MADRID. Vigésima primera de abono. Rozando los dos tercios, que luego quedó en media entrada con los abandonos. Tarde de viento inicial, que se echó a cambio de un lluvia continuada de 2º a 6º. Cuatro toros de Jandilla, uno de Las Ramblas (4º) y uno de El Torreón (2º bis), la mayoría con más cara que volumen y remate; en general, con bondad pero sin fuerza. David Fandila “El Fandi” (de nazareno y oro), silencio y ovación. Daniel Luque (de terciopelo grana y oro), silencio y silencio. Saúl Jiménez Fortes (de azul celestre y oro), silencio y silencio.
Nobleza + Debilidad extrema = la vaciedad del toreo. La ecuación de esta tarde de miércoles fue exactamente esa. Si esos tres elementos se le añade la inclemencia climatológica con la lluvia, a ratos fuerte, a ratos calabobos, la ecuación se convierte en puro cálculo vectorial que lleva a la Fiesta por el camino de la ruina en cuatro dimensiones. Los taurinos profesionales se consolaran diciendo ese topicazo de “la corrida no ha servido”. Como consuelo puede tener un pase; pero la realidad es bien distinta: lo que no sirve es el camino por el que están llevando ellos mismos a este Arte único.
Como repite un buen aficionado, "de tanta comodidad como se va buscando en el toreo, el público acabará por quedarse en casa cómodamente". Y por ese camino vamos. Ahora tenemos la excusa de los bolsillos con telarañas; cuando esa racha pase, la excusa será otra. Sin embargo, la realidad continuará siendo la misma: sin emoción y riesgo el Arte del toreo se vacía.
Y todo eso no nace de la nada. ¿Acaso la corrida, nada propia de la plaza de Madrid, llegó hasta Las Ventas por ensalmo, o fue quizás en una nave extraterrestre? No, la eligieron los mismos taurinos del “no ha servido”. Los mismos taurinos que, bajo el otro topicazo de "una corrida de garantías", decidieron que Daniel Luque viniera a esta plaza con dos de tres ejemplos típicos del monoencaste y Jiménez Fortes con dos de dos. Luego para lo que en realidad han servido ha sido para estrellarlos. Nada de todo eso es fruto de la casualidad, sino de la decisión de los hombres.
En esto no anda exento de responsabilidad el ganadero de turno, Borja Domecq: si su camada no daba para eso, resulta una temeridad innecesaria anunciarse dos tarde en Madrid, por más que ahora haya urgencias por dar salida al género. Siempre resulta lamentable el baile de corrales para conseguir los seis ejemplares necesarios. Pero si, además, lo que se salva de la quema está cogido con unos pocos alfileres, peor que peor.
Salvo en la responsabilidad que corresponde a sus mentores, con la vaciedad ganadera de la tarde resulta difícil tratar de enjuiciar a los toreros que, sin problemas mayores, la enviaron para el desolladero. ¡Hay tampoco que contar!
Medidamente pasota parecía “El Fandi” ante el vulgar, cabezón y sin fondo alguno toro que abrió plaza; hasta con las banderillas estuvo vulgar y desafortunado. Más animoso se mostro con el 4º, un toro con clase, pero que ya casi en el mismo inicio de la faena de muleta echó el freno de mano.
Ni el blandísimo y noble toro de El Torreón –-sobrero a su vez de otro remiendo–, ni el 5º, que junto a los problemas de sus hermanos se añadía su feo estilo en las embestidas, permitieron a Daniel Luque el menor atisbo de lucimiento. Derrochó suavidad en el manejo de las telas, ni un solo tirón ni una violencia en toda la tarde, que más que taurina fue como una sesión de reanimación de animales inanes. No merecía el torero de Gerena estrellarse en estos sanisidros; pero así ha ocurrido muy a su pesar.
Después de haber quedado en blanco su primera tarde, no se puede pasar por alto lo que anidaría en la cabeza de Jiménez Fortes, ahora que va como independiente, cuando iba a iniciar el paseíllo, necesitado como estaba de un triunfo para poder circular. A lo mejor esa circunstancia pesó en su ánimo. O vaya Ud. a saber. Pero la verdad es que no ha estado bien. Cierto que los toros no tenían contenido, pero cierto también que el malagueño no estuvo acertado. Y no lo estuvo porque en el manejo de las telas no hubo temple sino brusquedad, incluso errores técnicos; por eso protagonizó tantos episodios de caídas y de barullos. Pero tampoco supo medir los tiempos: con la lluvia y en el sexto toro, no se demuestra disposición y voluntad por dedicarse a dar muletazos sin ton ni son, cuando estaban llamados de antemano a no ofrecer nada positivo; por el contrario, lo único que sirvió fue para que el personal, ya aburrido despues de tan pésima tarde, comenzara a desfilar desde mucho antes de que montara la espada. De hecho, el torero abandonó la plaza cuando los tendidos ya estaban vacíos.
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