La feria de Sevilla ha sido una ruina: la inclusión de las figuras sólo aportó 170 nuevos abonados

por | 21 Abr 2016 | Reportajes

No lo ha podido decir con mayor claridad, incluso de forma descarnada. Tal como lo cuenta Carlos Crivelll, en su Sevillatoro.es[1]. Ramón Valencia considera insostenible la actual estructura de la feria abrileña de Sevilla; para la Casa Pagés el reciente serial, con la inclusión ya de todas las figuras, ha sido una verdadera ruina.

Con antelación ya había advertido el actual sucesor del mítico Eduardo Pagés que había organizado “la Feria más cara de la historia de la plaza de Sevilla”. Pues, en efecto, ha sido tan cara que las arcas de la empresa se han quedado temblando.

Las palabras de Valencia nos pone delante una realidad ante la que ya no queda espacio alguno para mirar hacia otro lado. En una plaza como la Maestranza, con una afición tan acreditada en los anales del toreo como la de Sevilla, el regreso a los carteles de todas los toreros de muy primera línea, después de dos años de conflicto, ha resultado un hecho irrelevante.

Y la prueba evidente está en el número de abonados: tan sólo se han suscrito 170 abonos nuevos, en comparación con los dos años del plante. Con un orden de 11.000 localidades, tan sólo 2.335 se corresponden a los abonados, un escaso 20%, cuando por debajo de los 4.000 abonos el empresario entiende que no hay margen de viabilidad.

Esta es la dura realidad, que no puede taparse y frente a la cual se puede acudir a muchas explicaciones más o menos razonables. Pero hay una primera que aparece como indiscutible: esta realidad da la medida de la fuerza real que han tenido las figuras. Resulta que las ferias anteriores, con carteles de segundo orden, fueron menos dañinas en términos económicos. Se trata de un dato que convendría plantearse en toda su profundidad.

A partir de ese dato, los otros argumentos que pueden buscarse para explicar este panorama tan desolador pueden tener su fundamento, pero no por eso se cambia el principio de la cadena de problemas.

La fiscalidad

Y es que, en efecto, que el 21% de los ingresos brutos en taquilla vayan a parar a las arcas públicas no es precisamente un hecho privativo de Sevilla, sino que afecta a todo espectáculo que se organice. El empresario es –o debe ser– consciente de este hecho impositivo desde antes de organizar un espectáculo.

De hecho, salvo que uno quiera autoengañarse, de antemano sabe que la fiscalidad del IVA es esa; pero es que en ese 21% la empresa no es más que un recaudador ocasional a favor de la Hacienda pública. Por tanto, se equivoca el empresario –de lo taurino o de la actividad que fuere– que trata de incorporar en su contabilidad tales cantidades en el capítulo de los ingresos, a la hora de medir la viabilidad de la actividad que desarrolla.

La fiscalidad quien realmente la soporta es el aficionado que se acerca a la taquilla; la empresa tan sólo opera como un intermediario necesario con la Hacienda del Estado. De hecho, el Estado a quien graba es a los aficionados. Por eso, en su sentido más propio las cuentas de un festejo tienen que hacerse con exclusión de esta recaudación fiscal, que en todo negocio debe resultar neutra. Y eso sin contar que el empresario primero actua como instrumento recaudatorio de un impuesto indirecto para el Estado, pero luego ese impuesto  a la hora de liquidarlo ofrece un margen de compensarlo con el IVA que él a su vez soporta. Y entre otros figura precisamente el IVA que incluirá en el pago del arrendamiento.

En consecuencia, quien realmente tendría que levantar la voz no es el empresario, sino el aficionado, en la medida que este desproporcionado tratamiento fiscal hace aún más inasequible para muchos adquirir un abono o una localidad. Se abre así una línea que hay que repensar, porque incluso sin ese 21% los precios de las localidades siguen siendo caros para demasiados bolsillos. Toda la culpa no se puede cargar sobre las espaldas del ministro de Hacienda.

El piso de plaza

Por otro lado, aduce Ramón Valencia el alto precio que paga por el piso de plaza, que calcula en torno a un 22% de los ingresos, que debe entregar a la Real Maestranza. Estamos ante otro dato conocido antes de comenzar el festejo, por tanto no cabe entenderlo como un hecho sobrevenido inesperadamente; forma parte de las condiciones objetivas del negocio.

Cabría entrar en si ese 22% es o no excesivo. Pero es una argumentación con su punto de falaz. Cuando comenzó a organizar el abono, el empresario se quejaba de este fuerte canon; entonces la propiedad de la plaza le ofreció cambiar el contrato de arrendamiento, para sustituir el actual por otro similar, por ejemplo, al que se sigue en Madrid. La respuesta de Valencia fue rotunda: no quería cambios, se quedaba con el hasta entonces vigente[2].

Ahora el empresario ha recordado que en otras plazas no hay que pagar esas cantidades, “de forma que las empresas tienen mayores márgenes de ganancias”; si ocurre así, tendría a continuación que explicar de forma convincente por qué no quiso cambiar el contrato actual. Hay que presuponer que ya sabía lo que hacía cuando rechazó la última oferta.

Quien ya está muy bregado en la organización de espectáculos y quien cuenta con todas las experiencia de sus relaciones con la Real Maestranza, no puede aducir ni desconocimiento ni sorpresa. Antes de empezar a trabajar y a hacer sus números, ya conocía lo que tenía que pagar por la explotación del coso del Baratillo. Por eso, con independencia de que tal 22% se considere o no excesivo, lo primero que hay que tener en cuenta es que se trata de una cuestión elegida por el propio empresario.

Qué la propiedad de la plaza podría ser económicamente menos exigente, es posible; incluso debe considerarse como razonable. Pero lo que no cabe a posteriori es asombrarse del efecto que tiene en sus cuentas un gasto fijo, que él mismo ha asumido. Cuando uno monta un negocio ya sabe que al subir la persiana tiene como primer compromiso el de pagar el alquiler del local. Por eso, el empresario de antemano tenía que ser consciente que, en palabras del propio Ramón Valencia, “sólo abrir la plaza es muy costoso”. Esa no es una novedad de hoy, la conoce y la vive desde hace muchas décadas, que el contrato de arrendamiento en vigor viene de sus antepasados desde finales de los años 30 del siglo XX.

Un mundo desproporcionado

Podremos entretenernos a continuación en quejas y en elucubraciones, incluso razonables, acerca de la fiscalidad y del piso de plaza, que son dos datos predeterminados. Para lo que no queda margen es para eludir la verdadera realidad de la Fiesta: el negocio taurino está montado hoy sobre bases tan frágiles que cualquier eventualidad se lo lleva por delante. De hecho, está comprobado que fiarlo todo, por ejemplo, a la venta al por menor, entrada tras entrada en la taquilla, tiene muchos riesgos, hasta climatológicos. Y hasta tal punto es así que el mismo Ramón Valencia asume que en muchas de las tardes de la pasada feria a la empresa le habría convenido más la suspensión del festejo que celebrarlo. Nadie pone un negocio en la creencia de que su conveniencia pasa por no abrirlo al público[3]

Lo que ocurre es que en este complejo mundo del toro nadie está dispuesto a hincarle el diente a la cuestión central, que comienza por establecer unos precios que el aficionado hoy no puede pagar y sigue con unas pretensiones económicas de los profesionales  que, incluso en la hipótesis de que sean justas, no responden a la realidad del negocio. O dicho en lenguaje vulgar, en una mercería de barrio no puede pretender su tendero poner los precios de Loewe, por más calidad que tengan sus mercaderías.

Hasta ahora, cuando los empresarios han llamado a la racionalidad de los números taurinos, los profesionales han rehuido la cuestión. En buena medida se ha debido a la falta de credibiidad del empresariado taurino. Sin embargo, mientras no se acometa esa línea de trabajo de reordenar todo el negocio, por más compleja que sea, no llegaremos a buen puerto. Y la razón fundamental la encontramos en Sevilla: una feria con todas las figuras se diferencia de otra sin ellas en la ridícula cifra de 170 abonos nuevos. Cuando tal ocurre, es que una enfermedad importante afecta al negocio taurino y al propio espectáculo. Y frente a ello, podremos dedicarnos con mirar hacia otro lado; pero eso en nada resuelve los problemas actuales.

Una nota al margen
En el caso de Sevilla se da además un hecho circunstancial. Para los aficionados foráneos la fórmula del abono de temporada, aunque en 2016 se ha flexibilizado, le obliga a adquirir entradas para una serie de novilladas y para la feria de San Miguel, a la que muchos de ellos no van a asistir, porque les exige desplazarse a la capital  andaluza. Pero las deben abonar, con dificl colocación posterior; en buena medida, es dinero a fondo perdido.

►►Y un otrosí
De acuerdo con la crónica de Carlos Crivell, frente al actual panorama Ramón Valencia se pregunta: “Parece como si ya apenas quedaran aficionados”. En nuestro criterio, no es eso; aficionados hay, como demuestran las estadísticas del crecimiento del número de espectadores que acuden a las plazas. Lo que no se dan son las circunstancias económicas para hacerse asiduo de los tendidos a los precios actuales. Esa es la verdadera cuestión.

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[1] http://sevillatoro.es/?p=222423

[2] https://taurologia.com/empresa-pages-prefiere-mantener-actual-formula-arrendamiento-3895.htm

[3] Esta realidad de los números, por lo demás, es bien conocida por la Casa Pagés. Ya en el año 2013, antes del plante de las figuras, con un cartel de Morante, El Juli y Manzanares y el "No hay billetes" en las taquillas, declararon 96.000 euros de pérdidas. Ahora no hay por qué extrañarse: esa realidad de los números no es de hoy.
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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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