MADRID. Primera de feria. Dos tercios de plaza, con grandes claros en los tendidos y gradas 5 y 6. Toros de José Luis Pereda, de correcta presentación pero desiguales arboladuras; mansearon, con poca casta y a menos. Diego Urdiales (de azul noche con hilo blanco), silencio tras aviso y silencio tras aviso. Leandro (de marino y oro), silencio tras aviso y silencio. Jesús Martínez “Morenito de Aranda” (de tabaco y oro), silencio y silencio.
La historia sustantiva de la tarde cabe en un papel de fumar. Muy a pesar de la terna actuante. Pero cuando una corrida sale tan descastada y mansurrona como la enviada a Madrid por José Luis Pereda, poco se puede construir. En el fondo, bastaría con decir que los seis toros se lidiaron y fueron muertos a estoque dentro de la normativa reglamentaria. Como mucho, añadiendo que todo discurrió en medio de la modorra general. Y ya, si es para nota, anotar que las dos ovaciones de la tarde fueron para Luis Carlos Aranda, por un par al 6º, y para Héctor Piña, por su forma de picar también al 6º, está completada toda la historia.
En los prolegómenos del festejo los comentarios rondaban en torno a conocer cuál iba a ser realmente el aforo ocupado, después del batacazo de los abonos no vendidos. Y, para lo que se esperaba, no fue mala la impresión, incluso mejor de lo que muchos creían. Afortunadamente.
Hubo un momento, a la salida del precioso burraco que hizo 6º, en que la historia parecía cambiar. Puro espejismo. Después de un primer tercio espectacular, ya apuntó peores cosas en banderillas y en la muleta a las primeras de cambio cantó la gallina y volvimos al mismo panorama de los cinco toros anteriores.
Nada que objetar a la presentación de los “núñez” –todos con el guarismo 8 en los lomos– que trajo de Pereda, por más que las hechuras fueran variadas, al igual que sus cornamentas. En cambio, se emparejaron todos bajo el patrón de la poca casta, las embestidas sin rematar y siempre en una creciente tendencia a venirse a menos. Ni para poder hacer el toreo, ni siquiera para sentirse cómodos durante la lidia.
Recio y firme estuvo siempre Diego Urdiales. Y el simple dato de quedarse con los pies asentados en medio del vendaval con que lidió a su primero ya es meritorio. Pero nada pudo ir a mayores. Ni con el desclasado andarín primero, ni con el sosísimo cuarto. Habrá que esperar al 8 de junio con la corrida de Baltasar Ibán.
Detalles interesantes pero sueltos dejó Leandro, dentro de su buena concepción de este arte. Unos naturales con mucho gusto en el 2º, más que nada. Pero a base detalles, que es lo que permitían sus dos toros, no se consigue demasiado, para desesperación de su matador, que por cierto sigue teniendo en la espada una auténtica cruz.
Quizás espoleado por la oreja cortada el 2 de mayo, decidido se mostró toda la tarde “Morenito de Aranda”, pese a esa mala costumbre de estar muchas más pendiente del detallito accesorio que de lo fundamental. No basta con terminar airosamente un muletazo, hay que comenzarlo bien y darle profundidad. Pero hoy sería poco justo ponerse a incordiar: ninguno de los animales que tuvo delante permitían mayores alegrías.
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