El inmediato 20 de abril se cumplirán 60 años desde que Rafael Ortega conquistara el rabo de un Miura en Sevilla. Fue éste el triunfo de un torero forjado a sangre y fuego con las ganaderías más encastadas, así como también un hito muy destacado en la dilatada trayectoria de la divisa verde y grana. El diestro de San Fernando y el astado marcado con el hierro de la “A” con asas dejaron sobre el albero de la Maestranza en aquella tarde de primavera la verdad y la entrega más absolutas.
Tras haber sufrido en temporadas anteriores cornadas de extrema gravedad, como la que aconteció en Pamplona el 8 de julio de 1950, el destino puso en el camino de Rafael Ortega a “Tormenta”. Este ejemplar y el que rompió plaza fueron los mejores del sexteto enviado por Miura, resaltando, asimismo, la extraordinaria presentación de todo el conjunto. En el cartel original de la corrida figuraba Antonio Bienvenida que, a causa de una lesión producida mientras toreaba en el campo, no pudo actuar en el coso del Baratillo. Su puesto fue ocupado por el matador gaditano, que hizo el paseíllo con los inicialmente anunciados, Antonio Ordóñez y Gregorio Sánchez.
Pese a que la lluvia había hecho acto de presencia en Sevilla durante las horas previas al comienzo del festejo, el público acudió masivamente a la Maestranza hasta cubrir completamente el recinto taurino hispalense. Después de realizar las operaciones necesarias para arreglar el ruedo y dejarlo en perfectas condiciones tras las precipitaciones caídas, los toreros y sus cuadrillas cruzaron el redondel y cambiaron la seda por el percal. Rafael Ortega estoqueó, finalmente, tres toros al hacerse cargo del animal con el que concluía la función que había correspondido, en un principio, a Gregorio Sánchez. El diestro toledano tan sólo pudo enfrentarse a su primer antagonista, pues a consecuencia del grave percance que sufrió apenas unos días antes (1 de abril) en esa misma plaza ante el cornúpeta de su alternativa, se vio obligado a pasar a la enfermería.
La primera res de Miura tenía buena condición pero al rematar en un burladero se partió el pitón izquierdo, por ello la labor con la franela de Ortega fue breve. Lo más sobresaliente de su actuación en este turno lo ejecutó en el saludo capotero, con unas verónicas “ceñidas y cargando la suerte”, descripción que realiza Francisco Narbona en El Ruedo.
Al segundo de su lote, “Tormenta”, nº 12, de pelaje sardo y con 502 kilos, le instrumentó, igualmente, unos apretados lances, que recibieron la unánime aprobación del respetable. El espada de San Fernando llevó a cabo una lidia perfecta, tratando, fundamentalmente, de que el ejemplar de Miura humillara. Empezó la faena con muletazos sobre la mano derecha, embarcando al toro con valor y sometiendo su encastada bravura. Posteriormente, llegaron tres tandas soberbias de naturales que fueron el cénit de la magnífica obra de Rafael Ortega en la Maestranza. El torero colocado siempre en la distancia idónea, cerca del burel, lo conducía con firmeza hasta el final del viaje, prevaleciendo en todo momento la verdad y la pureza.
La afición hispalense le ovacionaba con fuerza, conmovida por la autenticidad de lo realizado. La simplicidad, y a la vez, la dificultad del toreo de siempre había triunfado una vez más. El mensaje era claro y directo, entendible por parte de cualquier espectador. El diestro marchó a por el estoque en el instante preciso, cuando el animal le estaba pidiendo la muerte. Idéntica sinceridad que la empleada en el trasteo de muleta fue la que practicó en la suerte suprema. El volapié fue de época, citando en corto, marcando los tiempos magistralmente, volcándose sobre el morrillo de “Tormenta”. El miureño se derrumbó a los pocos segundos, fulminado por el espadazo recetado por Ortega. Fue, afirma el cronista del ABC de Sevilla, “la estocada de la feria y de muchas ferias”.
La plaza se pobló de pañuelos y el usía le otorgó al matador gaditano las dos orejas y el rabo. El torero, que se encontraba plenamente feliz, recorrió por dos veces el anillo maestrante, agradeciendo las múltiples muestras de afecto y cariño. Frente al sexto de la tarde, que evidenció mayores complicaciones, el diestro de la isla estuvo aseado y solvente, finiquitando a su oponente de pinchazo y más de media en buen sitio.
Antonio Ordóñez y Gregorio Sánchez pasaron por el coso sevillano de puntillas, merced también a la escasa colaboración de sus reses. Lo más significativo de Ordóñez ese 20 de abril en la plaza del Baratillo fueron tres sensacionales lances al segundo ejemplar de su lote, pues tanto con la muleta como con el estoque no se mostró al nivel acostumbrado. La actuación de Gregorio Sánchez estuvo marcada por la cornada ya referida, pues a pesar de su voluntad por sobreponerse a la situación y las ganas de continuar toreando, la merma de facultades era tan manifiesta que se vio obligado a ponerse en manos de los facultativos.
Aquel 20 de abril de hace ahora 60 años unieron para siempre sus nombres “Tormenta” y Rafael Ortega. La bravura exhibida por el astado de Miura le permitió al diestro de San Fernando enseñar las principales virtudes de su tauromaquia en uno de los escenarios más trascendentales del orbe. Cimientos que sostendrían su concepción a lo largo de toda su carrera.
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