"En una época en la que se busca con desesperación la tumba de Miguel de Cervantes a pesar de que casi nadie lee ya libros, la editorial Modus Operandi se afana en una quijotesca cruzada literaria: recuperar un género tan nuestro y olvidado como el costumbrismo. Éste es el objetivo de la presente obra, una recopilación de cuentos que oscilan desde la vertiente más pura del costumbrismo hasta el surrealismo-pícaro, pero todos con algo en común: descubrir las querencias de sus autores”. Así escribe Gloria Sánchez-Grande, promotora y coordinadora de este libro: “Querencias”, subtitulado “Antología de cuentos costumbristas”
La Real Academia Española define la palabra querencia como “acción de amar o querer bien”, “inclinación o tendencia del hombre a volver al sitio en que se ha criado o tiene costumbre de acudir” y “tendencia natural de un ser hacia algo”. Gloria Sánchez nos explica que “en este libro, hay relatos que tratan sobre el puesto de frutos secos de la Manuela, sueños blancos de nieve, torrijas bañadas en miel, banderilleros a los que se les atravesó la vida, Nochebuenas malditas, pardales que aprenden a volar, primeros amores, dioses y Santos”.
Y más adelante, añade: “Albert Camus escribió que España, sin tradiciones, no sería más que un bello desierto. Tradiciones y costumbres se engarzan en esta antología de relatos donde los autores nos desvelan cuáles son sus querencias: Andrés Amorós, Aquilino Duque, Antonio Burgos, Carlos Colón, Domingo Delgado de la Cámara, Antonio García Barbeito, Tomás Paredes, Manuel Jesús Roldán, André Viard y Javier Villán son sólo algunos de los escritores que pueblan estas páginas, salvándolas de la sequía que predijo Camus, con cuentos costumbristas, cautivadores por su sencillez, por contener la magia de lo cotidiano, cualidades que los hacen intemporales y universales".
No puede escribir una reseña más precisa en poca más de 20 líneas. Pero en tan poco espacio nos da todas las claves de un proyecto, diríase que hasta romántico, que comenzó a nacer por el invierno y que sale ahora, cuando en el mundo taurino ha concluidos sus 31 citas con la plaza de Las Ventas. Con sentido de la oportunidad, Gloria lo explica mucho mejor, cuando escribe: “Tras un mes acudiendo como autómatas a los toros –Kafka habría disfrutado con los abonados de Las Ventas–, tristemente, hay que ir pensando en planes "post-isidriles". Como alternativa a las tardes de sol y moscas, la editorial Modus Operandi ha lanzando su último libro, una antología de cuentos costumbristas titulada "Querencias", que ya puede encontrarse en librerías”. Es la forma que tiene la escritora de invitarnos a acercarnos a un trabajo bien ideado y mejor realizado.
Se trata de un volumen de fácil lectura en sus 428 paginas, por cierto muy originalmente ilustradas por la artista francesa Lucie Geffré, en las que “los nostálgicos venteños” y quienes no lo son encontraran una amena tarde de lectura, desde ele prólogo inicial, una breve pero espléndida pieza, hasta el relato de Javier Villán con el que se cierra el volumen. Vale la pena comenzar por el prólogo, en el que catedrático, escritor, crítico y gran aficionado Amorós escribe lo que sigue:
►►El prólogo de Andrés Amorós
Muestran notable arrojo e independencia de criterio los editores de este volumen, al subtitularlo “Antología de cuentos costumbristas”. En efecto, la palabra “costumbrismo” es una de esas etiquetas tan vagas y ambiguas –como “idealismo”, “compromiso” o “romanticismo”– que muchos prefieren evitarlas.
Entiéndaseme bien, no se trata de un prurito académico ni, mucho menos, de una pura cuestión nominalista. Todo lo contrario: se trata de intentar precisar a qué nos estamos refiriendo, cuando usamos esa palabra.
En sentido histórico, estricto, en la literatura española, hablamos de “costumbrismo” cuando nos referimos a los cuadros de costumbres (Mesonero, Estébanez, Larra, “Los españoles pintados por sí mismos”) que surgen, en el siglo XIX, como contrapunto a la novela romántica, basada en el predominio de la pura imaginación. Ese costumbrismo fue una escuela muy útil, pues acostumbró a los narradores a mirar a su alrededor y tratar de reflejar por escrito lo que veían. Por eso, como señaló don José Fernández Montesinos, supuso la base técnica sobre la cual se construyó nuestra gran novela realista. A la vez, tuvo el inconveniente de centrarse en los “tipos” genéricos (no en los individuos, únicos por definición) y limitarse a lo superficial, pintoresco. Larra sería el ejemplo claro de cómo se puede trascender y universalizar ese “costumbrismo”.
En sentido más amplio, “literatura costumbrista” es la que refleja las costumbres de un lugar y de un momento. Lo serían, por ejemplo, el “Libro de Buen Amor”, el “Decamerón”, el “Lazarillo de Tormes”… En definitiva, ¿qué gran libro no supone, entre otras cosas, un testimonio sobre la sociedad de la que surge? Para entender la España de los Siglos de Oro, nada como leer “El Quijote”; para comprender nuestro siglo XIX, nada como acudir a Galdós…
Según eso, “costumbrismo” equivaldría a “realismo”. Bastaría con recordar la conocida metáfora de Stendhal: “Un espejo a lo largo del camino”. O la de Balzac, comparándose con un estudioso de la zoología: “La sociedad francesa iba a ser el historiador, yo no iba a ser más que el secretario”. O la tajante definición de Galdós, en su discurso de ingreso en la Real Academia: “Imagen de la vida es la novela…”.
Pero esto tampoco soluciona todos los problemas. Si calificamos simplemente de realista a la obra que se muestra acorde con la realidad, nuestra calificación dependerá, ante todo, del concepto que se tenga de la realidad.
Lo plantea claramente la Pardo Bazán en “La quimera”: “¿Llama usted real a lo material? (…) Porque hay cien realismos”. Y lo corrobora Lawrence Durrell, en su maravilloso “Cuarteto de Alejandría”: “Hay tantas realidades como usted quiera imaginar”.
¿Nos ha servido todo esto para entender en qué terreno se sitúan los cuentos de este volumen? Me temo que no pero quizá sí nos ha ayudado algo a situarnos: con este subtítulo, el lector no espera encontrar aquí relatos fantásticos, ni góticos, ni de ciencia ficción, ni al estilo de “Harry Potter”…
Siguiendo el consejo de Stendhal, intentemos dar “detalles concretos”. Comprende el libro 21 relatos; cada uno, de un autor distinto, por orden alfabético (tres de ellos, mujeres). Tres son de autores plenamente consagrados: Antonio Burgos, Aquilino Duque y el fallecido José María Requena. Su extensión oscila entre dos y treinta y cinco páginas. Se nos informa de que dos de ellos (los de Duque y Villán) ya se habían publicado en otro volumen. Reflejan ambientes variados: Sevilla, Huelva, Madrid, Galicia, Salamanca y hasta Dusseldorf (en contraste con Extremadura). Dos –los de Manuel Cubero y Rosario Martínez- pertenecen al género histórico. Curiosamente, nada menos que ocho abordan el tema taurino pero sin caer en el superficial folclorismo. Como es lógico, la diversidad de temas y estilos es muy notable; para el lector, eso puede suponer un atractivo más (ya decía Cervantes que la variedad es madre del deleite).
Conocía yo a Isabel Bernardo como poeta de calidad, galardonada con el Premio Fernando Rielo de Poesía Mística: aquí, muestra su dominio del lenguaje rural, en contraste con el ciudadano. Recordaré una preciosa expresión que utiliza para describir lo que buscan los aspirantes a toreros: “soñar toro”…
El maestro Antonio Burgos nos conduce al paraíso perdido de la infancia: un puesto de chucherías, los rosados chicles “Bazooka”que permiten hacer globos, los helados de corte de tres gustos… Es decir, el territorio infinito de la nostalgia, de la que surge toda la literatura. “Se canta lo que se pierde”, precisó Antonio Machado.
Lo mismo, a través del mundo del cine, que tan bien conoce, nos presenta Carlos Colón: nuestra infancia está hecha de títulos de películas; también, de un día inolvidable en el que cayeron copos de nieve, como si fuera “Amarcord”…
Manuel Cubero nos ofrece una amena estampa del Cádiz de la Guerra de la Independencia, en la línea de Galdós o Pérez Reverte.
El breve relato de Andrés de Miguel está orientado a una sorpresa final, que ningún lector podría esperar.
Domingo Delgado de la Cámara, gran experto taurino, reelabora una anécdota picaresca que tiene base real (a mí también me la han contado) y que me recuerda “El tesoro de Sierra Madre”.
Aquilino Duque nos deslumbra con la calidad de sus metáforas para contar una historia de feliz iniciación a la vida, a la alegría de vivir.
Antonio García Barbeito ofrece un verdadero poema en prosa, con fragancias y sabores del campo y de la Cuaresma.
Ricardo Giráldez nos hace reflexionar sobre un mundo –el nuestro, justamente– donde todo se usa y todo se tira.
Muy original es el relato “bíblico administrativo madrileño” de Manuel Marqués: introduce como personaje al mismo Domingo Delgado que contribuye a este volumen y acaba enumerando una serie muy variopinta de personajes admirados y queridos (aquí puede comprobarse la amplitud de este “costumbrismo”).
Rosario Martínez nos conduce al muy atractivo mundo de la bohemia literaria madrileña, que conoce muy bien (por ejemplo, la peculiar relación entre Carmen de Burgos y Ramón Gómez de la Serna).
Tomas Paredes muestra la amplitud que puede tener –usando la expresión de Garaudy– un “realismo sin fronteras”.
Antonio Pillado elabora otro poema en prosa, de ambiente galaico, sobre el desamparo de un pajarillo.
José Ramírez nos hace sentir la emoción del paso del tiempo, los encuentros fortuitos y las repeticiones imprevistas.
Con brillantes enumeraciones caóticas, José María Requena presenta la compleja psicología de un maduro matador de toros. Es una historia que me ha recordado la gran película “Torero”, de Carlos Velo.
Manuel Jesús Roldán concilia el conocimiento, el amor y la ironía, en su estampa de la Semana Santa sevillana.
Javier Sachez presenta una historia trágica, partida en dos mundos opuestos.
Gloria Sánchez-Grande muestra el valor simbólico de las coplas y de las comidas populares para entender la vida cotidiana, en la costa onubense.
Francisco Tardáguila pone al día la muy venerable tradición de los cuentos de Navidad.
André Viard, que ha sido matador de toros antes que escritor y defensor de la Fiesta, cuenta una historia del mundo taurino: una de tantas pequeñas tragedias de un perdedor…
Javier Villán, en fin, juega irónicamente con el futuro de una Tauromaquia prohibida, que puede renacer precisamente gracias al encanto de lo clandestino.
Muchas costumbres, muchos mundos, muchos estilos… El lector disfrutará, sin duda, con su rica variedad. Por detrás de ella, coinciden una serie de sentimientos: ilusiones perdidas, sueños que no se cumplen, nostalgias de lo vivido o lo soñado… A eso alude – creo– la hermosa palabra que le da título a este libro: “Querencias”. Más allá de la definición académica, quiero yo recordar que se trata de un término taurino, al que Miguel Hernández le da un significado similar al del “amour fou” de los surrealistas franceses:
“Una querencia tengo por tu acento
Así lo dijo el poeta y así seguimos…
El Índice de la obra
Como bien decía en anteriores párrafos Gloria Sánchez-Grande “los escritores que pueblan estas páginas, salvándolas de la sequía que predijo Camus, con cuentos costumbristas, cautivadores por su sencillez, por contener la magia de lo cotidiano, cualidades que los hacen intemporales y universales". Y quienes nos van a cautivar y van a compartir con el lector la magia de lo cotidiano es un plantel tan diverso como rico de escritores. Estos son sus nombres y sus relatos:
El capote de La Milagrosa, de Isabel Bernardo
Ficha bibliográfica
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