RONDA (Málaga). LVII edición de la Corrida Goyesca. Lleno total. Toros de Juan Pedro Domecq, el 5º con el hierro de Parladé, de correcta presencia pero escaso juego. José A. Morante de la Puebla (de azul pavo y pasamanería azabache), ovación, una oreja, dos orejas, silencio, ovación tras dos avisos y palmas. En contra de lo establecido por el Reglamento Andaluz, salió a hombros por la Puerta Grande.
Ambiente máximo y expectación incluso superior a la de Goyescas anteriores.Menos jet y más verdad. La reaparición de Morante, al que se le vio fuerte y en buena forma, había reunido en la hermosa ciudad rondeña a aficionados de medio mundo. Y al conjuro de su nombre se vivieron momentos verdaderamente mágicos, aunque hay que reconocer que no resultó un triunfo de esos arrolladores. Lo que pasa es que la magia de este torero suple muchas otras cosas.
Sin nada mayor que hacer con el decaído toro que abrió plaza, salvo algunos recortes toreros, tampoco el 2º ofrecía mejores opciones, aunque en este caso era por ese punto picante que sacó el domecq. Pero ya con este torero hubo más que detalles morantistas, aunque el conjunto de la faena resultara inconexa, excepto en la muy reunida serie final con la mano derecha. Un buena estocada precedió al primer trofeo de la tarde.
Supo luego el de la Puebla aprovechar las posibilidades que ofrecía el noble 3º. Los lances de recibo y la media con los que los abrochó fueron colosales. Con la muleta todo fue suavidad y buen ritmo, pero todo más solemne que profundo. Hubo, eso sí, tres naturales sencillamente gloriosos, que unido a la eficacia en el uso de la espada abrió el camino para las dos orejas.
El 4º salió muy hermanado con el comportamiento del que abrió la corrida: muy flojo y sin viaje. Ante la inviabilidad de cualquier intento, se le agradeció la brevedad. Tampoco el 5º, el parladé de turno, se prestaba al toreo con el capote; el esperanzador comienzo de la faena, con unas primeras series con el sello de la casa, se vino pronto abajo a la par que la condición del toro, al que luego tardó en pasaportar el torero.
Con el último acto de la tarde se vio desde el primer momento que Morante quería hacer algo importante. Y en efecto, tanto los lances iniciales como luego el quite por chicuelinas, fueron primorosos. Pidi´p las banderillas para dejar dos pares como muy buen estilo y un tercero de gran emotividad con las cortas, citando al toro sentado en un silla. La plaza era en esos momentos un clamor. Pero no pudo ir a más. La falta de clase y raza, amén de su menor claridad en las acometidas, sólo dio para un trasteo breve, precedente nuevamente de una forma desafortunada de matar.
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