Si seguimos la frase tan popular, podría decirse que “después del Convenio (Taurino, naturalmente) hay vida”. Pero habría que apostillarla de inmediato con el añadido de “mejor”. Tantos meses de incertidumbres y de tensiones no puede conducir a una solución de compromiso, sino que, a la espera de conocer todo su contenido el próximo día 21, hay que presuponer que un pacto nada menos que por 4 años no se hace a vuelapluma, sino que hunde sus raíces en soluciones estables para la Tauromaquia.
Era mucho lo que se ventilaba en este Convenio. Hoy porque andamos en plena crisis económica; pero incluso si no existiera tal crisis, no dejaría de perder su importancia, dado el calibre de los problemas estructurales que afecta a lo taurino como sector socio-económico. Por eso mientras no se compruebe lo contrario, hay que mantener la esperanza en las virtualidades del acuerdo alcanzado.
Es cierto, como se ha escrito en estas mismas páginas, que sólo con un buen Convenio no se alcanza la meta irrenunciable de devolver a la Fiesta a sus cotas de autenticidad, de integridad en su más hondo sentido. Pero igualmente resulta ser cierto que sin el Convenio se contaría con una herramienta menos para alcanzar tal objetivo. Procede ahora que ese espíritu de entendimiento que al final se ha dado en esta negociación se extienda más allá, para que se incorpore igualmente a su ejercicio práctico en el día a día.
Entre otras cosas, los negociadores, con buen acierto, han mirado hacia atrás, para rescatar del olvido prácticas históricamente muy implantadas; es el cado del pago de los honorarios correspondientes antes y no después de celebrarse cada espectáculo. Se sobre entiende que sin excepción de plaza ni de rango del cartel.
No hace falta ser adivino para advertir que el cumplimiento de este punto del acuerdo exige del esfuerzo de todos y además en la generalidad de las situaciones. Hecha una excepción, hecha la trampa por la que se diluirá el acuerdo. Sin duda, en mantener este logro mucho tendrá que ver la diligencia –la firmeza, también– de la Comisión de Seguimiento a la que se encomienda esta labor de vigilancia y control de lo pactado.
Por otro lado, la realidad del acuerdo parece abrir un nuevo camino, el del entendimiento mutuo frente a problemas que a la postre siempre serán comunes. Al menos por una vez, ha sido posible alcanzar un punto de encuentro y de unidad, que bueno sería que se trasladara y ampliara a otros objetivos igualmente relevantes.
Si con el diálogo y con la cesión por parte de todos en aras de una plataforma común se ha logrado esta unidad en el caso del pacto social, nada debiera impedir que esa dinámica y esas actitudes se extiendan más allá de las relaciones laborales y económicas de unos y otros. Incluso antes que los propios profesionales, quien lo necesita es la Fiesta, como sector global, pero también hasta en la definición de su propio concepto en este siglo XXI.
Pero sentado todo lo anterior, a quienes piensan en los intereses generales de la Tauromaquia no se les escapa que sólo con este Convenio no basta para alcanzar el punto de regeneración necesaria. Resulta de toda obviedad que el pacto tripartito se centra por su propia naturaleza entre quienes, a la vez, mantienen relaciones profesionales, laborales y económicas; esto es, entre los empresarios y la generalidad de los toreros en sus distintos rangos y oficios en el ruedo.
Sin embargo, sólo con esas tres patas no se mantiene de pie la mesa común del toreo. Hay que contemplar además el caso de la ganadería de bravo. Naturalmente, no tiene sitio en ese acuerdo común que se firmó el pasado día 12. Pero eso no quita para que algunos de sus contenidos se pudieran trasladar a las relaciones que de suyo deben establecerse entre empresas y ganaderos.
Pensemos, por ejemplo, en la vuelta a la antigua práctica –que no todo lo antiguo es por ello inservible– del pago siempre y en todos los casos con anterioridad a la celebración de un espectáculo. Si hoy algún sector de los taurinos resulta muy dañado cuando se producen impagos o se difieren sin mayores garantías los pagos, es justamente el de los criadores de toros de lidia. Echar de comer al ganado, por ejemplo, no entiende de demoras.
Aunque se hagan bienintencionadas apelaciones a los benéficos efectos que en el sector ganadero tienen el mercado y sus leyes, no cabe olvidar que sólo con tales apelaciones los problemas no se solucionan. Por ejemplo, alguien tiene que asumir la responsabilidad de que en ese mercado se garanticen los pagos a su debido tiempo, porque ello supone tanto como garantizar su viabilidad de futuro. Pero alguien también tiene que velar porque en tales relaciones no se asienten prácticas dañinas, como es el caso del dumping a la hora de fijar libremente los precios: una cosa es la libertad de acuerdo y otra bien distinta la dañinay artificial fijación de los mismos.
Guiados por los anteriores criterios, entendemos que ha llegado el momento para que, mano a mano o acompañados por todos los demás actores, empresarios y ganaderos restablezcan unas reglas del juego claras, realistas y, sobre todo, con capacidad para que pueda exigirse su cumplimiento. Es el pacto que falta por negociar, si queremos encarrilar definitivamente el futuro que nos espera.
0 comentarios