustaban al público de entonces. No concebían una corrida si no llevaba como uno más de sus actos, el coleadero y el toro embolado. Como vemos, la cuadrilla de Gaviño, independientemente de la que presentara Mariano González “La Monja”, está constituida por: dos espadas, cuatro banderilleros, dos chulillos, dos locos, cinco picadores y dos coleadores. Es decir, un auténtico grupo formado con los elementos que por entonces exigía la tauromaquia concebida y realizada en México.
Ávila y Magdaleno Vera eran, entre otros los picadores. Para la fecha, quiero suponer simplemente que al respecto del primero, se tratara de uno de los famosos hermanos Ávila, ya fuera Luis, Sóstenes o José María. En cualquiera de los casos, y si esto resultara verídico, encontramos que el torero mexicano aprovechaba cualquier circunstancia para poder actuar en la plaza, pero sobre todo cuando Gaviño tenía compromiso. Bernardo, en algún momento debe haber representado un centro de atención muy especial, puesto que la cantidad de festejos donde actuó marcan la línea de un “mandón” de los ruedos, influyente en todo sentido y capaz de tener finalmente controlado todo el sistema que se movía alrededor de las corridas de toros. En cuanto a José Delgado y “El Moreliano”, de este último puedo decir que pudiera tratarse de Jesús Villegas, más tarde conocido con el remoquete de “El Catrín”. Era un torero de Morelia que se entusiasmó tanto cuando vio a Gaviño actuar en alguna plaza michoacana, que dejó a la familia y se fue a hacer la legua con el gaditano. Sin embargo, es Francisco Soria el verdadero “Moreliano” quien pertenece a la cuadrilla del torero español. En todo esto no hay más que una coincidencia y casualidad al mismo tiempo.
La suerte del mete y saca era tan común que hasta hubo manera de identificar a cada torero a la hora de ejecutarla. No es casualidad que a grandes estocadas, como las de Mariano González “La Monja” se le conocieran con denominaciones como la “estocada Mariana”. Adjetivos de grandeza y “eficiencia” también.
Siguiendo con las referencias señaladas, es ahora el “Champurrado”, picador de toros y Joaquín, banderillero español, a quienes dedicamos estas líneas. “Champurrado”, aparte de ser el popular atole de masa de maíz con chocolate, leche, canela y azúcar, también es una denominación para calificar un mestizo a otro mestizo. En la época que nos detiene para su revisión el “Champurrado” debe haber sido un picador cuyas características nos pueden ser reveladas por esos maravillosos apuntes de costumbre, recogidos en ASTUCIA de Luis G. Inclán. Joaquín López, banderillero andaluz, quizá estuvo integrado a la cuadrilla de don Bernardo, como un subalterno más. Ya vimos que Gaviño no aceptaba “intrusos” que empañaran su trayectoria artística, sobre todo a la hora de las ganancias, pero también del renombre que tenía de sobra, ganado por nuestro torero español y mexicano al mismo tiempo.
José María, otro de los picadores, Pilar Cruz, el bárbaro Cruz, es uno más de los varilargueros, temerarios y valientes como el que más, y Manuel Lozano García, banderillero.
José Juan Cervantes, es nada más y nada menos, que el dueño de la hacienda de Atenco, dehesa que nutre de toros y más toros a las corridas efectuadas por aquel entonces. A propósito, tuve oportunidad de encontrarme un documento de gran importancia que se conecta con el apartado que a continuación dedicaré en relación a la presencia e influencia que pudo haber mostrado el gaditano. Se trata, precisamente de una correspondencia dirigida a José Juan Cervantes a la hacienda de Atenco en el mismo año de 1852. Dice el documento:
Sr. D. José Juan Cervantes
Como podemos ver, son dos las situaciones que encierra la epístola de Vicente Pozo, a la sazón, empresario de la plaza del Paseo Nuevo, a su amigo don José Juan Cervantes. Una de ellas es que menciona a “Bernardo” quien “había separado” los toros, es decir, el gaditano gozaba de libertad absoluta para escoger el ganado fuera en la plaza o en el campo. En cuanto a la segunda situación, ésta tiene que ver con un verbo que comienza a figurar con mayor fuerza en el ambiente taurino de aquel entonces: “lidiar”. La tauromaquia en cuanto tal, lleva implícito este significado que se enriquece con cada época, y para la que revisamos, resulta sumamente objetivo el propósito por aprovechar embestidas que dieran en consecuencia un conjunto de lances o de pases que concretaran los primeros pasos de un arte de lidiar reses bravas en nuestro país, en unos momentos que ya lo requerían o necesitaban.
[1] Biblioteca Nacional. Fondo Reservado. FONDO: CONDES SANTIAGO DE CALIMAYA, en adelante: [B.N./F.R./C.S.C.] CAJA Nº 18 18/1 Pozo, Vicente, carta desde la ciudad de México, le comunica que ha recibido 13 toros de un pedido. Méjico, enero 25 de 1852, 1 f.
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