El 13 de junio de 1912, ahora se cumplirá un siglo, se presentó como novillero en la Plaza de Madrid –el entonces coso de la carretera de Aragón– José Gómez “Joselito”, en esta época anunciado como “Gallito Chico” y formando pareja con otro “niño prodigio” del momento, “Limeño”, a los que en los carteles se anunciado como “los niños sevillanos”.
Fue esta célebre tarde en la que el menor de los Gallos rechazó la novillada que don Indalecio Mosquera había preparado para la ocasión, un lote del duque de Tovar, que José obligó a cambiar por una verdadera corrida de toros de don Eduardo Alea, por entender que el ganado elegido inicialmente resultaba impropio para su presentación en la que ya era la primera plaza del mundo. A veces se cuenta esta anécdota situándola en los corrales de la propia plaza; en realidad, ocurrió en una finca cercana a Madrid, donde el empresario tenía a las reses que iban a lidiarse en las fechas posteriores. Y ocurrió la víspera del acontecimiento, cuando el torero quiso ver con antelación las reses a las que iba a enfrentarse.
Fue una tarde grandiosa para los que luego se alinearían con el credo gallista. En su biografía de Joselito, Gustavo del Barco cuenta que para entonces llevaban ya toreadas 12 novilladas juntos y añade: “Entonces, ir a Madrid era, además de preciso para poderse llamar torero, algo muy serio, lo más serio del toreo y nadie se aventuraba a hacer el paseíllo en la plaza de la carretera de Aragón hasta estar muy cuajado, muy puesto”. Fue en consonancia con la importancia que se daba a este paso por lo que José se negó a lidiar la novillada inicialmente preparada: “Son muy chicos; yo no me presento en Madrid con eso”.
José triunfó de una manera rotunda en esta tarde. “Don Pío” se quedó sin hipérboles grandilocuentes para cantar su toreo. “Ha resucitado Lagartijo”, tituló su crónica. Pero conocido el fervor gallista de Pérez Lugín, que quedó plasmado en varios libros, nada tiene de nuevo este júbilo. “Realmente no era de extrañar demasiado aquel entusiasmo, cuya sinceridad podía estar mediatizada por razones de afinidad y de familia. Incluso (…) podía pensarse en una exageración partidista”, escribió del Barco.
Por eso, el autor de esta biografía prefiere acogerse a la opinión de “Don Modesto”, en las páginas de “El Liberal” de Madrid, enemigo acérrimo de los Gallos en cuanto a toreros, para dejar su testimonio: “Yo no soy sospechoso. ¡Señores, qué Gallito! Yo creo ––o digo como lo siento– que su hermano no torea, no mata, en general. Pues bien, lo juro aquí que creo que nos hallamos en presencia de un fenómeno torero. ¡Palabra! ¡Palabra!”.
Si seguimos la versión de Gustavo del Barco, “Don Modesto y todo el apretado círculo de admiradores de Bombita no sospechaban entonces que ese novillero le iba a quitar el cetro del toreo a quien le detentaba”.
El contexto
Antes de seguir adelante, pongamos esta efeméride en su contexto histórico en lo que a la critica se refiere. En línea con la competencia que Joselito y Belmonte representaron con referencia a Machaquito y Bombita, afirma Alejandro Pérez Lugin, “Don Pío”, que tras José se fueron los viejos partidarios de Lagartijo y buena parte de los que hicieron partido por Machaquito, amén naturalmente de la familia gallista. En el partido de Juan se integraron los anteriores partidarios de Bombita; unos, conscientes de su fe en la revolución belmontista; otros, sencillamente, como reacción frente al agravio que Joselito le había infringido a su ídolo.
Sin embargo esto vino a ocurrir cuando los revolucionarios del toreo moderno alcanzaron el grado de matador de toros. No siempre fue así. Y un buen ejemplo de ello encontramos en la etapa novilleril del menos de la dinastía de los Gallo, cuando quienes luego militarían fervorosamente en su contra manifestaron su asombro por sus capacidades toreras. Un ejemplo evidente de esta realidad se localiza en los escritos del revistero “Don Modesto” –José de la Loma y Milego, en la ida civil– que ya en la presentación de “Gallito” en Madrid lanzó con todo fervor las campanas al vuelo; poco tiene que ver esta crónica con las que luego, a lo largo de su trayectoria, firmara en “El Liberal”, en buena medida en contraposición con el revistero gallista por antonomasia, que era “Don Pío”, entre otros medios en las páginas del “Heraldo”.
Regresemos al relato. Aquella tarde del 13 de junio hubo un lleno hasta la bandera. Tanto que cuenta la historia que no menos de 40 reventas fueron a parar al calabozo. Se hablaba de José en todo Madrid.
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El Liberal, Madrid 14 de junio de 1912, pág. 3 |
El asombro de Don Modesto
La crónica de “Don Modesto” resulta interesantísima de leer. En su sección “Desde la barrera”, el cronista la titula en latín un tanto macarrónico: “¡Sinite parvulos venire ad me¡” (¡Dejad a los niños que vengan a mí!”). Tras relatar la reputación de la que venían precedido los “niños sevillanos”, opinaba: “Tanto “bombo” prematuro va a quitar la cabeza a estos muchachos. En Madrid se ven muchos toros y se quintaesencian las faenas, analizando escrupulosamente todos los elementos que intervienen en la lidia, para fallar con arreglo a la más estricta justicia y a una severa imparcialidad”.
Y más adelante añade: “”¿Por qué no decirlo? Yo fui ayer a la Plaza preocupado e intranquilo, porque sabía que la novillada de Olea que iban a torear Limeño y Joselito era grande, demasiado grandes, para lo que hasta la fecha venían toreando estos simpáticos niños”.
“La corrida de Olea, bronca, difícil por lo mansa –sólo salió un toro bravo—y de compromiso para cualquier torero. ¡Pero váyale usted a estos niños con dificultades y peligros”, escribe don Modesto.
Tras el relato de la actuación de Limeño, del que llega a afirmar que “apunta en él un estilo de matador de toros de primer orden”, entra el cronista con l a actuación de Joselito. Y ya para empezar, se define: “¿Por qué vamos a llamar Gallito Chico a este enorme torerazo? ¡Chico! No lo es en estatura. No lo es en sabiduría. No lo es de corazón. Ni de gracia, ni de salsa torera. Gallito Chico, no, Joselito”.
Más adelante, se asombra Don Modesto con el modo de recibir que tuvo a su primer enemigo: “El quiebro de rodillas, cogiendo el capote por el cuello con la derecha y largando tela con la izquierda, para vaciar por eso lado, dio Joselito al salir el segundo fue admirable, colosal, archimagnífico. Y se revolvió el bicho, y Joselito, con el capote al brazo, le dio tres recortes apretándose mucho y después cuatro verónicas, embebiendo y sujetando con el percal, levantando con gracia las dos manos, y como conclusión un finísimo recorte, tocando el testuz”.
No menos entusiasmo despierta en el cronista el modo de banderillear de Joselito: “de adentro a fuera, como no se acostumbra, él en los medios, dejó llegar al cornúpeta, le quebró con la cintura y le metió los dos palos en la misma cruz. ¡Asombroso!. (….) Y toma otro par y marcha andando hacia el bruto, y este se arranca y el torero sigue avanzando y al encontrarse, mete los brazos, cuadrando en la misma testuz y quedando los rehiletes en las propias agujas. Yo juro que desde se fue Guerrita no había visto un par tan bonito y con tanta frescura. (…) Y triplicó Joselito con otro, monumental. Las seis banderillas en el círculo de una peseta. Palabra de honor”.
Se llega al último tercio. “Joselito torea de muleta como eminentísimo profesor. Está muy enterado de estas cosas. ¡Y mire usted que demonio! Muletea con el “compás abierto”, cargando mucho la suerte, “amarrando al bruto con la bandera”, para llevarlo por donde y cómo quiere. ¡Esto es torear! Digo, ésta es la manera que a mi me gusta, ¡la difícil, la chipén”.
Y un reproche muy matizado. “Matando, baja mucho Joselito. Como todo buen banderillero, encuentra las agujas; pro no se estrecha y los estoque profundizan poco”.
Por si le quedaba algo por elogiar, para don Modesto, en su segundo Joselito estuvo “muy inteligente, con la muleta, sujetando al buey, que buscaba el manso prado”. La tarde, en fin resultó apoteósica, saliendo a hombros de la plaza “en medio de una atronadora ovación”. Luego, en los meses inmediatos, vendrían otros cuatro paseíllos más en el ruedo madrileño, antes de volver, ya por octubre, a confirmar su alternativa.
El epílogo
Muy dentro de su estilo, y en general de una mayoría de los escritores de la época, Don Modesto concluye su crónica de este día con un breve diálogo con un aficionado imaginario, que le interroga por sus opiniones. El texto no tiene desperdicio:
–¿Qué le han parecido a usted los sevillanos, Don Modesto?
–¡Eminentísimos. Son mucho más de lo que yo me figuraba. En Limeño barruntó un gran matador de toros.
–¿Y el hermano del Gallo?
–No sé por quién me pregunta usted
–Por Joselito
–¿Joselito hermano del Gallo? Hombre, no. Usted se equivoca. El Gallo es el que es hermano de Joselito. Parece lo mismo y, sin embargo, hay mucha diferencia.
–Bueno, ¿y que le ha parecido a usted?
–¡Joselito! Pues…. Un fenómeno. Con el capote creo que hoy no tiene rival. Con la muleta recuerda a los medios toreros en sus buenas faenas. Y con las banderillas, un coloso. ¡Así como suena!
–¿Y con el estoque?
–Pues, con el estoque, es un Frascuelo… comparado con su hermano.
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