BILBAO. 25 de agosto de 1972. Sexta de las Corridas Generales. Cinco toros de don Carlos Urquijo y uno de Pérez Angoso, lidiado en quinto lugar, para Curro Rivera (de añil y oro), vuelta al ruedo y silencio; Pedro G. Moya “Niño de la Capea” (de nazareno y oro), vuelta al ruedo y silencio; Julio Robles (de blanco y oro), palmas y dos orejas.
El 25 de agosto se cumplirán 46 años de aquella histórica faena de Julio Robles (Fontiveros, 1951- Salamanca, 2001) a un gran toro de Carlos Urquijo, en la que era la sexta de las Corridas Generales de 1972.
Hacía escasas seis semanas que Diego Puerta, en presencia de Paco Camino, le había hecho matador de toros en la Monumental de Barcelona. Estaba, pues, muy nuevo en el primer escalafón. Pero en Bilbao tenía mucho ambiente, por aquellas novilladas con “El Niño de la Capea” y José Mª Manzanares, que organizaba el recordado José Cruz.
En esta feria, su compañero de tantas tardes le había cortado una oreja a un toro de Pablo Romero, la tarde de su presentación en Bilbao como matador de toros. Pero en general, aquel abono de 1972 no iba discurriendo del todo bien, básicamente por el mal juego de los toros. Pero luego remontó, con el triunfo de Diego Puerta con una buena corrida de Buendía y, sobre todo, por la heroica actuación de Antonio José Galán con la de Miura.
Pero llegó el 25 de agosto y puso las cosas en su sitio. Julio Robles cuajó la faena de la feria y de muchas ferias más.
nnTabaco y Oro (Javier de Bengoechea), en “La Gaceta del Norte”
En las páginas de “La Gaceta del Norte”, “Tabaco y oro” –Javier de Bengoechea en la vida civil– tituló su crónica de forma rotunda: “La primera gran faena: Julio Robles”. Al referirse al gran torero castellano, escribió:
Cuatro verónicas colosales al tercero, tomando al toro en largo, meciéndose en el lance con todo el cuerpo y media fenomenal. Bravísimo está el toro en la primera vara, cumple en la segunda y el picador le trató con mimo en la tercera. Brindis a la plaza.
Unos buenos doblones por bajo, para sujetar a casta del toro. Ocho redondos más, y uno de pecho, con garra, con entrega. Fracaso con la zurda, porque el toro es mucho para eso. Cuatro redondos más con ciertas apreturas. Dos pinchazos, una entera y un descabello.
Sale el sexto, aliviado de cabeza. Cinco verónicas palpitantes, larguísimas, entregado el torero a la belleza del lance, con un perfecto juego de brazos y se cintura, y media superior. Muy bravo está el toro en la primera vara. Julio Robles ha llevado al toro al caballo con el capote a la espalda, primorosamente. Quita con suavidad por chicuelinas. Empuja también el toro en la segunda vara. Y el picador le cuida en la tercera.
Ya está Robles muleta en mano: tres pases por bajo. Cinco naturales y el de pecho al pronto animal. Cinco redondos colosales, mano baja. A un ritmo preciso. Un alto. El toro, bravísimo. Cuatro naturales, como cuatro maravillas, y uno de pecho, al rojo vivo. Tres redondos de salón, musicales, elegantísimos, cosquilleantes. Otro alto. Dos redondos más, lentotes, largos, perfectamente encajados en el pujante y dócil viaje del toro. Unos adornos breves y gallardos. Y un espadazo llegando al pelo del toro con la mano. Dos orejas y vueltas al ruedo.
No cuenta solamente la perfección, la justeza, el comunicativo alarido de esta faena. Cuentan los manojos de verónicas a sus dos toros –poderío y deliciaa un tiempo–, la suelta gracia al acompañar al toro al caballo, el muy logrado boceto de faena al tercero de la tarde, cuenta todo eso para advertir que el triunfo de Julio Robles –figura, garra, valor y arte—se ha consolidado a lo largo de la tarde, como una suma de momentos felices –afán, reperorio, clase—hasta culminar en el estallido final de su faena –justa de pases, ligada, profunda—y el estoconazo a corazón abierto.
Se, lo sabemos todos, lo que ha sido la feria hasta ahora. Algo queda todavía por ver. Pero consumado yodo, es ya seguro que recordaremos el día de ayer, cuando a un toro con casta un torero le dio la cara para hacerle una faena.
nnEduardo de Guzmán, en “El Ruedo”
“Gran éxito de Julio Robles, que cortó dos orejas y salió triunfalmente a hombros”, titulo su crónica Eduardo de Guzman en el semanario “El Ruedo”, entonces dirigido por Carlos Briones. En la crónica de aquel día, destacó:
Ya en el tercer toro de la tarde da un aldabonazo a. la atención de los aficionados con dos series de redondos largos, templados, mandones y toreros. Por causas que no he llegado a comprender —el astado de Urquijo iba muy bien a la muleta— cortó demasiado pronto una faena de calidad, cosa que decepcionó a las gentes. Pero era tal la impresión de aquellos pases que, aunque mató menos que medianamente, fue ovacionado con fuerza al retirarse a la barrera.
En el sexto, un animal bravo y noble de Urquijo, se superó a sí mismo y superó a cuantos hasta ahora han intervenido en la Feria con una labor redonda y perfecta. La inició con el capote con cinco verónicas que fueron aplaudidas; un galleo vistoso y original, que levantó clamores en los tendidos, y unas chicuelinas de inverosímil ajuste. Muleta en mano, luego de unos pases de tanteo suaves y bellos, toreó de manera admirable por redondos y naturales, llevando a la res materialmente pegada a la tela, templando su embestida y rematando las suertes con elegancia y buen gusto. Cada serie, y aun cada pase, provocaban gritos de entusiasmo en los espectadores, que puestos en pie presenciaban la faena. Aun siendo los mismos pases que vemos tarde tras tarde, parecían distintos. Entró a matar volcándose sobre el pitón derecho, dejó el estoque en todo lo alto, y al doblar el astado la plaza se pobló de pañuelos y clamores. Le concedieron las dos oreias del astado –la gente reclamaba a voces el rabo–, y Julio Robles dio dos vueltas al ruedo a hombros y salió de la plaza en esta forma, en medio del mayor entusiasmo.
nnAntonio Díaz Cañabate, en “ABC”
En una crónica que en su primera parte la dedicó a cantar la los toros de Urquijo, el maestro Antonio Díaz Cañabate no se anduvo con rodeos a la hora describir la actuación de Julio Robles. Y así, en su crónica “Un toro y un torero” dejó para la posterioridad el siguiente texto:
Insisto en que todos estábamos tan contentos al aparecer el sexto. Julio Robles había toreado al tercero muy bien de capa. Julio Robles tiene personalidad con la capa. Lances con las manos bajas, con mucho temple y lentitud, tal vez sus lances un poco cortos, pero muy gratos de ver, muy dentro del buen toreo. Al sexto también lo totreó con el capote de forma muy diferente a los trapazos de los demás. Bravo el toro, el precioso toro, en el caballo.
A los pocos momentos de la faena de muleta de Robles, estábamos no ya contentos sino contentísimos. Julio Robles estaba a la altura del toro sobresaliente de una admirable corrida de toros. Se compenetraron torero y torero. Vamos a crear belleza, se dijeron ambos. Y la crearon. Bien nos habíamos ganado esta faena completa por parte del toro y por parte del torero. ¿Quién estaba mejor? Esto era lo bueno. Los dos a dúo. Variada, lenta, templada, mandona la faena de Robles. Templada y lenta la embestida del toro. Y para colmo de bienes la estocada con la que muere el bravo toro fue tan soberbia como la faena. Las dos orejas. Hemos visto a un toro y a un torero. ¿Cuándo los volveremos a ver?.
0 comentarios