La faena histórica de El Viti al toro de Samuel Flores

por | 6 May 2012 | La Tauromaquia de los grandes maestros

Como recordaba en estos días Luis Carlos Peris, en una interesante serie de artículos publicados en “Diario de Sevilla” bajo con la seña general “Tardes en el recuerdo”,  aquella tarde iba Santiago Martín “El Viti” vestido de grana y oro, flanqueado por Victoriano Valencia –de verde y oro– y por Curro Romero –de azul pavo y oro–. “Era la Feria aquella que polarizaron dos estrellas de la magnitud de Jacqueline Kennedy y Grace Kelly. La primera, de la mano del embajador Antonio Garrigues y Díaz-Cañabate, se alojaba en Dueñas; la princesa de Mónaco, con Rainiero, su marido, en el Alfonso XIII, que a la sazón era el Andalucía Palace”, anota marginalmente el cronista sevillano.

El Viti había debutado en Sevilla en la Feria del 1962, pero el éxito no le llegaba.  Ni ese año ni los dos siguientes consiguió “romper”, hasta el punto que en 1965 Diodoro Canorea no le incluyó en los carteles y nadie dijo ni pío. “Era tan poco el cartel – escribe Peris– que el adusto torero salmantino atesoraba en Sevilla, que al invierno siguiente, un conocido radiofonista hispalense que se caracterizaba por su acidez con lo que creía oportuno abrió su programa vespertino con música fúnebre. Música que acompañó con el tañir de una campana que doblaba a muerto. Pero no se había muerto nadie, sino que el ingenioso locutor se disponía a anunciar a los cuatro vientos que S.M. El Viti había sido contratado para dos tardes en la Feria de Sevilla de aquel año de 1966”.

Nada ocurrió en la primera de esas dos tardes contratadas, en las que el salmantino se acartelaba con Paco Camino y El Cordobés, frente a una corrida de Carlos Núñez. 48 horas después el panorama cambió por completo. Era la corrida de Samuel Flores. Sí, con su primero Santiago estuvo valiente y decidido, en una faena lo suficiente maciza como para que después de una gran estocada se le concediera una oreja. Pero aquello no fue sino el aperitivo de lo que vino luego, con el sexto, un toro astifino, sin exceso de romana (462 kilos, para ser exactos) y con las fuerzas justas. Con este toro, como bien se dijo entonces, “Sevilla soñó el toreo”.

Las crónicas cuentan que, después de haberlo toreado muy despacio con el capote, “El Viti” pidió el cambio con un sólo puyazo. La faena la comenzó justamente frente a la puerta de arrastre de la Maestranza. Con el prólogo de unos  ayudados por alto, vinieron luego redondos y naturales que bien parecían parar el tiempo por su extrema lentitud. “Era la faena perfecta, ante la obra más acabada y redonda, faena basada en lo fundamental con el aditivo de unos adornos que iban del afarolado al molinete o que mutaba el pase de pecho por una trinchera que sabía a gloria… y a Juan Belmonte”.

Solo falta el momento supremo, el punto final. Santiago Martín quiso matar recibiendo; la suerte la realizó con estricta ortodoxia, pero pinchó hasta por cinco veces, “que fueron coreadas por cinco atronadoras ovaciones”. Al final una vuelta al ruedo y luego, ante la insistencia de los aficionados, una segunda. “El Viti” había conquistado para siempre a Sevilla.

De ello dejó constancia Antonio Díaz-Cañabate en las páginas de ABC en términos que ofrecen pocas dudas. “Fue su faena una faena completa, la más completa que he visto en estos últimos tiempos de la monotonía imperante, de la rutina sin imaginación. Variadísima desde sus pases iniciales por alto, por bajo, adornados con un garbo ni andaluz ni castellano, sino de flor de la gallardía, del ramillete de la gentileza. Esta es la faena que vengo propugnando desde hace ya diez años. Esto es lo que era antes el toreo y lo que debe ser el torero. La unidad en la variedad. El adorno combinado con la seriedad. El buen gusto en cada movimiento. Sin pausas, sin baches, sin garambainas efectistas. La pureza del toreo y el realce del ornato. Pases que se enlazan, que se  suceden en un fluir de manantial. ¡Qué lastima que no la viera toda España a través de la televisión! Faena ejemplo para la obcecados por una propaganda engañosa y encubridora. Faena que nos da la razón a los que combatimos los vicios del toreo actual. En ella los dos pases tuvieron su sitio. Pero, ¡qué sitio!, el adecuado, sin exclusividad fatigosa, sin pesadez abrumadora. Faena trabada, como concebida no por la inspiración momentánea, sino por el reposo de la meditación. La victoria de “El Viti” es la victoria de la razón contra el ofuscamiento”.

 

El articulo de Manuel Ramírez

Con el Viti por la Maestranza

Años más tarde, 13 de marzo de 2001, el desaparecido periodista Manuel Ramírez, una de las mejores plumas que ha tenido el periodismo sevillano, rememoró en la páginas del ABC los recuerdos de aquella tarde. Había vuelto a Sevilla “El Viti” para dar una conferencia en la Real Maestranza. Pero antes de ese acto volvió al escenario de su momento cumbre. Vale la pena rescatar del archivo y volver a releer aquel bellísimo artículo.

Han pasado ya, por los almanaques, que no por la memoria ni los recuerdos, casi treinta y cinco años de la tarde de aquel 20 de abril del sesenta y seis en que Santiago Martín El Viti entraba en Sevilla sin que nadie tuviese que pedirle, ni se lo había pedido nunca, y era la cuarta feria de abril a la que venía, el carné de identidad porque la Maestranza sólo pide el carné de sensibilidad.

El otro día bajó Santiago desde su Salamanca del alma a torear el toro de la conversación a la verita casi del ruedo maestrante llamado por el Aula Taurina para dictar la lección torera de sus maneras y, antes de empezar a hablar, allá que nos fuimos al ruedo a buscar, desde el pensamiento, aquel toro de Samuel y esos pocos metros cuadrados de albero, entre el «siete» y el «nueve», entre la puerta de arrastre y la música, que le bastaron a Santiago para redondear su antológica faena.

Poquito a poco, como con andares de paseíllo, se fue acercando a ese terreno y uno veía en su semblante esa mezcla de gestos que no se saben si están más cerca de la emoción que del sentimiento o arrimándose a la nostalgia o templando sensaciones para que los repelucos de la pasión no se le desbordaran en lágrimas. Y allí, en el silencio vacío de una plaza que sigue igual de callada cuando se llena, recordábamos los afarolados con la muleta en la izquierda, los interminables pases de pecho, larguísimo naturales y hasta ese detalle, que en muchas otras plazas no se aquilatan y aquí son de oro puro, de mirar, como hizo aquel día, despaciosamente, como todo lo que realizó, a la música y, con un leve gesto, indicarle que parara cuadrando al toro para buscarle la muerte recibiendo.

Cinco veces, seis si contamos la media que redondeó la suerte, pinchó Santiago como si el toro, que había sido de yema de San Leandro, hubiera tenido huesos en todos sus adentros. A cada intento, una ovación mayor; a cada encuentro, más humo echaban las palmas. Y, cuando aquel toro cayó, Santiago tuvo que dar una vuelta al ruedo y hasta le pidieron otra más porque todas parecían pocas. Y allí hablamos, a la verita misma del burladero de matadores, de lo que significa para él Sevilla y la Maestranza como templo del temple, como sensación permanente, cuando se entra en ella, de sentir que a uno lo sienten e ir desgranando, con el mirar perdido en el horizonte de su imperfecta redondez arquitectónica, la perfección sublime de lo bien hecho.

Nada turbaba el silencio salvo el piar de algún vencejo que, en tardes toreras, funde sus trinos con el repicar de los cascabeles de las mulillas en el último tercio o el llamar a sabatina de la Torre Grande asomándose por detrás de la puerta de cuadrillas.

Desde allí, despacio, a fuego lento, hasta el salón en que tenía que dictar su lección torera para que encontrara el no hay billetes repleto de toreros, de chavales que quieren serlo, de aficionados que lo vieron y los que, gracias a los vídeos, lo pudieron ver para que se les escaparan a unos y a otros ese óle seco, rotundo, que sale de las entrañas cuando se está bordando un detalle, un natural o se improvisa un muletazo por bajo cuando, ya la muleta liada y el estoque montándose, el toro se descuadraba en arrancada imprecisa.

Recorrió en su lección, de pitón a rabo, lo mucho que fue de torero y lo muchísimo que demostró de hombre cabal. Recordó a sus compañeros -ay, Antonio Chaves Flores- con palabras exactas que le brotaban de su cariño y admiración para abrochar la faena, haciendo pausas al decirlas como cuando le daba sitio al toro entre tanda y tanda, hilvanando muletazos, felicitándose por estar allí y felicitando a Sevilla por tener esa joya de sensibilidad que llaman Maestranza. Qué tarde.

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Taurología

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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