El pasado domingo 24 de junio, la efeméride del primer registro taurino en México, llegó a los 492 años de haber ocurrido. De ello, como se sabe, dio cuenta el Capitán General Hernán Cortés en su “Quinta carta-relación” dirigida al rey Carlos V desde la ciudad de Tenuxtitan [sic], a 3 de septiembre de 1526 años:
“Otro día, que fue de San Juan, como despaché este mensajero [refiriéndose al visitador Luis Ponce de León], llegó otro, estando corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas…”
Por otro lado, llama la atención que solo estemos a ocho años de alcanzar los 500 y con ello, seguramente se desarrollarán festejos conmemorativos, así como obligadas actividades de cultura que permitan dejar en claro esa permanencia, sobre todo hoy, cuando la tauromaquia enfrenta dos grandes problemas: el ataque de los contrarios y una natural fragilidad que la ubica en riesgo de su natural desaparición.
Estas reflexiones, perfectamente entendidas por los aficionados, nos ponen en preventiva lo cual implica resguardarla, pero sobre todo afirmar con razones de peso el porqué de su presencia.
Recientemente se presentó en Puebla un libro esencial, labor paciente de mi buen amigo Horacio Reiba, el cual lleva como título “Ofensa y defensa de la Tauromaquia”. El prólogo es de Raúl Dorra, eminente investigador en el terreno de la teoría literaria y del lenguaje, la semiótica y el análisis del discurso, lo que no es poca cosa.
Su presentación es lúcida e impecable y de entrada se declara no ser taurino pero sí un ser pensante que, en su apertura universal, reconoce el valor simbólico de esta representación.
Al igual que Leonardo Anselmi, ambos son argentinos y en ellos puede apreciarse un contraste ideológico marcadamente opuesto. Mientras para Anselmi su labor pasionalmente evangelizadora en contra de los toros sigue ganado adeptos, en Torra encontramos un equilibrio que sorprende.
Con absoluta seguridad afirma:
“La estética del toreo (el traje y los movimientos del torero, ese complejo baile que lo liga con el toro, el colorido –de una proliferación casi insoportable-, la impresión de que todo está cubierto de galas sin resquicios, salvo el toro que sale desnudo mostrando su fuerza y belleza primordial) me retrotrae a a la estética del barroco, a sus incesantes figuras literarias; pero su simbólica conduce fuera ya del tiempo histórico, a un estadio elemental en el que el hombre, para serlo, debió sacrificar, domesticar, la fuerza de la naturaleza”.
Nadie que sea antitaurino, ha formulado hasta ahora un razonamiento de tamaña calidad. Y no justifico a Torra, pues él mismo lo hace apuntando que en “Argentina, donde yo nací y crecí, no había toros de lidia”.
En otro sentido plantea que la pasión colectiva, patología que se hace presente en las plazas de toros en los momentos de mayor intensidad [por lo] “que por definición es un exceso, un desborde sigue el llamado de la profundidad del ser. Y en esa profundidad, el sacrificio es un elemento primordial”.
El uso del lenguaje y este construido en ideas, puede convertirse en una maravillosa experiencia o en amarga pesadilla.
En los tiempos que corren, la tauromaquia ha detonado una serie de encuentros y desencuentros obligados, no podía ser de otra manera, por la batalla de las palabras, sus mensajes, circunstancias, pero sobre todo por sus diversas interpretaciones. De igual forma sucede con el racismo, el género, las diferencias o compatibilidades sexuales y muchos otros ámbitos donde no sólo la palabra sino el comportamiento o interpretación que de ellas se haga, mantiene a diversos sectores en pro o en contra bajo una lucha permanente; donde la imposición más que la razón, afirma sus fueros. Y eso que ya quedaron superados muchos oscurantismos.
En algunos casos se tiene la certeza de que tales propósitos apunten a la revelación de paradigmas, convertidos además en el nuevo orden de ideas. Justo es lo que viene ocurriendo en los toros y contra los toros.
Hoy día, frente a los fenómenos de globalización, o como sugieren los sociólogos ante la presencia de una “segunda modernidad”, las redes sociales se han cohesionado hasta entender que la “primavera árabe” primero; y luego regímenes como los de Mubarak o Gadafi después cayeron en gran medida por su presencia, como ocurre también con los “indignados”, señal esta de muchos cambios; algunos de ellos, radicales de suyo que dejan ver el desacuerdo con los esquemas que a sus ojos, ya se agotaron. La tauromaquia en ese sentido se encuentra en la mira.
Pues bien, ese espectáculo ancestral, que se pierde en la noche de los tiempos es un elemento que no coincide en el engranaje del pensamiento de muchas sociedades de nuestros días, las cuales cuestionan en nombre de la tortura, ritual, sacrificio y otros componentes como la técnica o la estética, también consubstanciales al espectáculo, procurando abolirlas al invocar derechos, deberes y defensa por el toro mismo.
La larga explicación de si los toros, además de espectáculo son: un arte, una técnica, un deporte, sacrificio, inmolación e incluso holocausto, nos ponen hoy en el dilema a resolver, justificando su puesta en escena, las razones todas de sus propósitos y cuya representación se acompaña de la polémica materialización de la agonía y muerte de un animal: el bos taurus primigenius o toro de lidia en palabras comunes.
Con estas palabras inicié mi ponencia “Ambigüedades y diferencias: confusiones interpretativas de la tauromaquia en nuestros días”, dentro del II Coloquio Internacional “La fiesta de los toros: Un patrimonio inmaterial compartido”. Ciudad de Tlaxcala, Tlax. 17, 18 y 19 de enero de 2012.
Y vuelvo con Torra que parece entonarse en estos apuntes al reflexionar:
“Mentiría si digo que he seguido la polémica entre taurinos y antitaurinos, apenas la conozco de oídas. Pero me asombra el escándalo en torno al sacrificio cuando nuestra cultura, como toda cultura, está fundada sobre el sacrificio. Seamos o no creyentes, nuestra cultura es cristiana y ella se asienta sobre el sacrificio del Hijo, sacrificio que se renueva en cada misa donde se come y se bebe –es verdad consagrada para el creyente- la carne y la sangre del Cristo. ¿O habrá que prohibir también las ceremonias religiosas? Sería interesante pensar en la posibilidad real de una cultural totalmente laica, pero esa posibilidad –en la que pensó por ejemplo Bertrand Russell– está aún lejos de nosotros”.
Ahora bien, de acuerdo a lo que un servidor anotaba en Tlaxcala hace seis años:
“En este campo de batalla se aprecia otro enfrentamiento: el de la modernidad frente a la raigambre que un conjunto de tradiciones, hábitos, usos y costumbres han venido a sumarse en las formas de ser y de pensar en muchas sociedades. En esa complejidad social, cultural o histórica, los toros como espectáculo se integraron a nuestra cultura. Y hoy, la modernidad declara como inmoral e impropio ese espectáculo. Fernando Savater ha escrito en Tauroética (Madrid, Ediciones Turpial, S.A., 2011, 91 p. Colección Mirador., p. 18.): “…las comparaciones derogatorias de que se sirven los antitaurinos (…) es homologar a los toros con los humanos o con seres divinos [con lo que se modifica] la consideración habitual de la animalidad”.
Peter Singer primero, y Leonardo Anselmi después, se han convertido en dos importantes activistas; aquel en la dialéctica de sus palabras; este en su dinámica misionera. Han llegado al punto de decir si los animales son tan humanos como los humanos animales.
Sin embargo no podemos olvidar, volviendo a nuestros argumentos, que el toreo es cúmulo, suma y summa de muchas, muchas manifestaciones que el peso acumulado de siglos ha logrado aglutinar en esa expresión, entre cuyas especificidades se encuentra integrado un ritual unido con eslabones simbólicos que se convierten, en la razón de la mayor controversia.
Singer y Anselmi, veganos convencidos reivindican a los animales bajo el desafiante argumento de que “todos los animales (racionales e irracionales) son iguales”. Quizá con una filosofía ética, más equilibrada, Singer nos plantea:
“Si el hecho de poseer un mayor grado de inteligencia no autoriza a un hombre a utilizar a otro para sus propios fines, ¿cómo puede autorizar a los seres humanos a explotar a los que no son humanos?”
Para lo anterior, basta con que al paso de las civilizaciones, el hombre ha tenido que dominar, controlar y domesticar. Luego han sido otros sus empeños: cuestionar, pelear o manipular. Y en esa conveniencia con sus pares o con las especies animales o vegetales él, en cuanto individuo o ellos, en cuanto colectividad, organizados, con creencias, con propósitos o ideas más afines a “su” realidad, han terminado por imponerse sobre los demás. Ahí están las guerras, los imperios, las conquistas. Ahí están también sus afanes de expansión, control y dominio en términos de ciertos procesos y medios de producción en los que la agricultura o la ganadería suponen la materialización de ese objetivo.
Si hoy día existe la posibilidad de que entre los taurinos se defienda una dignidad moral ante diversos postulados que plantean los antitaurinos, debemos decir que sí, y además la justificamos con el hecho de que su presencia, suma de una mescolanza cultural muy compleja, en el preciso momento en que se consuma la conquista española, logró que luego de ese difícil encuentro, se asimilaran dos expresiones muy parecidas en sus propósitos expansionistas, de imperios y de guerras. Con el tiempo, se produjo un mestizaje que aceptaba nuevas y a veces convenientes o inconvenientes formas de vivir. No podemos olvidar que las culturas prehispánicas, en su avanzada civilización, dominaron, controlaron y domesticaron. Pero también, cuestionaron, pelearon o manipularon.
Superados los traumas de la conquistas, permeó entre otras cosas una cultura que seguramente no olvidó que, para los griegos, la ética no regía la relación con los dioses –en estos casos la regla era la piedad- ni con los animales –que podía ser fieles colaboradores o peligrosos adversarios, pero nunca iguales- sino solo con los humanos. (Sabater, 31).
Es el toro el que conmueve y se lleva la Fiesta
Ante esta armonía rotunda de la belleza animal, no hay nada más que decir. Toro “Caminero”
de Victoriano del Río lidiado en Madrid, y el toro “Naviero” de Atenco.
Avancemos un paso más. con las acertadísimas opiniones y reflexiones de Raúl Torra, que encabezan el excelente trabajo editorial de Horacio Reiba. Me refiero, como ya lo imaginarán, al libro Ofensa y defensa de la tauromaquia de reciente aparición en Puebla. Torra que no solo es argentino, sino un habitante universal y que comprende en esa dimensión las ideas que explora y analiza apunta lo siguiente:
“Por lo que sé, en el ruedo no se mata por matar, no se mata por deporte o diversión. Se mata precisamente para no diversificar, para que la atención no se vierta fuera sino para que quede retenida en ese punto oscuro, inevitable. Se va en pos de la muerte para hacerla el momento de un estremecimiento central. Es una muerte profundamente erótica, de un erotismo espectacular. El sacrificio ceremonial, en todas las culturas, siempre ha sido un espectáculo, una mostración de lo misterioso en la que se reúnen lo erótico con lo tanático. Se trata de una muerte por representación. El que se sacrifica, el que es sacrificado, está ahí en lugar de otro, de un colectivo cuya vida se quiere preservar. Una muerte que también es una redención”.
Es cierto que desde épocas remotas, el toreo ha sido cuestionado y puesto en el banquillo de los acusados debido a la fuerte carga de elementos que posee en términos de lo que los contrarios califican como “crueldad”, “tormento” o “barbarie”. En todo caso, nosotros, los taurinos, entendemos el significado de este espectáculo como una ceremonia en la que ocurre un “acto de sacrificio”; o más aún: “inmolación” u “holocausto”, que devienen sacrificio y muerte del toro. Todo ello, independientemente de las otras connotaciones que suelen aplicársele al toreo, ya sea por el hecho de que pueda considerarse un arte, e incluso deporte.
Sacrificio y muerte que, por otro lado cumple con aspectos de un ritual inveterado, que se ha perdido en el devenir de los siglos, pero que se asocia directamente con hábitos establecidos por el hombre en edades que se remontan varios miles de años atrás. Esa forma de convivencia devino culto, y el culto es una expresión que se aglutinó más tarde en aspectos de la vida cotidiana de otras tantas sociedades ligadas a los ciclos agrícolas, a la creación o formación de diversas formas religiosas que, en el fondo de su creencia fijaban el sacrificio, el derramamiento de sangre o se materializaba la crueldad, término que proviene del latín crúor y que significa “sangre derramada”. Y esa sangre derramada se entendió como una forma de demostrar que se estaba al servicio de dioses o entes cuya dimensión iba más allá de la de cualquier mortal. Eso ocurrió lo mismo en culturas como la egipcia, la mesopotámica, la griega, la romana, e incluso las prehispánicas que todos aquí conocemos. Precisamente durante dicho periodo, las formas de control y dominio incluyeron prácticas de sacrificio aplicada a todos aquellos guerreros que eran tomados como prisioneros por los grupos en conflicto. Muchos de ellos terminaban en la piedra de los sacrificios, mientras el sacerdote abría su pecho extrayendo el corazón del “condenado”.
Considero que si debemos empezar a entender porqué un espectáculo anacrónico como es el de los toros convive en este ya avanzado siglo XXI, lleno de modernidad, confort, globalización y demás circunstancias, es porque ha trascendido las más difíciles barreras y pervive porque diversas sociedades lo aceptan, lo hacen suyo y por ende, se conserva porque no sólo es un espectáculo más. Es rito, práctica social, acto festivo que ha logrado recrearse en miles, en cientos de años hasta ser lo que hoy día conocemos de él. También habría que valorar que cuando se maneja el concepto de la “recreación” este significa cambio, transformación, interpretación y renovación. Eso ha sido también la tauromaquia que, al llegar de España inmediatamente después de la conquista (a partir de 1521) se estableció como un espectáculo el que, al cabo de los años se amalgamó, pasó por un proceso de mestizaje que lleva la carga espiritual de uno y otro pueblo. No es casual que al paso de los casi cinco siglos de convivir entre nosotros, se consolidara la tauromaquia como cultura popular lo mismo en el ámbito rural que en el urbano. todo eso, hoy sigue vigente.
Vuelve a la palestra Torra con estas otras afirmaciones:
“…son los toros, es el toro con su fuerza tremenda y su tremenda belleza, es el toro con su turbulenta pasión, un toro que llega desde una remota antigüedad representado en la piedra o en el hierro, el que conmueve y se lleva la fiesta. Se diría que el torero es lo que pasa y el toro lo que permanece. Y permanece –paradójica o quizá necesariamente- porque está puesto en el lugar del perdedor. Es claro que la historia de la tauromaquia ha de recoger la trayectoria de los grandes toreros pero difícilmente un torero victorioso producirá un poema de las calidades del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías [de Federico García Lorca]. El torero victorioso puede ser llevado en andas. Pero torero cogido por el toro alcanza otra dimensión, muestra que el lado trágico que siempre acompaña a la fiesta envuelve a uno y otro”.
“El hombre frente al toro, el hombre frente a la fuerza, la belleza aun la pasión de la naturaleza que quiere permanecer. El torero sale a matar pero teme, teme equivocarse, pone en riesgo su vida. ¿Algo en ese temor del torero no nos hará preguntarnos si en el comienzo de los comienzos hubo quizá un equívoco, si el hombre no será un ser equivocado? Todo lo pienso claro, desde mi escritorio, porque desgraciadamente yo no soy aficionado a la fiesta brava. Pero mucho hay que aprender de ella”.
Raúl Torra remata entre otras cosas, con una sentida opinión en la que reconoce no ser “aficionado, [y] estoy convencido, tanto como tú [dirigiendo sus palabras a Horacio Reiba], de que sería triste que nuestra cultura, ya bastante entristecida, se quede sin los toros”.
Sabemos del largo recorrido milenario y secular de esta fascinante representación, la cual tiene en su haber legiones de partidarios y numerosos enemigos. Pero el enigma aquí planteado es sobre su incierto futuro. No nos convirtamos en convidados de piedra, sino en activos participantes en pro de esta manifestación. Desplegar todos sus significados y explicarlos a la luz de la realidad es una de las mejores tareas. Por eso es importante la difusión, siempre y cuando esta sea coherente y no una barata provocación.
Termino apuntando que al menos, desde esta trinchera, el toreo en México va a seguir teniendo todo un tratamiento histórico que permita entender sus circunstancias a lo largo de 492 años de convivencia y mestizaje.
En ese sentido, tres connotados historiadores me dan la razón:
–Los mexicanos tenemos una doble ascendencia: india y española, que en mi ánimo no se combaten, sino que conviven amistosamente. Silvio Zavala.
–No somos ya ni españoles ni tampoco indígenas, y sería un error gravísimo intentar aniquilar uno de los dos elementos, porque quedaríamos mancos o cojos. Elsa Cecilia Frost del Valle.
–La tensión que se instala en el desarrollo de México a partir de la conquista, surge también de la presencia de dos pasados que chocan y luego coexisten largamente, sin que uno logre absorber al otro.
Enrique Florescano.
A todo lo anterior, debo agregar estas conclusiones:
Cuando el imperativo en la justicia, la historia, la sociedad y en otros muchos aspectos de la vida es la verdad y esta, concebida como ideal del absoluto, aunque sólo sea posible alcanzar una dimensión relativa de la misma, se hace necesario por tanto un balance del conflicto no sólo de posturas. También de ideologías que vienen dándose con motivo de si son pertinentes o no las corridas de toros.
Veamos.
La animalidad y la humanidad tienen sus marcadas diferencias. Que tenemos deberes, derechos y obligaciones para con todas las especies animales, por supuesto que sí. Que debemos preservarlas evitando así su desaparición o extinción, también. En el caso concreto del toro de lidia, esta ha sido una especie cuya pervivencia ha sido posible para convertirla en elemento fundamental del espectáculo que hoy es motivo de polémica. El toro es un mamífero cuyo destino se centra en no otra cosa que para los propósitos mismos de la tauromaquia. Sin esta expresión milenaria y secular, ese hermoso animal sería uno más de los muchos condenados al matadero y su carne y derivados puestos al servicio de una sociedad de consumo, sin más.
Pero sucede que tras un largo recorrido, el toro es y ha sido una de esos elementos de la naturaleza que han pasado a formar parte del proceso de domesticación. El hombre antiguo vio en él unas condiciones de morfología y anatomía proporcionadas, que se mezclaban con fortaleza, musculatura y belleza armónica que quizá no tenían otras especies del amplio espectro del ganado mayor. El hombre moderno, en particular los hacendados y luego los ganaderos, llevaron esa domesticación primitiva a terrenos de la crianza más sofisticada y precisa hasta lograr ejemplares modelo. Cumplido ese principio, mantienen vigentes tales propósitos, teniendo como resultado hoy día un toro apto para el tipo de ejercicio técnico o estético tal y como se practica en nuestros tiempos. Por tanto, no ha sido una tarea fácil, si para ello deben agregarse factores relacionados con el tipo de suelo, de pastos, la presencia de fuentes de agua, de alimentación y demás circunstancias que suponen un desarrollo correcto mientras permanecen en el campo, a la espera de ser enviados a la plaza.
Ya en este espacio, su presencia cumple una serie de requisitos no sólo establecidos por ritual, usos y costumbres o el marcado por un reglamento o legislación hecha ex profeso para permitir que el desarrollo de la lidia en su conjunto, se realice dentro de los márgenes más correctos posibles, en apego a todos esos principios, mismos que una afición presente en la plaza desea verlos materializados.
Ahora bien, ritual, usos y costumbres y el mismo principio legislativo que determinan el desarrollo del espectáculo, no solo consideran, sino que dan por hecho que uno de los componentes en el desarrollo de la lidia es el factor en que el toro es sometido violentamente hasta llevarlo a la “muerte previa” (la “muerte definitiva” ocurre en el matadero de la propia plaza). Esa “muerte previa” ocurre en presencia de los asistentes todos, como culminación de un ritual que complementa los propósitos de un espectáculo en el que todos los actores participan (lo que para los contrarios es la tortura misma) en aras de que se produzcan efectos de disfrute o goce, celebrados colectiva, multitudinariamente en la decantación a una sola voz del término o expresión que mejor lo explica. Me refiero a la voz expresiva o interjección “olé”, que viene de ·ualah”, y cuya connotación más precisa sería entendida bajo el peculiar significado de “por Dios”.
En una invocación concatenada entre presente y pasado y estos eslabonados con un sinfín de elementos configurados a lo largo de siglos, explican que la tauromaquia es o se convierte en un legado, cuyo peso histórico acumula infinidad de circunstancias que han podido configurar su significado, ese que hoy rechazan ciertos sectores de la sociedad moderna, la cual parece negarse a escuchar las voces y experiencias del pasado, cuando solo tiene puesta la mirada en ese objetivo que para ellos es maltrato a los animales.
Sabemos y entendemos los taurinos que per se, esa parte culminante para la vida de un toro bravo se convierte en una muerte gloriosa (principio de una teoría compleja relacionada con los diversos significados que podría tener este término desde lo religioso o lo ideológico, dos factores que por sus composiciones son suficiente razón para detonar la polémica).
Así pues: los grupos contrarios a la celebración de las corridas de toros tiene sus propios puntos de vista, discutibles o no. De ese mismo modo, nosotros los taurinos también estamos en derecho de defender, legitimar o justificar la presencia y permanencia del espectáculo taurino, asunto que no es casual. Que no es de ayer a hoy, que ha tenido que tomar muchos siglos de formación y consolidación para, en su condición primitiva, también evolucionar.
Por ahora este es, uno entre muchos de los elementos de defensa que hemos de seguir mostrando para dejar en claro cuáles son las razones para garantizarle pervivencia segura a la tauromaquia. De ahí que continuemos con dicha labor, hasta tener los elementos puntuales y contundentes con que seguiremos dando nuestra propia batalla a su favor.
Celebro desde aquí la aparición de un libro más en el horizonte literario destinado a los toros, pero sobre todo su manufactura intelectual que es, como ya se ha comprobado, de altos vuelos.
►Los escritos del historiador José Francisco Coello Ugalde pueden consultarse a través de su blogs “Aportaciones histórico taurinas mexicanas”, en la dirección: http://ahtm.wordpress.com/
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