“Un censor solvente hace más por un colectivo que
Uno de los problemas históricos de la Fiesta ha radicado en la escasa visión que los taurinos han tenido acerca de cual es el papel de la información y la crítica, de la que luego nace la Opinión Pública. Como la mayoría de ellos es probable que no haya leído aquel artículo de don Miguel de Unamuno, no puede decirse que sus reticencias nazcan de grandes objeciones literarias, como las que sostenía –que los pensadores también se equivocan— el ilustre profesor cuando escribió aquello de que uno de nuestros males, y hablaba de la España de su época, en la que reinaban los grandes de la crónica, radicaba no en que en la prensa española se escribiera mucho de toros, sino que se hiciera de manera ramplona y sin fundamento.
Desde luego ni era ni es la razón unamuniana la que origina el mal entendimiento del hecho informativo. Hay que reconocer, lisa y llanamente, que uno de los males endémicos nacía, y de alguna manera sigue ocurriendo, de la confusión –que a lo mejor es más que confusión– entre información y publicidad, un equívoco que en las épocas pasadas vino alentado por los propios responsables periodísticos, que se tomaban lo taurino más como una fuente de ingresos, por lo menos atípicos, que como una parcela informativa propia que sus medios ponían al servicio de los lectores.
Habrá que recordar como la campaña contra el “sobre”, que tantos disgustos costó a los toreros que la denunciaron, tuvo sin embargo sus efectos benéficos, porque a la crónica taurina llegó una nueva generación de profesionales, con el propósito de la regeneración. Quizá desarbolado por semejantes posiciones, el taurinismo se sacó de la chistera su último conejo blanco: la distinción entre la “crítica constructiva” y la “crítica destructiva”, que aún da sus coletazos, esperemos que finales, en nuestros días.
En el fondo no era más que un mero juego de palabras, con el que diferenciar aquellos escritos que no tapaban lo mal que había estado su torero con respecto a los que lo ponían por las nubes. No iban más allá, entre otras cosas porque desconocían, o preferían hacerse los desconocedores, la realidad de ese conjunto de tensiones que de suyo encierra el periodismo cuando es verdadero periodismo. La información y la crítica del “aplausos, amén y silencio” no funciona ni en las dictaduras, sino que acaba en la descalificación. Sin embargo, entre no pocos taurinos sigue anidando el erróneo criterio de que “toda crítica es un exceso y todo elogio es poco”.
Con todo, debe reconocerse que aquella situación del pasado hoy se ha saneado de manera notable. En parte porque existe de nuevo una hornada de profesionales con una buena formación universitaria y con buen criterio. Pero en parte también porque en la era de la información universal y online, las verdades siempre acaban por salir a flote de un modo o de otro: resulta imposible taparlas.
Pero a la vista está que la relativa mejor situación actual no ha sido suficiente por sí sola resolver el problema de fondo. Y que no es otro que en ese genérico que se ha dado en llamar Opinión Pública –que a la postre no es otra cosa que el modo de sentir y conocer que tiene la globalidad de la ciudadanía–, la Tauromaquia como fenómeno cultural y como hecho de masas, no se percibe en sus más ajustados términos, sino que en demasiadas ocasiones se deforman y se desnaturalizan. Con todo, la situación no es tan negativa como algunos dibujan, porque en muchos casos confunden crítica con pluralidad de opiniones. Pero es evidente que la imagen actual de la Tauromaquia resulta manifiestamente mejorable.
Como, en el fondo, son los medios convencionales –sobre todos los que de suyo representan un más mayor impacto social– los que aún vienen condicionando en mayor medida la recreación de otra Opinión Pública, contar en el soporte tecnológico que sea con ofertas periodísticas taurinas creíbles y solventes, plurales e independientes, constituye a nuestro entender una cuestión crucial para la propia Tauromaquia.
Sin embargo, la existencia de esos medios pasa de modo necesario por un adecuado entendimiento por parte de los protagonistas de la Fiesta de las singularidades y características del hecho informativo. Si no se entiende la necesidad de contar con unos medios no condicionados por razones espurias, desde luego el giro que necesita darse a los estados de la opinión social resultará imposible, hasta desde un mero punto de vista técnico.
Por eso, si entre todos no somos capaces de crear ese nuevo marco de relaciones entre la información y lo taurino, se agostará antes de brotar cualquier intento que quiera llevarse a cabo, como tantos reclaman, para desarrollar un plan de promoción de los valores verdaderos que de suyo encierra la Tauromaquia.
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