VALENCIA. Cuarta de la feria de Fallas. Un tercio de plaza, en tarde con viento molesto. Toros de Adolfo Martín, todos bien presentados y cinqueños, 3º y 5º cerca la de cumplir los seis años; de excelente juego el 3º, manejable aunque se acabó pronto el 2º y con dificultades los restantes, en especial el 4º. Antonio Ferreras (de blanco y oro con cabos negros), silencio y silencio tras aviso. Eduardo Gallo (de verde musgo y oro), ovación y silencio. David Esteve (de violeta y azabache), vuelta tras aviso y silencio.
Primera sorpresa, y grande: en el graderío, más o menos la entrada que en las pasadas novilladas. Parece más que un aviso de cómo andan las cosas. Miedo da tan sólo de pensarlo. Ya veremos si el miércoles con los miuras cambia la tendencia.
Y segunda sorpresa, ésta más importante: el gran toro que salió en tercer lugar un “adolfo” camino de cumplir los seis años, pero bien hecho, Humillando desde el primer momento, desplazándose con buen tranco, metiendo la cara templadamente en los engaños, mejor por el pitón derecho que por el izquierdo, pero, en definitiva, un gran toro, que luego sería aplaudido en el arrastre.
Pero constatado el buen juego de este “Aviador” y anotado del dato de que se fue al desolladero con las orejas en su sitio, puede ser socorrido ponerse a elucubrar con eso de “si este toro le sale a Fulanito…”. Imaginaciones vanas. Vaya usted a saber qué habría hecho el tal Fulanito, cuando esto del toreo depende de tantos elementos. O dicho de otra manera más directa: ya son ganas de ningunear a un torero honrado y modesto, como el que lidió y dio muerte con toda dignidad a este “Aviador”.
La realidad es que David Esteve lo lanceó con empaque y remató con una excelente media. Dejó al toro de largo, cumpliendo ante el caballo. Tan sólo se le puede poner la pega de la innecesaridad de su quite de réplica al ajustado que dejó sobre la arena Antonio Ferrera. Las series con la mano derecha, bien plantado el torero, tuvieron muy buen son, con excelentes remates de pecho. Otra cosa era “Aviador” cuando se cogía la zurda. Luego se encasquilló con la espada y se esfumó la oreja que tenía ganada. Con todo, dio una vuelta al ruedo.
Tercer elemento, la seria faena, poniéndose donde exigen los toros de Eduardo Gallo con el segundo de la tarde. La pena es que el toro pronto acortó su recorrido y la cosa no pudo ir a mayores.
Y siempre, el buen oficio que durante toda la tarde desplegó Antonio Ferreras, en plena sazón como torero. Lo del lucimiento para el tendido ya es algo secundario, cuando delante se tienen “adolfos” como les correspondieron. Lo relevante es recordar como se fajó con ellos, como supo darles a cada uno lo que era necesario y como todo lo hizo sosegadamente, sin agobios. Siempre resultaba evidente que allí mandaba el torero.
Los dos toros restantes, 5º y 6º no dieron opción alguna., más que a prepararlos para la muerte. Y así se hizo.
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