La nueva frontera de la televisión y los toros

por | 15 May 2011 | Informes

En el vértigo tecnológico en el que nos vemos envueltos cada día,    tenemos hoy en día perspectiva más que suficiente para valorar esta nueva frontera del directo, porque con la Televisión ya en los ruedos hemos asistido a temporadas refulgentes y a otras abocadas como a la depresión; hemos visto pasar a figuras arrolladoras y a toreros de un tono menor; en definitiva, por delante de nosotros, y de las cámaras, han pasado ya todo tipo de circunstancias y situaciones, como las que confluyen en cada era taurina.
 
Cuando se vivía la primera retransmisión de toros, la preocupación de los empresarios se centraba en que los rectores de la pequeña pantalla se hicieran cargo del deterioro económico que se presuponía que iba a producirse en la taquilla; podríamos pensar que la televisión entonces lo que garantizaba era el “no hay billetes” y bastante poco más. Lejos estaban todavía los años en que por una cámara de más o una de menos, una figura se quedaba fuera de la primera feria del orbe taurino.
 
Pero no se pueden comparar directamente aquellas situaciones iniciales con las que hoy se dan, si antes no se matizan las muchas diferencias existentes en la vida social de España. Piénsese, por ejemplo, que cuando las cámaras se asomaron inicialmente a los ruedos, en nuestra sociedad aún no se había generalizado el uso del 600 que, como si fuera un No-Do, puso al alcance de todos los españoles 20 ó 30 diversiones distintas para competir con la Fiesta. Por entonces, además, nos encontrábamos en régimen de televisión única; esto es: sin la competencia en simultáneo de ni se sabe cuántas películas y cuántos programas rosas, para el capricho de un mando a distancia. Pero recordemos también que entonces los intereses taurinos eran bien diferentes, como correspondía a la salida final de la depresión del postmanoletismo y cuando aún no había llegado la revolución heterodoxa de Manuel Benítez.
 
Fuera de casos evidentes de utilización extrataurina, como aquellas programaciones gubernamentales del franquismo cuando el calendario apuntaba una fecha socialmente conflictiva, en los orígenes de las retransmisiones quedaba más claro que hoy el objetivo de prestar un servicio informativo a la afición que no podía acudir a todos los acontecimientos. Y era así, caben pocas dudas, porque la economía taurina no contaba por entonces con estos ingresos extras como fundamento de su propia rentabilidad.
 
La experiencia negativa
 
Podríamos pensar que aquello era la versión candorosa e ingenua de esta historia. El polo opuesto lo vivimos a finales de los años 90, cuando que hasta se organizaban espectáculos –la mayoría, taurinamente lamentables– para acogerse al desmadrado negocio de las retransmisiones. Aquello terminó, como era más que previsible, en unos abusos taurinos –-mercantiles, también– que hicieron mucho daño a todos, salvo a la cartera de sus planificadores.
 
Por eso, quien se acerca al fenómeno que hoy representa la TV en el planeta de los toros, no puede menos que considerar un despropósito la falta de medida y tino con la que los taurinos se lanzaron sobre este nuevo episodio de la comunicación de masas, porque han dejado demasiadas pruebas de que la desmesura había sido su actitud más frecuente, cuando no habían tratado, e incluso conseguido en ocasiones, trasladar a este mundo lo más criticable de su picaresca.

Aunque habría que tener más tino con la política que se sigue en algunos canales autonómicos, ha sido la inviabilidad de lo taurino como negocio para las televisiones lo que ha comenzado a introducir racionalidad en este punto, que ahora podría acelerarse por las nuevas circunstancias de las ofertas de pago. Pero debemos reconocer también que, quizás sin proponérselo en toda la hondura que encierra, un buen empujón hacia la racionalidad se les debe adjudicar, polémicas al margen, a los toreros, como fue el caso de Joselito, cuando lo que apoderaba Martín Arranz y más en la actualidad José Tomás, que vinieron a poner sobre el tapete una de las raíces de esta cuestión.

 
Permítase un paréntesis: las razones de uno y de otro tienen hoy menos razón de ser que en el pasado inmediato, fuera de aquello que guarda relación estrecha con la política de marketing del torero. Cuando vía internet los videos de las actuaciones están disponibles con un mínimo margen de tiempo, no cabe huir de las cámaras. Pero es que, además, si de lo que se trata es de mantener una fuerza en taquilla, comprobado está que cada vez se da una relación menor: basta cotejar los datos de aforo cubierto con y sin televisión. Por eso, sólo cabe acudir a razones personales de caché económico para defender las ausencias forzadas. Y en las actuales circunstancias de la Fiesta, la razón es más que discutible.
 
Cuando más que se atisba que la televisión a estos efectos no va a ser lo que hasta ahora ha sido, nada debiera tener de extraño que los taurinos trataran de replantearse desde su origen esta opción suplementaria, porque lo más seguro es que en adelante no va a sostenerse que los dineros de los toreros, de todos ellos, sigan creciendo en proporción muy superior a la que corresponde a la propia evolución del negocio netamente taurino, como cada vez habrá menos posibilidad de convertir a la televisión en el salvavidas de espectáculos en sí mismo inviables. Sería por su parte un rasgo de inteligencia si son capaces de capitanear estos cambios, que en otro caso les vendrán impuestos.
 
Las aportaciones mutuas
 
Pero si dejamos a un lado la variante del negocio, resulta indispensable enfocar lo que más interesa; esto es, aquello que la televisión aporta a la Fiesta de toros. No es que se trate de ser iconoclasta, pero si esta misma cuestión se plantea de manera inversa, esto es: lo que los espectáculos taurinos aportan a la televisión, la respuesta sería bastante pobre. Es así por la propia naturaleza de este medio, que se caracteriza, incluso incurriendo en riesgos de incultura, por atender a los gustos más masivos, que se dirigen mayormente a unos campos entre los que no se encuentran los toros.
 
Pero volvamos a lo nuestro. ¿Se explicaría el estallido arrollador de El Cordobés sin aquella televisión en blanco y negro?; ¿la celebrada faena de Espartaco al recordado “Facultades” habría tenido las repercusiones que tuvo si las cámaras no hubieran estado en la Maestranza?; ¿acaso aquello de la “corrida del siglo”, siendo quienes eran los que la toreaban, habría podido ser patrimonio general si no se televisa?; pero si nos quedamos en lo de ahora mismo, ¿sin la TV estaríamos en el boom actual de El Fandi, por ejemplo? Resulta evidente que no. Aunque sólo sea por esto, cualquier balance que se haga concluye con signos positivos, incluso a pesar de los abusos que antes te denunciaba.
 
Podría decirse más: la televisión ha tenido en más ocasiones de las que le reconocen los propios taurinos un valor pedagógico importante, acercando algunos secretos de la Fiesta al gran público. Y en eso no hay que hacer demasiadas distinciones entre aquellos caracterizados comentarios de don Matías Prats, acerca de la buena madre del picador de turno, y las atinadas explicaciones técnicas que ofrecía Roberto Domínguez y que ahora realizan Antoñete y Emilio Muñoz en los canales digitales. De todas ellas han aprendido las gentes; unas se habrán quedado con lo anecdótico; otras, en cambio, habrán calado más. Pero todos conocieron mejor algo de la Fiesta.
 
Los temores taurinos
 
Sin embargo, a algunos taurinos les he escuchado defender que la presencia reiterada de las cámaras, quema mucho al torero, sobre todo cuando son novedad. Cabe abrigar algunas dudas a este respecto. Primero y principal porque con esa costumbre tan de hoy de llevar a las figuras incluso a las portátiles de pueblo, si el torero se quema, lo inteligente sería anotar tal problema sobre todo en el debe de esta avariciosa política, esa mala política sólo sirve al propósito de rebañar hasta la esquilmación los cuatro euros que circulan, sin contrastar un poco que por ahí no se camina bien. En consecuencia, bueno sería que no le echemos a la televisión más culpas de las debidas.
 
Pero, incluso, si se admite como cierta la percepción de los taurinos, tampoco es razón baladí considerar que el hecho de que el público de toros se haya convertido sobre todo en espectadores de ferias, minimiza de forma muy apreciable semejantes efectos negativos. Y, en consecuencia, enlazando con lo que antes se escribía, mejor contestaría a estos taurinos que lo que de verdad quema, diríase que lo que abrasa, es la política de la picaresca y el abuso con la que muchos de ellos se acercaron a la Televisión, sólo entendible por el desconocimiento de lo que representa la comunicación de masas.
 
La nueva situación
 
Ahora se ha alcanzado un objetivo importante: contar con un canal especializado en Toros. Nace a iniciativa privada, algo compleja en su estructura administrativa y mercantil, aspecto que ahora no hace al caso. Lo importante es que se cuenta con un canal monográficamente  taurino. Sería desconocer la realidad actual de las comunicaciones sociales no poner en valor esta iniciativa, con independencia de que se esté de acuerdo o en desacuerdo con las orientación editorial que pueda tener.
 
Si tiramos de la memoria de lo inmediato, el canal se lanzó usando las grandes ferias como banderín de enganche; ahora, en cambio, ya hacen hincapié en que se trata de mucho más que las grandes ferias. A parte de ser un signo de inteligencia por parte de sus responsables, lo importante que esa nueva orientación, cuando se termine de implantar, puede dotar a la oferta de un carácter más amplio, que trascienda a los acontecimientos puntuales de la temporada.
 
En alguna ocasión, desde estas páginas hemos puesto énfasis en señalar la carencia fundamental de este Canal Toros: la cinematografía taurina. Hace un par de semanas, sin ir más lejos, en otro canal de la misma plataforma digital se ofrecía la versión original de “Currito de la Cruz”, protagonizada por Pepín Martín Vázquez.  Una verdadera pieza de museo para cualquier aficionado, que hoy resulta difícil de conseguir. Sin duda, proyectar este film por el Canal Toros habría sido un éxito. Pero hay que entender, porque es ley del mercado, que los derechos de proyección del cine exigen una capacidad económica que, muy probablemente, los actuales gestores de este canal no tienen, salvo que la publicidad entrara de por medio. Pero que objetivamente sea difícil de incorporar esta materia al canal no debiera restar importancia a esa iniciativa.
 
Y es que, bajo un punto de vista de la comunicación, el nacimiento de Canal Toros significa, en primer término, un importante signo de normalización social para la Fiesta. Con la que está cayendo, no es menor cumplir tal objetivo. Ya sólo por esto, la iniciativa merece salir adelante. Pero es que, además, si una de las tareas primordiales que hoy tiene el taurinismo por delante es llevar a la sociedad de forma generalizada la realidad auténtica de la Fiesta, aquí encuentra un instrumento eficaz, que debiera ser complementado con un plan de trabajo en las redes online que hoy permiten las telecos. Frente a quienes se niegan a entender la realidad social y cultural del Arte del Toreo, no hay mejor antídoto que la comunicación en todas sus variantes posibles, que hoy son muchas.
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Taurología

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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