Parece que el toreo espabila. No es cosa de acudir al viejo, ese de “hacer de la necesidad virtud”. A lo mejor resulta más oportuno recordar una máxima más al caso: cuando se trabaja en serio, se obtienen buenos resultados. En este marco, el desarrollo de la feria de San Isidro bien parece que ha servido, colateralmente, como un revulsivo para que otros promotores imiten la fórmula, tan vieja como el toreo mismo, de ofrecer al aficionado no sólo aquello que quiere ver; sino, además, alicientes y novedades que permitan que su fidelidad no falle.
Si nos ciñéramos a la modernidad, podría decirse sin connotación alguna con otra cosa que no sea la Fiesta, que “podemos” arreglar la situación si todo el mundo se pone a ello. En Madrid se acaba de comprobar; el caso de Taurodelta resulta bastante evidente. Amenazada por la crisis, por los malos resultados de todo orden del año anterior también, agudizó el ingenio y ofreció algo distinto: desde esa opción tan interesante de que el abonado pudiera seleccionar a su gusto parte de las localidades que adquiría al sistema de la promoción comercial –perfeccionable en muchos aspectos– y pasando, obviamente, por construir unos carteles que tuvieran en muchos de ellos interés, que no quiere decir que de modo necesario tuvieran que estar plagados de figuras.
Abrir los carteles
Resolver un mes de toros no es empeño fácil. Entre otras cosas porque en Madrid no cabe esa fórmula, ya muy trillada, de un abono de los “José Tomás y lo demás que haya”. Eso puede dar sus resultados cuando un abono es de dos o tres tardes, pero con 31 no puede funcionar. Luego los toros embestirán más o menos y los toreros tendrán o no su día; cuando lo que se oferta es todo un mes cada tarde debía contener un aliciente al menos, para que quien es asiduo no fuera a Las Ventas tan sólo porque ya tenía la entrada sacada y no la iba a dejar perder.
Uno de los acierto, parcialmente conseguido, ha sido el de abrir los carteles más que en otras ocasiones. No se puede obviar que los del G-5 y similares son acérrimos partidarios de repartirse entre ellos el habitual “sota, caballo y rey” permanente, que no admite más variante que incluir un “primero” que moleste lo justo. En el fondo, a lo mejor sin darse cuenta, lo que están reconociendo es que en solitario no tienen fuerza para colocar el ”No hay billetes”, como se comprueba tantas y tantas veces. Pero, sobre todo, porque les espanta que salga uno nuevo que venga arreando y no tengan más remedio que dar un paso al frente.
No es que San Isidro haya sido un paradigma de apertura en las combinaciones, pero debe reconocerse que hubo más que en otras ocasiones. Ahora queda dar pendiente subir el siguiente escalón. Y así, todos nos deberíamos preguntar si no ha llegado la hora de modificar el criterio según el cual calificamos de “redondeado” a un determinado cartel, cuando al final todo eso se reduce en la práctica a seleccionar seis toros de procedencia domecq para una combinación aleatoriamente formado con los seis o siete de siempre combinados de tres en tres. ¿Por qué ignota razón no puede considerarse un cartel “fuerte” el que componen dos de las consideradas figuras y un torero nuevo? Y cuando se dice un torero nuevo se excluye de tal condición al protagonista de la alternativa o la confirmación que se monta sin otra razón o causa que buscar alguien que mate el primero de la tarde, que no deja de ser una solución oportunista.
Repetir hasta la saciedad, casi de feria en feria, eso de “Morante, “El Juli” y Manzanares”, o cualquiera de las otras variantes posibles con las cartas fijas de la baraja, resulta ya bastante cansino, entre otras cosas porque además ni por equivocación se salen de un determinado tipo de toro. Para qué engañarnos, la Fiesta no puede convertirse en una especie de “Circo Americano”, en el que cada función resultaba idéntica a la siguiente. Lo vieras en Madrid o en La Coruña, daba igual. La única diferencia radicaba en si el león de marras estaba más tranquilo o más nervioso; todo lo demás era idéntico, hasta la muñeca que el payaso rifaba a mitad de función.
Abrir los carteles. ¿Quién será capaz de hacerlo? A lo mejor, empresarialmente se corre el riesgo que lo que iba a ser un “No hay billetes” se convierta en un “tres cuartos de plaza”. En el corto plazo de lo económico, es posible que resulte menos ventajoso; si se mira en el largo plazo, es lo que conviene a la Tauromaquia, desde luego sería mucho más beneficioso.
Y la selección ganadera
Sin duda ese trata de uno de los aspectos más mejorables de los carteles madrileños. La sobreabundancia del encaste domecq –que llega a la situación insólita que Victoriano del Río lidie dos corrida en el mismo ciclo, con nulo éxito por cierto– parece que es el signo de los tiempos, como condicionante que imponen las figuras. Luego se lleva uno la sorpresa que otros encastes han dado resultados excelentes. Y ahí están los toros más destacados del serial, que en su casi totalidad corresponden a otros encastes.
En esta ocasión, se justificó sobradamente un “pata negra” de este encaste, que fue “Parladé”; entre los “procedentes de…”, Fuente Ymbro, que entró en los carteles en el tiempo de descuento. El resto aportaron poco o nada al éxito final, hasta el punto de no justificar tanta reiteración.
Restablecer un razonable equilibrio entre los distintos encastes puede ser un objetivo razonable a futuro. No se trata de andar con arriesgadas probaturas en el abono más largo del mundo. Como no pueden desconocerse que los condicionantes para conseguir tal meta es compleja. Incluso no resulta marginal un hecho puramente estadístico: el altísimo número de ganaderías –un verdadero exceso– que hoy se han apuntado a este origen. Por eso, aunque es lo más probable que un cambio radical resulte difícil, por intentarlo no debiera quedar, aunque su materialización práctica se haga paso a paso.
De hecho es lo que ha ocurrido en otro aspecto importante. Y así, debe reconocerse que Taurodelta ha dado un paso muy razonable en cuanto a la redimensión del tamaño de los toros, de su trapío, para ajustarlo más que otras veces a la realidad de cada encaste. No se ha bajado el nivel de exigencia de Madrid, que es algo intocable, pero se ha demostrado que no necesariamente los “armarios” embistan o no embistan responden al llamado “gusto de Madrid”.
En este sentido, la Empresa o sus veedores ha estado más acertados que en años anteriores a la hora de saber medir las características exigibles de trapío. Pero también los sucesivos equipos veterinarios han hilado más fino para certificar esta cuestión.
Luces y sombras del abono
Si nos referimos específicamente a lo que son los abonos, hay sus luces y sus sombras. Unas bueno sería que se potenciaran; otras, que se evitaran. Muy positivo ha sido introducir ese factor de la libre elección parcial de los festejos que cada aficionado decide adquirir. Ya sea por complejidades administrativas, ya por necesidades económicas, no será fácil ir más allá de esas 6 ó 7 tardes de las que cada cual puede prescindir. Pero ha sido un acierto. Como un acierto ha resultado que no se incluyeran entre las elegibles a las novilladas.
En cambio, aunque hay que tener en cuenta que era una primera experiencia, mejorable ha resultado la promoción comercial para captar nuevos clientes. No se sabe a ciencia cierta si el mochuelo hay que cargarlo en las espaldas de Taurodelta o en la empresa de tele marketing, pero lo cierto que lo/as telefonistas no jugaban del todo limpio: te colocaban a toda costa las localidades que ellos querían, que coincidían con las de más difícil venta por taquilla; luego, cuando discurría el abono se advertía que localidades más apetecibles que se daban por abonadas, en la práctica no era así: estuvieron vacías salvo en las tardes de grandes entradas.
Hubiera sido mucho más atinado, dicho de otro modo: sería un juego más limpio, ahora que la informática todo lo puede, que al nuevo abonado se le hubiera facilitado vía internet el mapa de la plaza con los datos reales y actualizados de las localidades libres en cada momento y que eligiera la que más le gustara. A parte de una política comercial más acertada, se habrían evitado malestares en no pocos de los nuevos abonados, cuando se les mandó a la ultima fila de tendido habiendo abonos libre bastante más abajo.
Pero matices al margen, la idea se ha demostrado buena. Basta ver cómo proporcionalmente se ha reducido el ritmo de descenso en el número de abonos no cubiertos con respecto a otros años.
Pendiente queda, en fin, una asignatura, que normativamente no es fácil, pero que sí hay vías para solucionarlo. Se trata de una idea no experimentada en Madrid: establecer el abono de temporada. En el caso de los jóvenes o de los mayores de 65 años se ha salvado el escollo legal correspondiente y el abono se referencia a la totalidad de los festejos que se programan, sin por ello entrar en colisión con la normativa de consumo, que exige conocer con todo detalle aquello a lo que uno se abona.
Tratándose de una decisión que se toma a favor de los intereses del comprador y que se respeta su libre decisión –esto es: que no se impone como condición indispensable para no perder el abono–, seguro que habrá un determinado porcentaje de aficionados que, ya sea por la comodidad de no tener que ponerse varias veces a la cola, ya por sus propios hábitos de asistencia a la plaza, pueden estar interesados en la formula del abono global, ahora que además hay mil fórmulas para resolver, por ejemplo, el pago fraccionado.
La incógnita, como ocurre con todo lo nuevo, radica en averiguar cuál sería su grado de aceptación práctica; o lo que es lo mismo, cuántos de los asiduos a Las Ventas se apuntarían a la fórmula. Pero aunque este sistema pueda llevar al tendido algo de más gente fuera de los abonos clásicos, a los efectos que aquí se plantean tal objetivo es lo de menos; lo realmente importante radica en brindar nuevos servicios y oportunidades a la clientela fija, a la que se puede premiar su fidelidad con ofertas sugerentes. Cuantos más servicios y más facilidades, mejor.
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