El recorrido de la Mesa del Toro ha entrado en su tramo final. No tardará mucho tiempo sin que una mañana nos encontremos con un comunicado en el que se nos informa que han bajado definitivamente la persiana. Habrá que esperar al contenido de la futura nota de prensa, para conocer la versión oficial. Pero puede adelantarse que se trata un final por causas naturales, tan naturales como que haber llegado hasta el punto donde podía llegar –con mayor precisión: hasta donde la han dejado llegar– y en estos momentos actuales toca a otras instituciones tomar el relevo.
Sin embargo, por mejor voluntad que pongan todos esa otras instituciones –sin rodeos: la Comisión Nacional de Asuntos Taurinos–, inician su andadura con una limitación importante: no contar con un interlocutor claro y unitario de los sectores profesionales. Por el contrario, tal Comisión se va a convertir, si no lo ha hecho ya, en el escenario de sus diferencias. No es cuestión marginal, precisamente; se trata de un verdadero hándicap, de mayor envergadura de la que a simple vista se le puede adjudicar.
La experiencia pasada enseña que en el mundo del toro se suelen confundir las instancias y los escenarios corporativos. De hecho, en más de un momento esta Mesa del Toro que ahora decide su punto final, hubo quien la confundió con la mesa negociadora del convenio colectivo, un error de bulto, pero que los interesados no supieron o no quisieron advertir. Una cosa es contar con una instancia superior representativa de todos y otra bien distinta convertirse en una especie de SIMA particular para resolver cuitas de unos y de otros.
Si dejamos al margen aquellos aspectos de gestión digamos que particulares y equivocados, que en algunos momentos se dieron y que hoy estaban ya zanjados, la Mesa del Toro tuvo su momento. Y no fue ni pequeño ni marginal. Aquella acción, por ejemplo, que llevó en 2008 la realidad de la Tauromaquia al Parlamento Europeo, no fue precisamente hablar de pájaros y flores; fue un inicio sólido del caminar de lo taurino, con sus reivindicaciones al hombro, que luego nos llevó hasta despachos e instituciones que parecían inalcanzables. Algunos hoy la querrán reducir aquel episodio a poco más que una anécdota; pero no fue así, aquello tuvo su calado institucional.
La Mesa del Welligton, una nube de verano |
¿Pero ese momento ya ha terminado? Si se habla con toda propiedad habría que decir que lo han hecho terminar. A veces tener memoria puede resultar incómodo para alguno, ¿pero donde quedó aquella propuesta que hicieron, en el Palace a bombo y platillo, los grandes empresarios y las figuras para refundar la Mesa? Fue en el otoño de 2010 y lo que pretendían era nada menos que "una adecuación de la estructura operativa de la Federación" y que "se establezca definitivamente un sistema de financiación estable y permanente".
Todo aquello se interpretó como una especia de OPA lanzada sobre la Mesa, promovida por dos de los componentes fundamentales de la Fiesta. Se reunieron, hasta con foto para dejar constancia histórica, en un par de ocasiones; luego nada más se supo, ni de adecuación operativa, ni de financiación estable: sencillamente desaparecieron de la escena sin decir una sola palabra.
Tres años después, allá por el mes de mayo del pasado año, lo que quedaba como participes reales en la Mesa trató de reconducir la situación hasta una vuelta a los orígenes de esta iniciativa, abandonando lo que realmente acabó por ser su cáncer: constituirse en la plataforma profesional unitaria de toda la tauromaquia. Se trataba, en suma, de un cierto proceso de refundación para retomar el papel que en sus comienzos establecieron sus propios Estatutos.
De esta forma, se hubo de abandonar el intento de constituirse en esa plataforma profesional unitaria de toda la tauromaquia, que tanto se necesita. Era un proyecto ambicioso al que, sin embargo, la división entre los sectores profesionales se encargó de hacer inviable. Por ello, con buen criterio, optaron por volver a su papel de impulsores del fomento y la protección de los valores culturales e históricos de la Fiesta de toros, que fueron los que se marcaron en el momento de su creación. No parece que quienes quisieron trabajar en esta línea recibieran demasiadas ayudas de sus antiguos compañeros de viaje.
Y en esas estábamos cuando la nueva Ley de la Tauromaquia concede algunas facultades ejecutivas –que, por cierto, aun están por ser explicitadas y desarrolladas en la normativa correspondiente– a la nueva Comisión Nacional de Asuntos Taurinos, nacida precisamente para el fomento y la protección de la Tauromaquia.
No puede afirmarse que esta nueva Comisión Nacional sea una especie de Mesa bis, aunque los responsables de esta Mesa ya se integren en la propia Comisión. Sin meternos en otros encaje, es así porque, simplemente, la Comisión es de titularidad pública, por más que en ella puedan participar representaciones privadas, y la Mesa siempre ha sido una institución exclusivamente cívica, privada y de naturaleza profesional.
Pero no es menos cierto que ambas instituciones hoy se sobreponen en su objetivo último: esa importante tarea del fomento y la protección de los valores de la Tauromaquia, sobre la que a los taurinos se les llena la boca de ideas en las tertulias de café, pero luego, cuando hay que trabajar, no se ve que hagan aportaciones reales para su desarrollo. Ahí está el Pentauro, a la espera de ver quien arrima el hombro, pero quien lo arrima de forma verdaderamente comprometida, que hasta ahora lo poco o mucho se ha hecho ha partido de las Administraciones Públicas.
En tales circunstancias, resulta de toda lógica que la Mesa ahora inicie su proceso de disolución. Demasiado han aguantado quienes la han sostenido contra viento y marea.
Sin embargo, que todo el proceso de cierre de la Mesa del Toro responda a la lógica y a las nuevas realidades, no permite olvidarse de lo que realmente es relevante: este cierre supone un verdadero fracaso de los sectores profesionales a la hora de conseguir un organismo unitario de representación frente a los poderes públicos. En el fondo, dicho sea con una cierta ironía, en la práctica parecen preferir que Canorea y el G-5 anden en rifirrafes barriobajeros, antes que ceder cada cuál parte de sus aspiraciones por alcanzar objetivos comunes.
En suma, una gran ocasión perdida, que vuelve a demostrar lo difícil que los propios taurinos ponen esa tarea inaplazable de la defensa y de la promoción de la Fiesta. Se ve que no necesitan de mediadores que trabajen por los temas que les son comunes; al final, necesitan a un equipo de bomberos que apague los fuegos que ellos mismos enciende.
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