SEVILLA. Sexta del ciclo ferial. Media entrada. Toros de Torrestrella (el 6º como sobrero), bien y guapamente presentados, con clase pero muy bajos de fuerza y casta; algo más entero el 3º. Antonio Ferrera (de azul cobalto y oro), silencio y silencio. Iván Fandiño (de caldera y oro), silencio y silencio. Pepe Moral (de verde botella y oro), vuelta al ruedo y silencio.
En la encimera de la cocina daba gusto ver todos los elementos que el master chef había dispuesto para su ensalada. Como acabados de ser cogidos de la mata, de lustrosos que estaban. Luego, ese casi arco iris que presentó en la fuente era como un bodegón minimalista. Hasta las aceitunas complementarias estaban diciendo “comerme”. Puesta en la mesa del cliente nadie diría que era nada más que una ensalada de lo más tradicional. Pero luego, cuando comenzaron a comer, vino la decepción. Al master chef se le había olvidado el aliño. La preciosa ensalada era, en realidad, una preciosa sosería, era un plato sin alma. Contaban los parroquianos habituales que no era la primera vez que ocurría, porque el jefe de cocinas pecaba de distraído. A lo mejor por eso, nunca pasaba en su comedor de una media entrada y con personal aluvión: el que iba, no repetía.
La historia de este artista de los fogones, tan insípido como estético, la traslada el lector a esta sexto festejo de la feria y tiene retratado todo lo que ha sido. Todo se ha ido en pulcritud, en belleza de lámina…., pero todo sin alma. El contenido importante, eso que le daba gusto y chispa, se había quedado en el campo. Se comprende que la perspectiva de ser víctima de estos olvidos de la casta y de la raza, acabe por desanimar a más de uno. Es la eterna canción: sin emoción y riesgo, sin épica, esto no pasa de ser un ballet que dice poco, que no anima a repetir.
Don Álvaro Domecq Romero trajo a Sevilla una guapa y variada corrida, que luego tuvo muchas dosis de nobleza. Pero, ¡ay!, toda ella carecía alma. Y daba un cierto reparo ver toros tan bien hechos que luego carecían de fuerza y de casta, que no decían nada. Lejos, muy lejos quedaba, ese punto de encastamiento que volvió a poner en circulación a este hierro. Un toro que no hay que poderle, que no cabe que sea sometido por la mano del torero, dista mucho de ser lo que conocemos como un toro bravo. Y de paso, se lleva por delante la posibilidad del triunfo.
Por más voluntad, por más empeño, que pusiera Antonio Ferreras no era posible que sacara a la luz su concepto del toreo. Haciéndolo todo él, consiguió dos buenos tercios de banderillas, sobre todo el segundo, con mucha exposición. Pero luego el tontuno ir y venir de sus “torrestrellas” provocaban el bostezo de los espectadores.
Había interés por ver a Iván Fandiño. Concretemos: por ver la huella que le había dejado en el ánimo a este buen torero su grave traspiés de la encerrona de Madrid. La naturaleza de sus toros nos dejó sin saberlo a ciencia cierta, fue como una tarde en blanco. Habrá que esperar a la de Miura.
Supo ver Pepe Moral las posibilidades contadas que tenía el que hizo 3º. Y las aprovechó con la muleta, en cuatro series estimables sobre ambas manos. Quizá le faltó dar un pasito más, para que todo llegara con mas consistencia a los tendidos. Pero al menos lo que hizo tuvo buen son. Se demoró con la muerte y todo quedó en una vuelta al ruedo. En cambio, convenció menos con el 6º, que no tenía mal aire aunque fuera soso; más dificultades han tenido otros toros a los que metió en la canasta. Será que se contagió de la propia insipidez de su enemigo y de la propia tarde.
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