La plaza de Valladolid cumple 125 años

por | 18 Sep 2015 | Retazos de Historia

Este próximo día 20 de septiembre se cumplen 125 años desde que el nuevo circo vallisoletano abriera por primera vez sus puertas, aunque la afición castellana ya había contado a lo largo de su historia con otros recintos taurinos. La ciudad, orgullosa de su flamante plaza, vivió el acontecimiento con verdadero entusiasmo. Desde aquella primera feria hasta la actualidad, las principales figuras del toreo y las divisas de mayor renombre se han acartelado en el coso del Paseo de Zorrilla, protagonizando tardes memorables.

La “Sociedad Taurina Vallisoletana”, propietaria del moderno coso, organizó cuatro grandes festejos taurinos. Las ganaderías elegidas fueron las de Saltillo, Conde de la Patilla, Duque de Veragua y Murube, siendo contratados para trenzar el paseíllo “Lagartijo”, “El Espartero” y “Guerrita”, si bien éste último tan sólo pudo actuar dos de las tardes al tener otro compromiso en Pamplona.

La plaza lucía espléndida, cuando el 20 de septiembre a las tres y media de la tarde pisaban la arena de la nueva plaza la terna de matadores anteriormente mencionada. Preciosas colgaduras, escudos y banderas adornaban las barreras, gradas y palcos y los espectadores que ocupaban la totalidad de las localidades del circo ubicado en el extremo sur de la ciudad (11.542), vistieron sus mejores galas. El gobernador civil de la provincia fue el encargado de presidir la corrida inaugural, anunciándose el comienzo de la misma mediante una serie de disparos al aire.

El festejo de la inauguración

“Aguilillo”, era el nombre del primer astado que salió al coso vallisoletano, perteneciente como los cinco restantes a la divisa celeste y blanca de Saltillo. Llevaba en los costillares el nº 100 y su pelaje era cárdeno oscuro, no exhibiendo demasiada seriedad en sus pitones. Acudió a los caballos hasta en siete ocasiones, provocando seis caídas de los picadores. Ostión y Manene le colgaron tres buenos pares de banderillas, pasando a continuación a manos de “Lagartijo”, ataviado con un terno corinto y oro, que después de bregar eficazmente con él lo pasaportó de un excelente volapié y un golpe de verduguillo.

 El segundo ejemplar de Saltillo, “Zurdito”, nº 10, negro bragado de capa, se mostró muy voluntario en varas aunque con escaso poder. Tomó siete puyazos, manifestando en algunos de ellos una evidente mansedumbre, llegando incluso a saltar al callejón. El saldo que dejó “Zurdito” tras el primer tercio fue de dos derribos a los varilargueros y un caballo muerto. Los responsables de colocar los garapullos fueron en este toro Malaver y Valencia, destacando especialmente el par de éste último. “El Espartero”, vestido de azul y oro, llevó a cabo un trasteo en la corta distancia muy bien acogido por el respetable que, en cambio, le censuró sus reiterados fallos con el acero.

La mejor lidia del festejo la efectuó “Guerrita” ante el tercer cornúpeta de la jornada, “Polvaredo”, nº 83, cárdeno oscuro, pues fue el saltillo que más opciones de triunfo ofreció. Se acercó once veces a los equinos, demostrando en todo momento una gran bravura. El hermano del matador, Antonio Guerra, y Primito prendieron en el morrillo del toro un total de cuatro pares de banderillas, recibiendo los aplausos del público. El diestro cordobés, que al igual que “El Espartero” lucía un traje azul y oro, firmó una labor variada, concluida de una gran estocada recibiendo “hasta la cazoleta”, puntualiza el crítico de El Toreo Cómico. Tras esta espléndida actuación paseó el único apéndice de la tarde.

El animal jugado en cuarto lugar atendía por “Vinatero”, era negro meano y estaba herrado con el nº 34. Los piqueros Pegote y Fuentes le endosaron nueve varas, señalándose en la prensa la magnífica ejecución de la suerte por parte del segundo de ellos. Antolín y Juan Molina cumplieron el trámite del segundo tercio, pasándolo de muleta “Lagartijo” de manera despegada y con escasa quietud. Su forma de entrar a matar tampoco fue demasiado ortodoxa, arrancando desde largo y abandonando la rectitud con la res.

El quinto de la suelta que respondía al apelativo de “Castellano”, llevaba marcado a fuego el nº 14 y su pinta era negra. Cuatro jacos sucumbieron en las varias entradas que efectuó el burel de Saltillo a las plazas montadas. Con los palos no se muestran muy acertados ni Valencia ni Morenito, presentándose ante la franela del “Espartero” con ciertas complicaciones. El torero sevillano no se confió en ningún momento con “Castellano”, resultando muy laboriosa la tarea de finiquitar al astado, tanto por la nula colaboración de éste como por el deficiente manejo del estoque manifestado por Manuel García.

A la salida del sexto ejemplar del encierro se inició una gran polémica en los tendidos a cuenta de la presentación y el tamaño del toro. Finalmente, “Cristino” regresó a los corrales después de exponer su bravura sobre la arena de la plaza de la ciudad del Pisuerga en los puyazos recibidos. En su lugar saltó al redondel del nuevo coso una res procedente del campo salmantino que no exhibió buenas cualidades frente a los picadores, pues siempre se dolió al hierro. A pesar de eso, “Guerrita” evidenció una excelente disposición ante un burel que desde el primer instante de la faena tuvo tendencia a huir de las telas. En esta ocasión, la espada no viajó tan certera como anteriormente, terminando la función con unas tibias palmas para Rafael Guerra.

En las valoraciones finales del festejo “El Tío Capa”, informador de La Lidia, señala el que es, a su juicio, el principal problema del recién estrenado recinto, el mal estado en el que se halla el piso de plaza, que provoca la inseguridad a la hora de moverse tanto de los diestros como de los toros.

De los otros espectáculos programados subrayar el magnífico juego de dos de los cornúpetas del Conde de la Patilla que estoquearon “Lagartijo” y “El Espartero”, tres de los del Duque que correspondieron a cada uno de los integrantes de la terna y un par de animales con la divisa de Murube que pasaportaron el Primer Califa y el matador hispalense. De igual modo, resaltar el gran tercio de banderillas brindado por los dos espadas cordobeses frente al penúltimo Veragua y los adornos ejecutados al burel que cerraba ese festejo por el trío de toreros.

Origen de la nueva plaza

En 1888 se proyectó la construcción de esta plaza ante la limitada capacidad del anterior coso. Los planos del edificio se deben al arquitecto Teodosio Torres y la dirección de la obra corrió a cargo de Pera de Jordi. Exteriormente forma un polígono de cincuenta lados, con cimientos de mampostería y muros de ladrillo sobre zócalos de sillería. Consta de tres pisos, empleándose la madera en las puertas, barreras y en el pavimento de la grada cubierta y el hierro fundido en los arcos correspondientes a las dos últimas plantas. Como ya se mencionó con anterioridad, tiene una capacidad para 11.542 personas y cuenta con un redondel de 50 metros de diámetro, dimensiones “desmesuradas” a juicio de B. Zurita Nieto, que analiza el moderno recinto en El Toreo Cómico. El conjunto conforma una bella edificación, rematada con una cornisa de ladrillo visto, material usado también en la totalidad de la fachada. El acceso a los tendidos se realiza de forma cómoda a través de cinco amplias puertas, a las que hay que añadir tres más utilizadas por el servicio de plaza. Dispone, asimismo, de unas dependencias de calidad: caballerizas, corrales, chiqueros…., detalle nada desdeñable y que en muchas ocasiones tiene una influencia determinante en el resultado final del espectáculo.

Esta plaza cuya apertura aconteció en 1890, sustituyó a otra que había sido inaugurada el 29 de septiembre de 1834. Fue ésta la primera plaza que tuvo Valladolid para uso exclusivamente taurino y estaba ubicada en la confluencia de las calles Fabio Nelly, Expósitos y San Quince. Su cabida era de 9.374 espectadores, que se distribuían en tres pisos. La forma que poseía el coso, octogonal, lo distinguía especialmente, puesto que era el único construido en el siglo XIX que tenía ese diseño. En el interior, se colocaron ocho burladeros en los ángulos del octógono que redondeaban el perímetro, configurando un escenario similar al de otros circos. Inicialmente, la medida del ruedo era de 42 metros, reduciéndose años después hasta los 39 al construirse la barrera.

Francisco Montes “Paquiro” y Julián Casas “El Salamanquino” fueron los dos matadores anunciados en la corrida inaugural, lidiándose reses de la tierra, de Raso de Portillo. En 1864 se planteó la posibilidad de cubrir la plaza mediante cristales, sin embargo la idea no se llevó a la práctica. Tras la aludida modificación el edificio fue reabierto el 24 de junio de 1858 con un encierro de Basilio Molpeseres, ganadero vallisoletano, que fue pasaportado por Domingo Mendívil. Éste continuó en funcionamiento después del estreno del nuevo recinto situado en el Paseo de Zorrilla, de hecho el mismo día que comenzaba a escribirse la historia de la plaza que trazó Teodosio Torres se programó en el antiguo circo un festejo que acartelaba a Villarillo, Pepete y Rebujina.

Siglos antes de la existencia de ambos cosos la magnífica Plaza Mayor de Valladolid fue el escenario de multitud de funciones de toros. Al comienzo del siglo XIV, en 1302, hay conocimiento de que corrieron reses para celebrar la boda de Alfonso XI con la hija del infante Don Juan Manuel. Doscientos años después, el 3 de marzo de 1502, nuevamente tienen lugar fiestas de toros en honor del futuro rey, Felipe el Hermoso. En 1527 se volvieron a organizar festejos taurinos para conmemorar el nacimiento del príncipe Don Felipe, quien posteriormente gobernaría un vasto imperio.

Según algunas noticias, el progenitor de Felipe, el rey Carlos I, alanceó a varios de los astados jugados en dicho acontecimiento. El mencionado príncipe, ostentando ya la corona, visitó la ciudad en 1580, motivo suficiente para lidiar animales bravos en su monumental Plaza Mayor, una vez reconstruida tras el incendio ocurrido en 1561. En la siguiente centuria, se mantiene la costumbre de festejar corriendo toros en el centro de la urbe a la menor oportunidad. En 1605 y 1657 la causa fue el alumbramiento de Felipe IV en el primer caso (ocurrida en la capital castellana durante el establecimiento de la Corte allí) y de su hijo Felipe el Próspero en el segundo.

En 1660 el citado Felipe IV en su viaje de regreso desde Irún después de entregar a su hija, la reina de Francia María Teresa de Austria, a las autoridades del país vecino, fue el pretexto para disponer una función de reses. Los habitantes de la ciudad del Pisuerga disfrutaron aquel mismo año (en el mes de junio) de otro espectáculo con toros, al cruzar de nuevo por ella el rey de España en su marcha hacia territorio galo. El matrimonio del nuevo monarca español, Carlos II, con María Luisa de Orleáns y la llegada de ésta a Madrid en diciembre de 1679, fue el motivo, en este caso, para que los astados salieran a escena. Valladolid fue el lugar elegido para que el aludido Carlos II se uniera en segundas nupcias con Mariana de Neoburgo en mayo de 1690. Naturalmente, se programaron diversos actos para homenajear a los recién casados, entre ellos los relacionados con los toros. Por último, reseñar el festejo acontecido en julio de 1828 al presentarse en la capital vallisoletana la cabeza del Estado, el rey Fernando VII, acompañado de su esposa, la reina María Josefa Amalia.

Toros que marcaron su historia

Desde 1890 hasta el momento actual son innumerables los cornúpetas que han destacado por su juego en la plaza castellana. El primero que merece ser señalado es “Mayorcano”, perteneciente al hierro de Esteban Hernández, de pelo castaño. Salió por chiqueros el 23 de septiembre de 1894 y dejó grato recuerdo entre la afición. La corrida celebrada justamente un año más tarde, contó con dos animales de alta nota, “Pajarillo” y “Sanguijuelo, ambos de la ganadería del Marqués de los Castellones. La cualidad más sobresaliente en el comportamiento en el ruedo fue la bravura mostrada en el caballo, pues el primero tomó diez puyazos y el segundo ocho. La aludida vacada del Marqués de los Castellones fue la protagonista, otra vez, durante la feria septembrina de 1896. “Cabrillo”, recibió ocho varas, hiriendo a dos de los varilargueros, Formalito y Pegote; y “Redondillo” por su parte también brindó un gran espectáculo, fundamentalmente, en el primer tercio de la lidia.

El 30 de mayo de 1897 saltó al redondel una encastada y dura corrida de la divisa de Victoriano Angoso, en la que el toro de nombre “Espartero” causó la muerte al banderillero Cayetano Panero “Peterete”. Las excelentes condiciones evidenciadas por “Aldeano”, burel herrado con el pial de Mariano Presencio, fueron tales que retornó vivo a los corrales indultado por su nobleza. El hecho sucedió el 7 de octubre de 1906. En el ciclo otoñal de 1928 hay un par de reses que cabe subrayar, “Costurero”, corrido el 16 de septiembre y que pertenecía a la ganadería de Enriqueta de la Cova y “Miracielo” del hierro de Graciliano Pérez Tabernero, que pisó la arena del coso de Valladolid siete días después y que fue considerado como uno de los mejores morlacos de aquella temporada.

El hierro de Pablo Romero ha cosechado importantes éxitos en la plaza del Paseo de Zorrilla, el primero de ellos acaeció el 27 de septiembre de 1942 con el toro “Chaparrito”, que se distinguió, especialmente, entre sus compañeros, siendo premiado con la vuelta al anillo. El 23 de septiembre de 1945 otra res de la misma vacada disfrutó idéntico honor, se trató de “Pantero”. Un año antes, el día 18 del noveno mes del año de 1944, un ejemplar de Antonio Pérez, “Jurdano”, se hizo acreedor también al paseo por el redondel.

La relación de toros que obtuvieron dicho galardón en Valladolid prosigue el 23 de septiembre de 1961, con el burel “Lancero” de la divisa que se anunciaba bajo el nombre del diestro Emilio Ortuño “Jumillano”. Con él logró un gran triunfo Miguel Mateo “Miguelín”, al cortarle las dos orejas. De igual forma, Manuel Benítez “El Cordobés” paseó los dos apéndices de “Chulo”, astado de Manuel Santos Galache que fue lidiado en el ciclo de 1965 y que acaparó varios de los premios otorgados al animal más bravo de la feria.

 En las últimas décadas algunos de los cornúpetas más destacados en el recinto vallisoletano han sido: “Vicioso”, ejemplar de El Torero jugado en el serial de 1990 y que alcanza el Trofeo Campo Grande a la mejor res de dicho abono. “Hablador” y “Jabato”, que salieron al coso de la capital de Castilla y León el 18 de septiembre de 1991, y que lucían respectivamente el hierro de de Juan Pedro Domecq y el del Marqués de Domecq.  “Encendido II”, “Peleón” y “Triunfador”, los tres de la ganadería de Núñez del Cuvillo, que el 22 de septiembre de 1992 consigue un rotundo éxito en Valladolid. “Encendido II”, que llevaba el segundo pial de la familia, Núñez Benjumea, fue condecorado con el citado galardón Campo Grande, brindando el triunfo en bandeja al torero de la tierra Manolo Sánchez, que ese día se convirtió en matador de toros. Por su parte, “Peleón” consiguió el honor póstumo del “arrastre lento” de las mulillas y que el padrino de la ceremonia de alternativa, Juan Antonio Ruiz “Espartaco”, lo cuajara a placer. El tercer burel mencionado, “Triunfador”, obtuvo el mismo premio que “Peleón”, es decir, la vuelta al redondel. “Agualimpia”, animal de Torrestrella, que posibilitó a Manuel Sánchez Moro crear una obra redonda,  pasear el doble trofeo el 23 de septiembre de 1994 y que al finalizar su lidia determinó que el presidente del festejo asomara por el balconcillo del palco el pañuelo azul.

Otra de las vacadas cuyos toros han mostrado, durante estos años, un gran nivel en la plaza pucelana es la de Cebada Gago. En dos ediciones consecutivas del serial, 1995 y 1996, se llevó para la provincia de Cádiz el premio, patrocinado por una conocida galería comercial, que señala el burel más bravo. En el primero de los años referidos, “Malena” centró el interés de gran parte de los jurados y en 1996 se trató de “Estafador”, el morlaco que superó, ampliamente, al resto de astados corridos en el mes de septiembre en la capital castellano-leonesa. Ambas reses fueron toreadas y pasaportadas por el espada madrileño Miguel Rodríguez que estuvo a la altura de ellos y que entre los dos años cortó varios apéndices. “Buscacielos” es el nombre del burel más sobresaliente que salió por toriles el 22 de septiembre de 1998, ya que acaparó hasta tres de las distinciones principales que condecoran al ejemplar más bravo. Éste era de la ganadería del Puerto de San Lorenzo y le cupo en suerte a Jesulín de Ubrique que le cortó las dos orejas.

El 13 de septiembre del año 2000 El Juli cuajó una gran faena ante “Rompecara”, un toro con el hierro de Torrealta que, por su magnífico comportamiento, consiguió el galardón del paseo por el ruedo. Un cornúpeta de la divisa grana, amarilla y negra de la aludida vacada de Torrealta disfrutó, nuevamente, con el mismo honor de la vuelta al redondel en la feria del 2003. Respondía al apelativo de “Alumno” y correspondió su lidia y muerte a otro diestro de Valladolid, Leandro, que firmó una brillante actuación. El mencionado matador nacido en la ciudad regada por el Pisuerga, volvió a sortear un astado notable (premiado con la vuelta al anillo) en los festejos que se celebran con motivo del día de San Pedro Regalado en mayo de 2004. El burel llevaba por nombre “Pitito” y pertenecía al pial de Hermanos Fraile Mazas.

Cuatro años más tarde, el 8 de septiembre de 2008, Leandro tuvo la fortuna de enlotar a “Limpiaplato”, un toro de Torrestrella que sobresalió del sexteto y se hizo merecedor de varios premios de los jurados. En el ciclo septembrino de 2013 fueron dos los ejemplares homenajeados con la vuelta al anillo: “Ladino”, herrado con la marca de Parladé y que lució todas sus cualidades en la muleta de “El Cid” y “Mirabajo”, cornúpeta de la vacada de El Pilar que propició el éxito de José María Manzanares. Tanto el de Salteras como el de Alicante alcanzaron la Puerta Grande del coso del Paseo de Zorrilla con sus respectivos trasteos a dichos animales.

Como se puede comprobar la historia taurina de Valladolid es amplia y prolija, remontándose hasta la Edad Media. En ella vieron la luz destacados matadores de toros y en sus proximidades se asentaron ganaderías muy significativas a nivel nacional, caso de Raso del Portillo. Por suerte, cada año los hechos acaecidos en el recinto inaugurado en 1890 contribuyen a engrosar los anales del coso, adquiriendo edición tras edición más prestigio y categoría.


©  Carmen de la Mata Arcos/2015

BIBLIOGRAFÍA.
Cossío, José María de: “Los Toros. Tratado Técnico e histórico”. Tomo I. Espasa Calpe. Madrid, 1984.
Cossío, José María de: “Los Toros. Tratado Técnico e histórico”. Tomo V. Espasa Calpe. Madrid, 1986.
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Lahera, Emilio: “Plazas de Toros”. Tomo I. Ediciones Rueda. Madrid, 1993.
Pérez Arroyo, Olga: “Palco Real. Doña Mª de las Mercedes”. Colección “La Tauromaquia”, nº 13. Espasa Calpe. Madrid, 2000.
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PÁGINAS WEB.
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