En cierta ocasión hoy decir a un torero que él se había metido a matador para ganarse los cuartos. Tomás Villegas publicaba en taurologia.com un artículo sobre las Escuelas Taurinas en el que marcaba los dos pilares fundamentales en los que, a su juicio –y el mío–, sobre los que se deben fundamentar la profesión torera: la técnica y el sentimiento.
Quizás se pueda caer en el error de creer que el arte es solo técnica o solo sentimiento. Y sería un error garrafal, porque de ser solo técnica no sería arte, sino oficio, y de ser solo sentimiento, no tendría formato sobre el que plasmarse por la ausencia, precisamente, de esa técnica.
En el toreo, en cuanto a que es arte, pasa exactamente lo mismo. ¿Cuántos muchachos con un sentir apasionado y pulsional por los toros no han llegado a nada ni en su pueblo? Muchos, y precisamente por esa falta de técnica. Y ¿cuántos que saben la técnica no han podido pasar de las capeas?, menos que los anteriores, pero bastantes.
Cualquier creación artística, por sencilla o compleja que sea, necesita alimentarse del corazón del artista, empaparse de los rincones más profundos y escondidos de la persona, que son los que, junto con el toro, harán que al respetable se emocione.
A ese sentir torero, que es completamente diferente al que pueda haber en otras artes, me he afanado en llamarle, la mismidad del toreo. En filosofía, el concepto mismidad atiende a la unicidad del ser humano, a su naturaleza indivisible y que es antagonista de la ipsidad. Esa conjunción perfecta entre técnica y sentimiento es la mismidad del toreo.
Dicen los sabios del arte que Miguel Ángel cuando tenía ante sí una enorme piedra de mármol no veía la piedra, sino la obra y que, por lo tanto, solo tenía que quitar a golpe de cincel lo que sobraba. Lo mismo se dijo de Henry Moore, que ya en el siglo XX hizo lo propio con su Mujer Reclinada. De Vivaldi decían que sus Cuatro estaciones no eran más que el reflejo fulgoroso de las estaciones en su alma. Todos ellos comparten un mismo cuarto, reservado a las máximas figuras del arte y que, con su entrada en ese Olimpo, serán recordados siempre.
En eso, en el recuerdo orgulloso, el toreo es más dramático, y es comprensible porque al fin y al cabo, el torero no deja de jugarse la vida. Y siempre que la vida están en juego, todo lo de su alrededor se vuelve más radical, y no por ello malo. Es comprensible, y hasta me parece justo, esa rigidez tozuda a la hora de admitir a algún torero en el recuerdo. Pasarán a la historia tardes de toros, y otras no serán más que el vago recuerdo de un día en el que Fulanito de Tal actuó en Madrid. La gloria no es para todos, es solo para los que la cortejan.
En los talleres de Praxíteles, o en los talleres catedralicios de Santiago, había muchos alumnos, pero pocos de ellos llegaron a escribir su nombre en las páginas de los libros de Historia. Y como dice la canción, “chico, la vida es para los que arriesgan”. Y qué riesgo hay mayor que el de poner tu vida al servicio de un arte en el que pincel, pintura y lienzo convergen en dos naturalezas absolutamente diferentes: el toro y el torero.
Y eso, el riesgo, la técnica, el sentimiento y, sobre todo, la afición desbordada es la mismidad del toreo, que si bien no es imprescindible para saber mover a un toro de un lado a otro con una capote, sí lo es para poder crear el gran espectáculo del arte torero.
Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".
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