La mujer que viste de luces al torero

por | 9 Ene 2013 | Firma invitada

"Y en tu muleta de raso florecen

rosas de sangre que a cada lance crecen…"

(Augusto Algueró)

En los caminos del torero -juventud, majeza, gloria, dinero- suelen cruzarse muchas mujeres. Y ante ellas al torero no le resulta difícil convertirse en un irresistible y afortunado "Don Juan" conquistador. Aunque a la larga sea el propio torero el conquistado. Y la primera en resistirse y desvirtuarse en la viril certeza que reclama su absorvente profesión. Prefiero silenciar esta maléfica influencia que tantas veces enerva y rebaja sus poderes. Y evocar otra presencia femenina de distinto signo. Que es todo un símbolo: la bordadora.

La mujer que llega hasta el torero a través del raso bordado, entre puntadas de flores y temblor de alamares. Yo he visto cómo esas mujeres bordan trajes de luces en la Casa Manfredi de Sevilla, una de las sastrerías para toreros con más solera y garbo del mundo. Muchos son los toreros que desde América vienen a vestirse a Sevilla en Manfredi. Entonces estaban bordándole tres ternos completos a un torero mexicano.

Estas bordadoras son auténticas artistas, especializadas, cada una, en determinada prenda del traje taurino. Y especificadas exclusivamente en bordar trajes de luces. Sin un nuevo aprendizaje y entrenamiento no podrían bordar mantos de vírgenes. Y viceversa. Porque se trata de dos técnicas completamente distintas.

¿Se acordará el torero, alguna vez, de estas manos de mujer que se acercan a su vida para cubrirlo de flores? ¿Podrá haber más bella definición de la bordadora? Es: la mujer que viste de luces al torero.

 

Hoy quiero hablarte, Cristo,

de una mujer.

 

No sé quién es. Ni el nombre. No la he visto.

Y ni la quiero ver.

 

Prefiero adivinarla, lejana y misteriosa,

mientras siento el placer

de llevar todo el cuerpo cubierto rosa a rosa

por la mano callada y pudorosa

de esa bella mujer.

 

¿Cómo se llamará? ¿Carmen, Concha, Dolores?

¿O Gabriela, o Pastora?

 

Yo solamente puedo llamarla "bordadora",

y soñar que este traje de luces con sus flores

nació jardín de raso terso en sus bastidores,

cuando ella se inclinaba sobre él como la aurora.

 

Me volcó por las espalda las rosas brazadas.

Tan cerca de mi piel, tan apretadas,

que han hundido en mi carne su raíz y semilla.

Si hago un desplante airoso, las rosas, deshojadas,

van resbalando en pétalos de curvas perfumadas

cubriendo, hasta los machos, toda la taleguilla.

 

Mi capote es el parque de María Luisa entero

bordado en miniatura;

y para el paseíllo me lo ciño y aprieto

con cuidado y esmero,

pues lleva tantas flores que a mí se me figura

que se vaya a ir cayendo mientras cruzo el albero.

 

¿Guadan mis lentejuelas chispas de sus miradas?

Si las miro parecen mil ojos que me miran.

 

¿Llevo en mis alamares lágrimas colgadas?

A veces sobre el pecho en un temblor suspiran

cual si en mí se apoyaran dos mejillas mojadas.

 

Y esa rosa bordada sobre mi corazón,

¿no gritará en su hoguera roja de mil puntadas

su secreta ilusión?

 

Yo sólo sé, Señor, que ella, la bordadora,

ha cubierto de flores, rosa a rosa, mi piel.

Donde quiera que apunte la cornada traidora

tendrá primero el toro que partir un clavel.

Adelantó tu amor, mujer madrugadora,

antes ya que la herida, el bálsamo y la miel.

 

[…] Señor, vengo a pedirte por esa bordadora

que a tocarme, vestido de luces me ha dejado.

Y perdona otra mano de mujer pecadora

que me vistió de sombras. Los dos hemos pecado.

 

Dale a la bordadora, para alfombrar sus pasos,

tantas flores como ella bordó sobre mis rasos […]".

RAMÓN CUÉ. "Dios y los toros"

—-

Y en un taller de bordados

donde voy a trabajar

cierto famoso torero

su capote dio a bordar.

Y como me tienen por más diestra,

me dice la maestra que lo bordase yo.

Umos dibujos caprochosos,

adornos primorosos,

mi mano allí trazó.

De aquel torero fue

de quien me enamoré,

pero en la humilde obrerilla

no se fijó aquel torero,

que se rifaba a las hembras

ante el imán del dinero.

La prenda lucía

ante otra mujer que él quería.

Qué tarde aquella, Dios mío,

nunca la podré olvidar.

Ante las astas del toro

se quedó al ir a matar.

Y gritos de angustia resonaban

que el alma lo dejaba transida de dolor.

Y yo corrí a la enfermería

por ver al que moría

en alas de mi amor.

Y cuando allí llegué,

sin vida lo encontré.

Una mujer solamente

ante el torero se hallaba:

la que bordó su capote,

la que de veras lo amaba.

Las otras se fueron

y ni rezarle supieron.
(Copla popular)

 

Apóyanos compartiendo este artículo:
Taurología

Taurología

Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *