MADRID. Séptima de la feria de San Isidro. Menos de tres cuartos de entrada, en tarde muy ventosa. Cinco toros de Salvador Domecq, la mayoría cinqueños, mal presentados y sin clase alguna, y uno de Fidel San Ramón (1º), manso declarado. Uceda Leal (de tabaco y oro), silencio y silencio tras aviso. Diego Silveti, (de azul marino en terciopelo y oro), silencio y silencio tras aviso. Saúl Jiménez Fortes (de verde musgo y oro), una oreja y cogida.
Parte facultativo de Jiménez Fortes: "Dos heridas por asta de toro, una en región cervical derecha con trayectoria ascendente y hacia dentro de 15 cm. que bordea la glándula tiroide y esófago, que contusiona la vena yugular y la arteria carótida y llega a la fascia prevertebral, y la otra en región submandibular izquierda de 10 cm que bordea parótida y lesiona músculo esternocleidomastoideo. Es intervenido quirúrgicamente en la enfermería de la plaza de toros pasando a la clínica San Francisco de Asís a cargo de la Fraternidad. Pronóstico: Muy grave. Firmado: Dr. García Padrós".
La dramática épica del arte del toreo. En la víspera del Santo patrón, su nombre ha sido el de Saúl Jiménez Fortes. Y los médicos han dictaminado de forma rotunda: pronostico, muy grave. Fue en el 5º de la tarde, un toro de Salvador Domecq con tan mal genio como escasez de clase, cuando citaba con firmeza al natural. Ya el encontronazo de toro y torero resultó acongojante; pero luego, ya en el suelo, vino la cornada tan grave, que dejó helado a los tendidos. Dos heridas grandes y en zona tan delicada del cuerpo.
Si el torero malagueño, que anda en su mejor momento, ya estuvo impávido toreando con firmeza y buen gusto a su primero, que buscaba por los dos pitones, impávido también se levantó del suelo para encaminarse hacia la enfermería, hasta que en las proximidades de la Enfermería las cuadrillas lo cogieron en volandas. Impresionante toda la secuencia.
Y es que a veces nos repetimos, hasta monótonamente, los unos a los otros que cuanto ocurre en un ruedo es de verdad, que no es ninguna representación, que es completamente cierto que cuando los toros hieren no resulta una pantomima. Cuando se produce, de modo necesario sobrecoge. Como ocurrió en el ruedo venteño. Es la grandiosa épica del toreo, la realidad cierta que el torero se juega la vida cuando sale a una plaza.
Pero también es cierto que en cosos como los de Madrid la asistencia médica es excepcional, con la manos siempre eficacias del Dr. García Padrós y su de su equipo. No puede decirse que saber allí, junto a la puerta de la Enfermería, reste importancia; es más bien una especie de póliza de seguro. Pero cuando llega el momento dramático, la realidad se hace dura, impresionante.
Durante toda la tarde Jiménez Fortes se había mostrado con una enorme firmeza, desde las dos veces que se fue a la puerta de toriles hasta el final. Como ya había dejado claro en las primeras ferias del año, el torero malagueño mantiene intacto su valor, al que ha añadido un buen oficio, hasta convertirse en un torero que va a más. Cuando se cita con decisión, dándole el medio pecho al toro, cuando se apuesta por tirar la moneda al aire con tal de cuajar el arte, lo que e hace en el ruedo rebosa de verdad. Por eso le había cortado una meritoria oreja a su primero; por eso, volvió a ponerse con el quinto en ese sitio donde se hace el toreo y donde el torero se la juega, sin milongas ni historias.
No fue su actuación madrileña un sinsentido a base tan sólo de valor. Fue la tarde muy consciente en la que hizo el toreo con verdad. Tan de verdad como luego resultó la gravísima cornada. Se diría que escenas como las se vivieron forman la verdadera realidad del toreo, que en ocasiones olvidamos con demasiada ligereza.
La tarde, por lo demás, discurrió muy acorde con el deslucido e incompleto lote que enviaron desde la dehesa jerezana de “El Torero”: áspera, con exceso de genio del malo, sin clase alguna que es propia de la bravura. El remiendo de Fidel San Román no hizo más que empeorar el balance ganadero.
Poco pudo dejar en claro Uceda Leal, con dos toros no ya a contraestilo, sino de imposible lucimiento. Al madrileño la suerte le viene resultando esquiva en la plaza de su pueblo. Con mucha decisión, incluso con algunos momentos de interés, tampoco el mexicano Diego Silveti tuvo ocasión de ir mucho más allá.
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