Hace tiempo dijimos que se iba a cambiar la puya. Al poco de aparecer LA LIDIA, publicamos el nuevo modelo.
Nada se ha hecho. Ahora es el momento oportuno, puesto que ha terminado la temporada; y es bien que en esos y otros menesteres aprovechemos este descanso hasta que empiece la otra.
A ver si para entonces hemos enmendado y suprimido muchos defectos y abusos.
Este año ha constituido una vergüenza eI número de toros destrozados por los picadores. Así, cualquiera es picador y cualquiera es espada.
La afición —que es la que paga — quiere el cambio de puya. Debe, por lo tanto, cambiarse.
También lo quieren muchos ganaderos y picadores.
¿Por qué, pues, no se cambia? ¿No la quieren los espada ? Que lo digan.
Los buenos varilargueros aceptan la nueva puya propuesta —de hierro más largo y estrecho y mayor tope—, por comprender que “agarrarán” siempre, y al “no marrar”, se evitaran bastantes caídas. Y porque así́ volverán á distinguirse, en categoría y sueldo, de los tumbones, pues con la lanza, que entra enterita, no necesitan los espadas picadores de primera, siendo así que el último reserva mete el palo cuando le da la real gana. ¡Si hoy es picador cualquier mozo do cuadra!
Hoy son menos los puyazos, menos las caídas y más los picadores que alternan en cada fiesta. Y apenas si quedan jinetes fuera de combate. ¡Todo lo contrario quo antes! Aquel oficio duro y penoso se ha suavizado muchísimo.
Antes, cada picador ponía un número considerable de varas y caía muchas veces. Hogaño hay centauro que da un picotazo en toda la tarde, y se va a la fonda sin caer una sola vez.
Los picadores que no quieren la puya nueva, para defender el indefendible chuzo que vienen disfrutando, echan mano de algunos pretextos disfrazados de razones.
—¿Es que no vale nada la vida de un hombre?, dicen.
En el festejo nacional, se juegan la vida todos los que se visten de luces: no sólo el picador, sino la gente de a pie. Y a ninguno se le obliga á que salga. Salen porque quieren, y ya saben a lo que se exponen. Y el que no quiera arriesgar la pelleja, que se dedique a otro oficio menos expuesto.
Por otra parte, si se humaniza la fiesta, ya podemos despedirnos de ella. ¡Como si estuviera poco humanizada!
Además, ¿no valía nada la vida de los picadores antiguos?
Para que la quimera de la fiera con el hombre sea artística e interesante, precisa nobleza y equilibrio en las armas de los combatientes, pues si recién salido un toro es muerto por el jinete, adiós lucha.
El bruto dispone de su poder y de sus astas; el jinete dispone del caballo, del arte, de la puya, del espada y del monosabio; todo lo cual, y no es poco, lo defiende.
Otro de los capciosos argumentos es que el toro que muere debajo de los caballos honra a la ganadería.
Conformes. Pero, ¿no será posible que ese bravo animal tome veinte puyazos y nos entusiasme en tan hermosa pelea? ¿Y que admiremos su bravura en los tres tercios? ¿0 que se le perdone la vida?
jPerdonar la vida!… Eso era antes. Ahora los toros bravos se mueren al segundo puyazo.
Y ustedes, los que simulan y fingen mirar por las ganaderías, fíjense en el perjuicio que le supone a un ganadero no poderse llevar, para semental, un toro al que se haya perdonado la vida. Hasta los varilargueros más reacios dicen conformarse al fin, con la nueva puya, pero suprimiéndolos el pienso á los cornúpetos.
Conformes también. Si no quieren los ganaderos, queremos los paganos.
El pienso —digan lo quo quieran ios criadores — es más barato que tener fincas buenas y abundantes, adelanta más el ganado y permite venderlo de cuatro años y hasta de tres.
Y no se crea que es tanto eso del pienso, pues se lo dan á última hora y para que aparenten, pues el sebo se hace desde joven y no deprisa y corriendo.
Así son los bichos del gusto de la torería: chicos, suaves, tiernos, de menos respeto y seriedad, más inocentes y cándidos, menos duros de piel y de patas… ¡Unas monerías!
Denles solo yerba. Pero vengan toros, TOROS. con cinco años, que entonces están en el apogeo de sus facultades.
Yo no sé los artículos que llevo escritos contra la puya actual. En uno de ellos demostré́ que, año tras año, ha venido disminuyendo el número de puyazos, hasta llegar al risible de hoy, a medida que iba desapareciendo el tope.
¿Para que sirve el escantillón? Para nada. Marca las líneas de la pirámide, y el piquero introduce el palo, por falta de tope, hasta donde so le antoja.
Entra, a veces, tanto palo como largo es el estoque. ¡Qué más da que sea madera ó acero¡ La vara destroza más, pues es más gruesa que la espada. Mas castiga un puyazo entrando el palo que veinte sin entrar.
Ya, para meter la vara, no hace falta ir por el agujero que ha abierto otro picador. Yo he visto a reservas enterrar dos palmos de garrocha al primer puyazo.
Matan los varilargueros, en vez de ios espadas. Que lo anuncien así y que no nos engañen.
El castigo debe ser limitado. La puya es para detener, sangrar, templar y ahormar á los toros, no para matarlos. La puya de ahora los mata; y por si destroza poco la reglamentarias , se procuran usar antirreglamentarias.
¡Qué cara pondría un aficionado antiguo, al que se le dijera que los toros bravos toman cuatro varas, dan dos caídas y matan un jaco¡.
Pasó, para no volver, el grito de “¡cáballos!, ¡caballos!”.
Hay que dar el adiós á la suerte de vara.
Y a la fiesta también.
Cuando el espada requiere los trastos, suele estar el toro moribundo, agónico. ¡Ya no hay peligro! Por eso y por ahorrarse los sueldos de picadores de primera, van la generalidad de los matadores muy a gusto con esta puya. Señores matadores: queremos ver al toro con facultades al final, y que sean ustedes quienes maten y no los picadores.
Entonces sería la fiesta verdad, y tendrían que trastear bien y castigando, para dejarse de pases de adorno y tocaduras de pitones.
Hay que acabar con eso, y con la lidia al revés, y los peones a la dereoha del jaco, y el acoso, y el tapar la salida, y el entregar los caballos, y que no se destrocen contra ellos los toros.
La voz de “señalar* ha sido sustituida por la de “déjale quo enganche”.
Ello va en favor do espadas y ganaderos; pero en contra do la fiesta, del público y de los picadores.
Debido a esas malas artes y a la blandura del ganado mansurrón, muchos astados mansontes, al no matarse contra la puya, toman más varas que los bravos, porque éstos se mueren antes.
¡Fuera las martingalas! El bravo, que luzca como bravo. Y al manso, fuego.
Volveremos a esa interesante desigualdad y a fijarnos en el ganado. Desaparecerá la desesperante monotonía de ser iguales todos ios toros; cuatro
Y eso no es la suerte de picar, ni la fiesta, ni nada. Es una ridiculez.
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