Si se hace un poco de memoria y nos situamos en la anterior gran crisis económica, que no está tan lejana, todos recordamos como sectores empresariales e industriales enteros desarrollaron procesos de reconversión amparados y apoyados por el propio Estado. Todo tenían en común un aspecto: se trataba de sectores que se había quedado fuera de la realidad económica del momento; en unos casos por carencias tecnológicas, en otras por excesos de plantilla, en otros, en fin, por la falta de los mínimos de competitividad necesarios para acudir al mercado. Pero todos tenían algo común: eran de interés general para el país.
Por lo demás, aquellas actuaciones, como otras que de una u otra forma se adoptan ahora, no se trataba de salvar exclusivamente a la gran industria. De hecho, un sector empresarial relacionado con actividades del Arte y la Cultura como es el cine también entró en danza. ¿Acaso no fue una verdadera reconversión la que se hizo, por ejemplo, en el sector cinematográfico? Y no fue tan sólo las actividades que rozan lo poco tolerable de la protección por debajo de la mesa al grupo de “La ceja”; con las medidas de todo orden dictadas por el Estado se buscaba y se busca proteger la producción nacional. Que se lo pregunten a las cadenas de televisión y a la cuota de pantalla que deben mantener con cine español, por ejemplo, y lo que les cuesta.
Nos guste o no, en poco se diferencia de aquellas situaciones la realidad del sector taurino en estos momentos. Cuando a muchos empresarios no les salen las cuentas; cuando hay ganaderos que se ven obligados a enviar al matadero camadas enteras; cuando de más de 800 matadores de toros escasamente una cincuentena alcanza una media de 10 actuaciones por temporada… Cuando todo eso ocurre al unísono no puede hablarse que el sector taurino se mantenga dentro de los parámetros lógicos y razonables de cualquier actividad económica.
Y si en el caso del cine había que protegerlo por razones de política cultural, cuando los toros caminan –cierto: a paso más lento del que a todos nos gustaría— hacia convertirse ya de manera oficial en Patrimonio Cultural de España, ninguna razón de peso puede aducirse para no aplicar los mismos criterios a las actividades taurinas en su conjunto. Y todo ello sin considerar las aportaciones que éstas realizan a la economía nacional e incluso al erario público.
Pero para que la reconversión sea posible, además de contar con unos interlocutores definidos y competentes, el sector taurino necesita también hacer su propia reconversión interna. No puede considerarse tolerable que cuando una ganadería desaparece, todos miremos hacia otro lado; como tampoco es asumible que cuando un empresario entra en pérdidas no soportables –como este año ha sido el caso de Córdoba, Málaga y Zaragoza, entre otras–, todos nos desentendamos de esa realidad, ni puede certificarse como bueno que los subsectores que conforman la Fiesta anden cada dos por tres a la greña entre ellos, sin alcanzar ese denominador común que se le debía presuponer.
La reconversión, no nos engañemos, exige sacrificios para todos. Pero es necesaria. Por ejemplo, hace sólo unos días un profesional se preguntaba si con la realidad actual de la lidia, resultaba indispensable que en un festejo intervinieran necesariamente hasta 6 picadores, cuando en la mayoría de los casos prácticamente tan sólo simulan lo que fue la suerte de varas.
Y como ese ejemplo se pueden poner otros. Sin ir más lejos, también se haría necesario poner un poco de orden en el ámbito ganadero, como convendría plantear unos ciertos límites para separar la suerte a futuro de aquellos empresarios que asumen riesgos temerarios –en las subastas de plazas, por ejemplo— y quien actúa con criterios razonables y realistas, por más que luego resulten fallidos por condicionantes sociales y económicos externos.
Sin embargo, ninguna de medidas de esta naturaleza resultaría una novedad. En el caso del cine, por ejemplo, se fijan unos determinados baremos en cuanto al número de espectadores, entendiéndolo así como un cierto ratio del valor artístico y social de la película de que se trate.
Y es que un sector en reconversión nada tiene que ver con un sector subvencionado, que vive de los dineros públicos. Por el contrario, se trata de un sector que por la coyuntura nacional necesita coyunturalmente de unos saneamientos y unas medidas de protección para poder competir libremente en el mercado.
Insistimos, por el camino siempre quedará más de uno; es tan doloroso como cierto. Precisamente por eso, cuando se definió las líneas maestras de las reconversiones, siempre se planteaban medidas, por citar un caso, de orden laboral, para redimensionar sectores pero salvaguardando los derechos de los profesionales.
Pero con sacrificios se salvaba lo principal. En nuestro caso, la Fiesta entendida como un sector económico y artístico compuesto por muchos subsectores, todos los cuales son indispensables, aunque no en su actual dimensión. Precisamente por eso, toda reordenación debe realizarse de la mano del propio Sector, por la vía de ofrecer soluciones globales en nombre de todos, que luego puedan ser negociadas con la Administración.
Llevar a buen puerto esta reconversión sería el verdadero y auténtico logro medular de ese tan anunciado Plan de Promoción y Protección de la Tauromaquia.
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